Por aquellas malditas mañas de poner apodos en los pueblos, al más debilucho, tímido y pendejo lo apodan Sansón. Y la muchacha del título, la amiga de Sansón, tampoco era Dalila. La verdad, todos los llamábamos por sus apodos y muy pocos estábamos enterados de cómo los bautizaron su papá y su mamá (los de ellos).
¿De dónde sales los sobrenombres? Sí, claro, de alguien y ¿Quién es ese alguien? Anónimo. En los pueblos pequeños casi nadie responde al nombre que le acomodaron en la pila bautismal. Los alias salen del imaginario popular y casi nunca reflejan a la persona, más bien son antónimos, contradictorios, paradójicos. Por ejemplo, para no molestarlos más; Sansón era el muchacho más flacuchento de la aldea, decían que si se ponía de perfil desaparecía y que para una radiografía iba donde el fotógrafo que lo paraba al frente de una linterna, sin camisa y le tomaba una foto; saz, sale el negativo y: “tome, ahí está su radiografía, amigo Sansón…”
Y es que el tipo no tenía ni pelo para decir que el alias salía de su larga cabellera; qué, si casi estaba calvo pero, algún chistoso, al verlo tan desmirriado dijo: “miren ese Sansón” y así se quedó.
¿Y, Dalila? En algún momento Dios o el diablo pensaron, alguno de los dos y yo no sé cual: “No es bueno que Sansón esté solo” y como las desgracias no llegan solas, pues… apareció esta mujer de quien sabe dónde. Una mañana al salir de misa la encontramos en la puerta de la iglesia pidiendo limosna y como el amor es ciego, pun, que la ve Sansón y quedó flechado y resultaron viviendo debajo del puente, ese que hay a la salida del pueblo para los Llanos Orientales. Bien, como el tipo era Sansón, por derecha ella fue motejada como Dalila. ¡Qué bella pareja!, comentaban los desocupados del pueblo al verlos pasar y los desgraciados le echaban piropos a la pobre mujer y Sansón los insultaba muerto de los celos; sí, porque el flacuchento era un celoso enfermizo y se moría de rabia cuando la miraban y el espantajo sonreía coqueta con esa boca desdentada y esa fealdad espeluznante.
Lo cierto es que Sansón se llenó de motivos contra todos los varones de la parroquia (afirmo que todos porque para ver rabiar al pobre escuálido, todos le decíamos cosas bonitas a su esperpento) y un día, durante unas ferias y fiestas; en una de esas enormes carpas traídas de la capital para realizar los bailes populares con orquesta y todo; Sansón consiguió varios recipientes con gasolina, roció la carpa hasta donde pudo, arrumó palos y papeles y como a la media noche, cuando la fiesta estaba más animada se coló con una antorcha y les gritó desde la entrada: “me quiero morir, pero conmigo se van ustedes gran mal páridos”… y le prendió candela a la carpa.