Ir a: Alicia (“Seguiré viviendo” 50a. entrega)
«Nuestro mundo es lo que tenemos más a mano», se repitió José cuantas veces vio desfilar ante su lecho a los extraños. Se sorprendía de que llegaran a visitarlo personas que en sus afectos parecían distantes, pero que eran próximos porque bajo el mismo techo trabajaban, porque se daban a diario con él los buenos días, porque se cruzaban a toda hora en los pasillos, o se topaban en el ascensor del edificio al comienzo o al término de la jornada. Sus familiares, en cambio, se hacían notar: porque jamás llegaban, salvo Eleonora que era la sombra que no lo abandonaba.
Mariana, su hermana menor, lo llamaba una o dos veces al mes a saludarlo, pero se informaba más de su salud por boca de Eleonora. Decía que las clínicas la deprimían, y no estuvo más que un par de veces en la pieza de su hermano. José la comprendía, era un viejo problema de su personalidad que la hacía sentir aversión por los extraños, por la vida social y por las muchedumbres. La hermana mayor de José era Mercedes, y estaba en el confín del mundo. Eduardo era un recuerdo.
Mercedes estudiaba en la universidad literatura cuando un intercambio cultural trajo a Colombia a un checoeslovaco. Se llamaba Javi y no vivía en su patria. Había emigrado a Australia con su padre cuando la Unión Soviética aplastó la Primavera de Praga de Dubcek, que quiso darle al comunismo un rostro humano. Mercedes se enamoró de Javi, Javi cayó en sus redes, y casi sin noviazgo se casaron. El matrimonio intempestivo, apresurado por el afán de regresar de Javi, sumió a la familia en la tristeza. Mercedes, desde entonces la señora Suk, se marchó del país, y para siempre. Al despedirse se comprometió a terminar en Australia su carrera. Se estableció en Townsville, y allí nacieron sus hijos y sus nietos. Cartas, postales, llamadas e internet suplieron los viajes que se quedó debiendo. Alguna vez envió a sus hijos Eduardo y Jeroslav a conocer a sus parientes colombianos. Aunque los muchachos quedaron de volver, nunca lo hicieron. Resultó más fácil que José los visitara. Incluso quiso regresar con el deseo de despedirse cuando le hicieron el diagnóstico mortal, pero el dinero lo gastó en un tour mejor aprovechado. Con el sobresalto de la enfermedad, las nuevas de Mercedes se hicieron más frecuentes, pero menguaron cuando el mal, por crónico, dejó de ser noticia. Eduardo fue su único hermano. El ser con el que compartía los juegos, el cómplice de sus diabluras, el consejero al que también aconsejaba. Pero un sarcoma se lo llevó en plena adolescencia. Si un hijo hubiera tenido José, lo hubiera bautizado Eduardo. Como no lo tuvo, fue Mercedes quien perpetuó en su primogénito el nombre de su hermano. Los demás familiares eran más bien lejanos, unos por parentesco, otros porque poco los veía. Estaban los hijos de Mariana, unos cuantos primos y una camada de sobrinos nietos. Sus tíos y sus padres ya habían muerto. Sin embargo José no le hacía reclamos al destino por los escasos familiares que llegaban a su lecho. Con las esporádicas apariciones de Alfonso quedaba satisfecho.
Continuará…
Luis María Murillo Sarmiento
Ir a: En lo íntimo, ni la religión ni la moral (“Seguiré viviendo” 52a. entrega)
“Seguiré viviendo”, con trazas de ensayo, es una novela de trescientas cuartillas sobre un moribundo que enfrenta su final con ánimo hedonista. El protagonista, que le niega a la muerte su destino trágico, dedica sus postreros días a repasar su vida, a reflexionar sobre el mundo y la existencia, a especular con la muerte, y ante todo, a hacer un juicio a todo lo visto y lo vivido.
Por su extensión será publicada por entregas con una periodicidad semanal.
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http://luismariamurillosarmiento.blogspot.com/ (Página literaria)