Esta es una historia verídica y la protagonizó un amigo de juventud haca ya varios años durante esa época feliz e irresponsable de la adolescencia, a mi amigo, a quien llamaré Omar en este cuento, no le gustaba ni poquito asistir a ceremonias religiosas de ninguna índole y en especial rechazaba las invitaciones a funerales, así el difunto fuera alguien de la familia o un amigo muy cercano, desaparecía hasta por varios días hasta que pasaran los llantos y las manifestaciones de duelo.
Su santa madre, como él acostumbraba referirse a su progenitora le repetía todas las veces que alguien conocido se marchaba de este mundo, que así como él no asistía a las honras fúnebres, cuando muriera nadie iría a su sepelio. Su santa madre era tía mía y nos tenía en su concepto como pequeños demonios, a eso se agregaba nuestra negativa a la misa y el rosario, costumbre arraigada en nuestro pueblo.
Pues en reunión de compinches Omar decidió que deseaba comprobar si era verdad que nadie iría a su entierro y planeamos todo para que pareciera real. Ante todo, inventamos una excursión a un lugar que tenía fama de peligroso y allí él debía tener un accidente macabro donde quedaría destrozado el cadáver y nadie debería verlo. Dicho y hecho, con la complicidad de don Pedro, el dueño de la única funeraria del municipio, arreglamos el sitio del velorio con el cajón sellado para que nadie pudiera ver el cadáver, pero con un mecanismo para ser abierto desde adentro.
Con lágrimas abundantes que corrían por nuestros rostros compungidos dimos la noticia en todas las casas y pegamos afiches fúnebres por todas partes. Ya estaba montado el espectáculo y desde la parte de atrás del salón donde estaba el féretro disfrutábamos viendo el dolor real de nuestras familias y amistades. Eso me hizo recordar el capítulo de Tom Sawyer cuando asiste a su funeral en compañía de Huck Finn.
Bueno, para no alargar el cuento, después de las palabras del sacerdote y miles de llantos, cuando el cura empezó a echar la bendición sobre el ataúd aspergeando el agua bendita con el hisopo, Omar levantó la tapa lentamente y emergió poco a poco envuelto en el sudario para comprobar si era cierto que nadie asistiría a su funeral. En realidad, nosotros si supimos que todo el pueblo había asistido, pero nuestro amigo se quedó con las ganas porque a medida que levantaba la tapa todos los asistentes corrían a la salida de la iglesia y, al final, solo su madre que lo amaba con cariño se quedó esperando que se levantara y saliera del ataúd para darle una tunda de cinturón. Nunca supimos como se enteró la dulce señora o fuew intuición femenina… pero nos divertimos como nunca y hoy, todavía recordamos el acontecimiento.
Edgar Tarazona Angel