Un día jugando comence a amigar palabras para contar azañas.
Con el paso del tiempo cada vez que me apremiaban la risa o el llanto, mi mano lo contaba delicada casi en escritura automática.
Yo descubrí que en las letras mi alma se regocijaba y así vivo el tiempo experimentando y disfrutando expresar ocurrencias, interrogantes, vivencias y esperanzas.