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Ir a: Sin felicidad la inmortalidad carece de sentido ("Seguiré viviendo" 75a. entrega)

Pasar por el filtro de la razón los textos que se deslizaban por mis manos fue un ejercicio rutinario. Diría que es una obligación de todo ser que piensa. Por eso me atreví a ser crítico con cuanto texto conocí con el calificativo de sagrado. Al comienzo no lo creí ni irreverente, con el tiempo me di cuenta que con ciertas creyentes llega a ser un ejercicio peligroso. Hay que ver como se avivan en nombre de Dios la intolerancia y los resentimientos. Lo hice y me siento bien librado, es más, disfruto el recuerdo de aquellas discusiones.

Me metí con lo sagrado porque siempre creí que su origen tiene mucho de profano. La irascibilidad de los dogmáticos me privó de sus argumentos para rebatir los míos; la nobleza de otros contradictores me suscitó la vergüenza de estar siendo atrevido. En últimas compartí mi pensamiento con los que como yo pensaban, y con unos pocos dispuestos a dar con las armas de la razón la batalla por lo que creían.

–Tal vez usted, sumido en el apego ciego a la palabra deja pasar inadvertidos los yerros de las Escrituras –recuerdo haberle dicho a un pastor que trataba de aleccionarnos en una sala de recibo. Todos éramos extraños, pero él nos abordó con una naturalidad que pareció insolente.

–La palabra de Dios no se cuestiona –fue toda su respuesta.

–Ni para qué hablar de la creación del mundo –continué–, opuesta a toda la evidencia de la ciencia.

–Es usted un arrogante –me dijo descompuesto–. Ante la palabra divina la inteligencia es necia.

–Si juzgara que es divina esa palabra, créame que no la pondría al alcance de mi crítica.

Entonces mis vecinos de silla me hicieron caer en cuenta del absurdo enfrentamiento. Me sonrojé. Me sentí necio y camorrista. Abstraído en mi propia mortificación, recuerdo escasamente que el hombre se marchó recriminando mi incredulidad. Mi vecino más próximo notó mi turbación y sutilmente compartió mis críticas. Me dejó hablar de las parábolas y los evangelios, tan ansioso como me veía de sustentar mis raciocinios. Le pareció posible que los evangelistas hubieran trascrito imprecisiones, confundido y tergiversado como cualquier hombre que aporta un testimonio. Y me permitió expresar con libertad todo tipo de opiniones. Resalté como magnífica la defensa de la Magdalena y como formidable la sentencia que cohibió a los pecadores de lanzarle la primera piedra.

«Ese sí es un episodio bien contado –le afirmé–, porque es creíble. Es el ingenio que uno espera de una mente prodigiosa, cristalizado en una advertencia sencilla pero aleccionadora; en cambio me defrauda la parábola de los talentos».

Y me tocó explicarle que en ella Jesús condena al temeroso que guardó con celo el dinero puesto a su cuidado, y elogia a quienes invirtieron y ganaron.

«Y si hubieran perdido, ¿igual de contento estaría el amo? Ese puede ser el ejemplo de un relato mal entendido o mal contado».

Años después, ese vecino llamado Federico, que terminó por contarse entre mis mejores amistades, me confesó que en aquella oportunidad más que ser solidario con mis opiniones, que poco le importaban, quiso ser solidario con mi desdicha momentánea, al verme avergonzado por un enfrentamiento que yo mismo había buscado.  

Ir a: La homosexualidad ("Seguiré viviendo" 77a. entrega)
Luis María Murillo Sarmiento

Seguiré Viviendo“Seguiré viviendo”, es una novela de trescientas cuartillas sobre la muerte. Un moribundo  enfrenta su final con ánimo hedonista. El protagonista, que le niega a la muerte su destino trágico, dedica sus postreros días a repasar su vida, a reflexionar sobre el mundo y la existencia, a especular con la muerte, y ante todo, a hacer un juicio a todo lo visto y lo vivido.Por su extensión se ha venido publicando por entregas.

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