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Se llama Laura. Su nombre ha sido gritado, derramado tantas veces en su miedo, arrojado a su cara al mismo tiempo que la golpeaban esas manos de las cuales, alguna vez, ella deseó sus caricias. Digo alguna vez porque no me atrevo a mirar sus ojos y descubrir que todavía espera amor en medio de la tortura.

Laura recuerda la primera vez del terror de la misma forma que revive el primer beso para no olvidar por qué sigue allí. Ha aprendido que, igual que después de hacer el amor podía casi flotar en una nube todavía con el recuerdo de su olor en la piel, de la misma forma se pierde en el dolor, en el miedo cuando ve su mirada, la de ahora, la que no sabe si nació en los ojos de él en algún momento, o si esa sombra que le nubla lo que siente por Laura – “¿soy yo, recuerdas?”, ella insiste en susurrar – existió desde siempre.

Mira las noticias, mujeres muertas, mujeres maltratadas; ya no las escucha, no las comenta. Se sorprende algunas veces esperando, preguntándose qué espera, y se asusta al responderse que su turno. Debería marcharse, esconderse, liberarse de esta condena a muerte, pero la cadena perpetua parece definitiva. Arrastra su pena por el piso, por las calles, la arrastró en todos los trabajos de los que la echaron por no poder levantarse por las mañanas. Todos sabían por qué, pero en estos tiempos en los que es difícil ser feliz y sin embargo se es rechazado por haber olvidado como se hacer para sonreír, lo mejor es el silencio. Nadie pregunta por qué no cumple con sus horarios, pero todos juzgan. “Es una pobre mujer; no lo deja porque no quiere”. Ella calla, no saben que el sufrimiento une más que el amor. Lo mira cuando él calla, siempre aguarda el momento de un encuentro en sus silencios, en sus oscuridades; no sabe si se engaña al pensar que él sufre sus propias torturas, pero ella quisiera consolarlo. Entonces se siento valiente, orgullosa de poder amar. Se da cuenta pocas veces, en medio de su llanto, que la pena ha nublado su razón. Se deja llevar, es más fácil así, porque cualquier sentimiento la tienta a ser rebelde, y después la vence.

A Laura se le perdió entre los pliegues del vestido y las arrugas de la mirada todo lo que fue su vida. No pidió, no suplicó, no clamó; no pudo hablar hasta que no la escuchaban, hasta que esperó que no la escucharan, cuando la ausencia de personas, de recuerdos, se le presentó tan fría como el alma que intentó educar para no sentir. Se le abalanzó de frente tanto por gritar que enmudeció; le arroyó la vida como un caballo despavorido y creyó que sólo ella caería, que sólo ella se ahogaría en el río con su salvaje animal, que a nadie más desgarrarían aquellos cascos que la buscaban. Pero la furia tapada con el silencio cayó sobre las cabezas de quienes son los hijos de…, los hijos de ellos dos. Sonrisas que no son más que muecas, niños que sueñan el final de sus sueños.

En qué momento decidió, en qué momento no comprendió, cuándo no supo decidir hasta dónde llega el tiempo de callar.

Y ahora Laura apoya su frente en mi hombro, se deja caer, permite que su peso duerma mi brazo izquierdo y me pregunta en qué momento escribí sobre ella, y me pregunta por qué lo hice, quiere saber por qué hice que enmudeciera cuando debió gritar. Si fuera tan fácil, inventarse así un personaje y que enmudeciera. Pero Laura no me lo ha permitido, no me va a dejar tantear los sentimientos y abandonarla en un papel.

Me cuenta, me explica que no sabe, que ama y no puede saber por qué, que ahora que incluso puede ser noticia no quiere serlo, porque todas las cosas que tiene por decir no entran en las respuestas esperadas; dice que no puede tampoco callar, que teme caer a un vacío que se la trague. Esta vez soy yo quien calla por no decirle que ya ha caído, que ya se la tragó la memoria de los demás. Todavía sus ojos, gotas de miel en medio de la nada, me lloran; todavía me pide que no la deje, y con una agilidad mejor que la que le di en mi imaginación trepa ahora por mi cabello, acaricia mi rostro- Mírame de nuevo, cuéntame quién fui.

Y no pudo ser nada más que un sentimiento. Qué pobre y qué rica Laura, silencio nacido del desgarro de los gritos, amor que agoniza en la eternidad de las llamas. Quiere saber si él la ama, necesita comprender; cuando busca respuestas encuentra ojos cerrados, entonces sólo escucha corazones que se perdieron en algún lugar de la Torre de Babel.

Quise no escribir más, pero ella quiso nacer, ser de nuevo, y se dibujó en la tinta para sobrevivir.

- En qué momento decides marcharte –me pregunta ella- y dejarme aferrada al amor y al miedo, cogida tan fuerte como quien desea el cielo y teme perder la tierra, en que momento me permitisteis todos el silencio, con mi hijo en el vientre y su vida en mi llanto. En qué momento te das la espalda, cómo me preguntas si yo quise hablar. No se le pide a un mudo que empiece a gritar. No soy tu noticia, no puedes hacer poesía conmigo.

Callo, vuelvo a callar, ella tiene razón. Me señala con su dedo ya torcido, trémulo como su voz, la que imagino. Me escondo, Laura, una vez más de ti, y me pierdo yo en la tinta para dibujarte, esta vez quizá sin ojos para que no me puedas ver darte la espalda después de saber cómo lloras, después de ser yo quien describe tus lágrimas. Me cuentas que en la soledad no hay voces que te confortan, ni almas ajenas que aparecerán porque sí. Todos esperan que los llames, aún viendo tu cuerpo marcado, y tú ya no quieres, no puedes hablar.

- Si después de mis palabras la muerte me calmara, si pudiera hablar cuando todavía deseo vivir. ¿Quién me va a escuchar cuando no grito, quién me va a abrazar si callo? Quién entenderá que yo le amaba, si no lo entiende él, y que no puedo, con este miedo que dilapida el corazón a golpe de miradas, ni decir que le quiero ni decir que me salven, que nos salven a todos.

Si me voy de aquí alguien me enseñará a no quererlo, me dirán que no me ama, curarán los golpes de mi cuerpo a golpe de realidades descargadas sobre mi alma.

Cómo explicar que en mi muerte espero la eternidad junto a su alma, que es a quien amo, cuando ésta esté liberada de la tortura de su mente.

Laura me mira, me aturde, y comprendo que es porque no llora.

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