Asesinato en el Rincón
Desde el más allá
Miró hacia ambos lados antes de colocar la Ouija sobre el mostrador para pagar su precio y tan pronto lo hizo, se escabulló de la tienda y se metió de cabeza en su carro. No quería que en el vecindario la relacionaran con un objeto así, por más que los fabricantes lo promocionaban como un juego de salón. "El juego de la copa", la llamaban en algunos países de Latinoamérica. Pero ella sabía otro tanto; esto no era un juego. Ella conocía muchas historias que ponían los pelos de punta.
Que idiota había sido, yendo a comprar la Ouija en la farmacia del barrio. Debió de haber ido al centro, donde no era más que una extraña. Se había dejado llevar por la pereza, porque la lluvia no cesaba y porque costaba mucho esfuerzo desplazarse tan lejos con poquísima visibilidad. Pero este asunto no podía esperar. De una forma u otra, ella tenía que acallar su conciencia; tenía que comunicarse con Evgeny Zhukov de alguna manera. Ahora que el ruso se había marchado al otro mundo sin despedirse, el teléfono móvil no era una opción.
Llegó a la casa, se encerró en su cuarto y tiró la Ouija sobre la cama; luego se puso cómoda, apagó la luz central y sólo dejó encendida una lamparita de mesa. Sacó la Ouija de su caja y tiró el manual de instrucciones en el cesto de la basura porque no lo necesitaba. A lo largo de los años había recurrido a este artilugio muchas veces, aunque nunca con la urgencia que lo hacía hoy.
Cerró los ojos para invocar a Zhukov y por un instante la asaltó una duda terrible. ¿Y si la comunicación con el más allá no era posible porque Evgeny, que había muerto hacía apenas cinco días se encontraba aún en pena y "desandando"? Sin embargo, no tuvo que esperar mucho para sentir el flujo de electricidad característico en las yemas de sus dedos, que una vez colocados sobre el vidrio de aumento, corrían de un lado para otro del tablero, repasando letras hasta formar palabras y frases coherentes.
"S-o-n-i", la Ouija empezaba a deletrear su nombre y ella sintió su corazón aletear con fuerza dentro del pecho.
"Ev, ¿eres tú?...Dime si eres tú!", quiso saber con premura.
"S-o-n-i-a-s-e-s-i-n-a-a-a-a-a-a", deletreó la Ouija, implacable, segura de sí y desgraciadamente, acertadísima.
Ella pegó un respingo. Los labios le temblaron y la voz se le ahogó en la garganta cuando en vano trató de explicar su acción tan deleznable:
"Actué por impulso, Evgeny. Yo no quise matarte. No hubo premeditación en mis actos", sus lágrimas resbalaban sobre el tablero de la Ouija pero el vidrio de aumento seguía deletreando la misma palabra sin piedad. Desde el más allá, su amigo la señalaba con el dedo: "A-s-e-s-i-n-a".
Prosiguió con su explicación, tratando de obviar aquella acusación terrible porque estaba dispuesta a ganarse el perdón de Zhukov.
"Quise jugarte una broma cuando todos se pusieron a mirar la escultura de Eros. Quise ponerte dos gotitas del insecticida de Simón en el te para mandarte derechito al baño. En cambio, cuando apoyé el pico de la botella de plástico en el borde de la taza, Miguel tosió con fuerza y yo perdí el control de la cantidad vertida. Pensé que Miguel me había visto y que la tos iba dirigida a mi persona; pero estaba equivocada. Miguel tosió porque los senos descomunales de la escultura de Eros lo habían impresionado hasta el punto de casi ahogarlo en sus propias babas".
Aprovechando la inmovilidad de la Ouija, que se traducía en silencio por parte de Evgeny, ella terminó de explicarse:
"Todo pasó muy rápido, Ev. Vertí el insecticida y tú pegaste la vuelta y te despachaste el te de un solo trago, sin darme tiempo a reaccionar. Entonces quedé como de piedra; ya era tarde para prevenirte puesto que el daño estaba hecho. Pero te juro que no pensé que la cosa iría tan lejos. Creí que todo se resolvería en una diarrea de madre, que tendríamos que dejarte el edificio para tí solito y que al día siguiente volverías a ocupar tu lugar tras el escritorio de caoba, demacrado, ojeroso y pálido pero vivo, Evgeny, ¡¡¡VIVO!!!"
La Ouija no volvió a registrar movimiento alguno. En cambio, unos golpetazos fuertes en la puerta la sacaron a ella de su abstracción. Secó sus lágrimas con la mano y fue a ver quién tocaba. Eran dos oficiales de la Policía que la esposaron, le recitaron sus derechos y se la llevaron a la jefatura con la celeridad de una tira cómica. Sin duda, había un cúmulo de pruebas en su contra; la sabían culpable del crimen y le pasarían un juicio somero. Con un poco de suerte, sólo le echarían cadena perpetua. ¿Habría declarado Evgeny en su favor, de haber sobrevivido al envenenamiento? ¿Habría tenido su amigo ruso el corazón tan noble como para perdonarla?
En la casa, sobre la cama, el vidrio de aumento de la Ouija empezó a desplazarse sobre el tablero nuevamente. Pero esta vez no deletreaba nada; simplemente repasaba con insistencia las últimas dos letras de su propio nombre de marca, colocado en el extremo superior derecho, en letras negras: ja ja ja ja
Desde el más allá, el ruso se reía...
Soniasesina Read-Hoepelman