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Al despertar, con inusitada hambre de mirar, me asomé a la ventana. Pero sólo observé un pilón de escombros y un mundo derrumbándose. Caída la noche, buscando un poco de alivio, cerré mis ojos; pero mis sueños estaban en guerra. Entonces rompí en llanto, pero advertí que mis lágrimas se evaporaban antes de tocar el suelo; y entonces me supe más que derrotado.

Al alba siguiente, entusiasmado y plagado de buenas voluntades, tiré la ventana. Pero al terminar, ventana y mundo eran sólo escombros. Llegada la noche, nuevamente cerré los ojos, y me infiltré entre mis sueños portando una bandera blanca; pero, luego de un rato, advertí con tristeza que todo aquello no era más que un onírico y fétido cementerio. Entonces nuevamente lloré, y canalicé mis lágrimas hacia un vaso, pero el vaso era de papel y las lágrimas volvieron a perderse.

A la mañana inmediata, miré el desorden ocasionado por mis torpes manos y mis aún más insensatas voluntades; y queriendo enmendar mi error, volví a erguir la ventana. Una a una, las piedras configuraron un hermoso alfeizar, retocado y bien iluminado; y parecía renovada aquella nitidez. Pero al mirar por entre la nueva ventana, el mundo seguía derrumbado:

“¿Quién derrumbó al mundo? –pensé, entristecido– ¿Quién pudo ser capaz de causar tal desorden?”

Llegada la noche, mi pregunta seguía divagante; pero al viajar por entre el cementerio de sueños, advertí que entre todo aquel silencio, un pequeño ramillete de tímidas pero hermosas flores, balbuceaban impetuosas.

Entonces ya no sólo lloré; también trabajé y anduve hasta que el sudor de mi frente y el llanto de mis ojos refrescaron sus pétalos. Y, entre la bruma, la esencia a trabajo, a flor y a llanto recorría las desoladas llanuras del cementerio.

Al alba siguiente, le pedí a la ventana que me mostrase al hombre que había derrumbado al mundo; y le rogué para que tan sólo me diera alguna característica de él. Pero la ventana se quedó inerte y muda. Caída la noche, el cementerio era cada vez más florido; y el ramillete se había convertido en un pequeño mar de colores. Entonces lloré y trabajé con todas mis fuerzas, para poder regar a tan grande jardín.

Al alba inmediata, ya no pregunté; únicamente caminé por entre los escombros, buscando alguna impronta del hombre del gran desorden. Anduve por entre millones de piedras, entonces inferí que aquel hombre contaba con millones de manos, y por ende, supuse que su fuerza sería devastadora. Recorrí millones de caminos, entonces deduje que aquel hombre tenía millones de piernas; y esto dio pie a mi sospecha, de que aquel hombre sería ágil e incansable. Caminé por millones de lugares, entonces supe que aquel hombre tenía millones de nombres; y conjeturé cada uno de ellos, pero sin encontrar alguna impronta de su identidad o paradero. Llegada la noche, caminaba entristecido regando el jardín, mientras mascullaba mis epímones y lacerantes preguntas:

“¿Cómo vencer a un hombre de tantas manos? Un hombre invencible, incansable, ¿cómo obligarlo a que pague su culpa? ¿Cómo hacer que enmiende su error y yerga nuevamente al mundo?” 

Por un instante, mi mundo era sólo un mundo de preguntas y escombros; pero al alba de no sé cuántos despertares, devinieron lentas las respuestas:

“Aquel hombre invencible tenía millones de manos devastadoras y fuertes. Entonces supe que, para vencerlo, necesitaría millones de manos fuertes y ágiles al construir. Aquel hombre invencible tenía millones de piernas rápidas e incansables, que no dejaban rastro al destruir. Entonces entendí que, para luchar contra él, necesitaría millones de piernas que supieran andar de día o de noche, sin prisa y sin temor por entre la distancia. Aquel hombre innombrable tenía millones de nombres, en los que agazapaba su cruel identidad. Entonces adujé que, para rendirlo, necesitaría millones de nombres que gozaran de verdadera identidad, para creadas las condiciones y llegado su momento, solamente ostentar un nombre, y de esta forma vencer.”

Eran claras las respuestas. Sin embargo, la nitidez, por séquito, trajo aún más preguntas: “¿Dónde encontraría los millones de manos fuertes y ágiles al construir? ¿En qué sendero encontraría los millones de piernas que supieran andar de día o de noche, sin prisa y sin temor por entre la distancia? ¿Cómo podría pronunciar los millones de nombres sin perder el aliento, la voz o la identidad?”

Sin embargo, mientras la noche iniciaba, y con ella una nueva derrota, la flor primera, la del pequeño ramillete que guardó la primera de mis lágrimas, comenzó a recitarme, suavemente, en finas pausas:

“Cada noche nos visitas. Cada noche nos ofrendas la sangre cristalina de tus ojos. Cuando vienes mitigas nuestra sed, para que nosotras construyamos sueños. Pero siempre te miro igual: “ensimismado y balbuceando de un supuesto hombre invencible”. Pero debes saber que no existe un sólo hombre que sea invencible; por más alto, por más fuerte que éste sea, ¡jamás será invencible! Y pregonas que ése, tu hombre invencible, tiene millones de manos. Pero, ¿para qué sirven esas manos que solamente destruyen? Y dices que ése, tu hombre incansable, tiene millones de piernas. Pero, ¿para qué sirven esas piernas que únicamente violan los caminos? Y gritas, entre llantos, que ése, tu supuesto hombre innombrable, tiene millones de nombres. Pero, ¿para qué sirven los nombres, cuando careces de toda verdad e identidad? El hombre al que hoy buscas, ¡de ningún modo es invencible! Su cuerpo, sea uno o sean millones, es como un espejo que hay que romper, para que entre la falacia del azogue sonría el rostro verdadero. Su cuerpo, sea uno o sean millones, es sólo un umbrío camino que se debe recorrer soñando con los parpados abiertos, con los puños cerrados y la verdad vuelta voz. Su cuerpo, sea uno o sean millones, es tan endeble como el más ínfimo de los segundos, que viajan por entre toda la historia y la eternidad…

¡Anda, huele y húndete aún más en el sueño! Porque te voy a relatar el vivir de un hermoso lugar: es un policromo jardín que es diariamente regado por las lágrimas de las verdades; es un paraíso erigido y cimentado por las más hermosas conciencias. Las manos originales dejaron su fuerza allí; y en ese mismo lugar aún trabajan y construyen. Las piernas iniciales configuraron todos sus caminos; y en ese mismo lugar aún andan. Los nombres primeros la abigarraron de la verdadera identidad; y en ese mismo nombre se cobija nuestra historia. Ahí habita la memoria, la dignidad y la honestidad. La verdad reina y gobierna ese lugar. Ve ahí, y encontrarás los millones de manos ágiles y fuertes, que necesitas para vencer y luego construir. Son millones de manos que trabajan, que piensan, que luchan. Son millones de colores y mixturas que convergen para salvaguardar la dignidad de su razón. Ve ahí, aprenderás a vencer y a construir; y, de igual manera, podrás proferir los millones de nombres que gozan de plena y verdadera identidad. Pero debes saber que, son nombres que no deben pronunciarse con la simple voz, son nombres que se deben pronunciar con trabajo y respeto, con dignidad y decisión.

¡Anda, aspira y húndete aún más en el sueño; y después de soñar, vuelve aquí con los párpados abiertos! Porque a tu regreso vendrás a lado de los millones de piernas que se necesitan para ir construyendo un nuevo mundo.”

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