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Esta historia es de las más terroríficas que me ha pasado (o la que mayor impresión ha dejado) de todas las relacionadas con lo sobrenatural. Sucedió un par de años después (cronológicamente hablando) del evento con la ouija. Llevábamos poco menos de un año en casa nueva y sin preocuparnos por Doña Gloria, por eso es que esto fue bastante inesperado y por ello aún más chocante para mí.

Había pasado un día rutinario cualquiera. Cenamos como siempre lo habíamos hecho y, después de un rato de compartir en familia, cada quien fue a su habitación a dormir. A diferencia de la casa de Doña Gloria esta casa era de un solo piso. De todas las casas en las que he tenido la oportunidad de vivir, esta siempre ha sido mi favorita por su distribución: en el centro de la casa estaba ubicada la cocina y alrededor los baños. Rodeándolos había un pasillo y del pasillo daba una puerta a todas y cada una de las habitaciones que componían la casa.

Mi habitación, como todas, tenía la entrada a través del pasillo. En ella no había nada extraordinario: una cama doble (hay que entender que mido 1,95 y una cama sencilla es una tortura para mi) con mesitas de noche a lado y lado. Sobre cada mesita de noche había una lámpara que tenía la particularidad de encenderse simplemente rozándola con la mano. Siempre me parecieron una extravagancia por la falta interruptores, pero esta noche agradecí que así fuera. La cabecera de la cama estaba ubicada de tal forma que a mi mano derecha se encontraban el clóset y la entrada a la habitación y a mi mano izquierda había una ventana grande que daba al patio interno de la casa. Yo siempre tenía cortinas blancas cerradas, y la particularidad de dormir con la ventana abierta. Sí, ya sé que el frío bogotano no es para dormir con la ventana abierta, pero había cogido esa costumbre desde siempre ya que me encantaba y me sigue encantando respirar aire puro y fresco.  Aunque eso sí, dormía con la puerta cerrada para evitar corrientes de aire.

El caso es que esa noche me disponía a dormir como siempre. Me puse el piyama. Me quité una cadena con una cruz de plata que me habían traído de Rusia. Lo hacía como una precaución ya que, una vez entre sueños, sin querer, rompí la cadena y por eso me la quitaba todas las noches para evitar la repetición del accidente y la dejaba sobre la mesita de noche a mi lado. Y una vez realizada toda la rutina, me dormí.

No sé qué hora sería, pero me desperté al sentir una fuerte presión sobre mi pecho y sobre mi cuerpo. Abrí los ojos y traté de moverme. El susto fue grande al comprender que no podía hacerlo. Traté de decir algo y tampoco lo logré. Y la opresión que tenía encima del mi cuerpo se movía. Lentamente, pero se movía hacia mi rostro. No veía nada y la tenue luz que entraba por la ventana era insuficiente para ver algo. En medio del susto y después de tantas experiencias con lo paranormal, tan sólo una idea parecía tener lógica: traté de rezar.

Haciendo un esfuerzo enorme logré pronunciar: “Pa… pa… Padre… Padre nnnnuuuues…”, Al lograr decir Padre Nuestro, sentí que la inmovilización desaparecía de forma milagrosa. La adrenalina se me disparó al instante y mandé mi mano derecha sobre la lámpara que, al ser de contacto se prendió de inmediato. Cabe aclarar que cuando mandé la mano a la lámpara seguía acostado sobre la cama y seguía sintiendo un peso enorme sobre mi cuerpo. Lo que vi al encenderse la lámpara encendió el pánico en mí. El sobre cama formaba un bulto encima mío. ¡Había algo debajo de él! Y ese algo se deslizó por debajo hacia la izquierda. Vi una forma negra escurrirse de mi cama y lanzarse por la ventana abierta hacia la oscuridad.

Totalmente aterrado, solamente atiné a levantarme por el lado derecho de la cama, agarrar de la mesita de noche la cadena con la cruz, y comenzar a repartir cruces en el aire por toda la habitación, rezando el Padre Nuestro en voz alta. No sé cuánto tiempo pasó mientras estaba rezando y trazando cruces a diestra y siniestra. Tal vez fueron dos minutos, pero me parecieron horas. Una vez medio calmado me coloqué la cadena con la cruz en el cuello, y ya más centrado traté de mirar si ese ser seguía en el patio, pero no vi nada.

Para ser sincero dudé un poco de mi cordura y pensé que todo había sido un mal sueño y una pésima reacción mía al despertarme. Y fue entonces que noté que me escocía en las piernas. Me quité el pantalón del piyama, me miré y quedé de una pieza. En ambas piernas se veían claramente las formas de unas garras que se habían clavado en mi piel, dejando una leve cicatriz en forma semicircular. Ésa era la demostración de que la visita había sido real y no era ningún producto de un mal sueño.

Como la forma del ser era indefinida, no fue muy clara o por el susto yo no la vi bien, no puedo decir qué era. Lo único que sé es que durante más o menos dos o tres semanas dormir para mí fue una tortura. Y esa noche en particular no pegué ojo hasta el amanecer.

De las consecuencias buenas de la experiencia de esa noche fue que desde ese momento jamás me he quitado la cadena con la cruz para dormir. Y el crucifijo me acompaña siempre, vaya a donde vaya.

En alguna oportunidad más adelante, conversando con un conocedor del tema, le conté la experiencia y me comentó que lo más probable que fuese la visita de un súcubo. Si me lo hubieran contado antes de que me pasara dudo mucho que lo habría creído, pero aun ahora no sé qué pensar. Las experiencias que tuve me invitan a pensar que así fue, pero yo sigo siendo como Santo Tomás: “hasta no ver no creer”.

Y al ser que me visitó esa noche no lo vi claramente.

 

Junio 26 de 2022

 

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