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En lo profundo de la selva, existe una criatura que todos los habitantes y lugareños temen. Pero esta palabra es muy corta y simple para expresar la sensación e intimidación profunda de sentir un poco de su presencia. Su imagen es difícil de olvidar. Es tan fea que parece haber sido creada con muy mala intención sobrepasando los códigos de la creación e insultando todo estándar de la estética. Y no es “diferente”. En su aspecto sí. Pero interiormente no. Desea la conexión con las demás criaturas. Esa interacción que solo se da en el escenario de la vida, del tacto, la energía, la empatía y, ese sentimiento poderoso llamado amor que todos hablan. La criatura tiene los años antiguos y las garras afiladas, abiertas como navajas. “Conoció a los enanos cuando eran seis y, olfateó la manzana que luego ella con su inocencia y hermosura habría de morder”. La soledad de los siglos había enseñado una lección: su fealdad era un signo de valor y sabiduría. La criatura sentía que era mucho más que una figura horrenda y temible. su corazón y espíritu salvaje saltan como locos de felicidad: sembrando una flor, ayudando una lechuza herida o, recogiendo guayabas en la pradera. Lo que experimenta cercenando cabezas con sus garras y, devorando corazones aún latiendo, no es lo mismo, solo es placer momentáneo y, hambre de algo exquisito. “De alguna forma hay que saciar la necesidad y agonía”. ¡No! Pero todo ha cambiado; sigue siendo esa criatura horrenda en su figura, sacada de un cuento de terror de: (poe o, HP Lovecraft) Convertida en un conejito noble y gracioso. Hasta que llegue el hambre o, el sonido de un corazón resuene en sus tímpanos poderosos.

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