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En noches pasadas me topé con pura casualidad con una entrevista que le hizo Larry King en CNN a Ingrid Betancourt y desde entonces he querido sentarme a escribir un merecido comentario sin poder disponer del tiempo para ello. Con todo y que ya había leído en los diarios sobre el rescate; con todo y que había visto las fotos y me había alegrado sobremanera de que su historia tuviera un final feliz, yo no había reparado en Ingrid como lo hice durante aquella entrevista televisada.

Pero es necesario que dé marcha atrás y que empiece por decir que el mismo día en que fue anunciado el rescate, oí a varias personas comentar a mi alrededor que Ingrid no lucía ni demacrada ni famélica y que era evidente que no la habían maltratado mucho. Aunque no hice intento alguno por contradecir algo que mi lógica calificó como una desproporción, no pude evitar un sentimiento mixto de coraje y de lástimas por aquéllos tan dados a partir de lo ligero. Entonces pensé en un refrán muy socorrido en mi país: "Las muelas no duelen en boca ajena". Habría que haber estado en los zapatos de Ingrid para empezar a comprender la magnitud de su calvario.

La mujer que me fue revelada en la entrevista con Larry era tranquila como la mar después de la tormenta y esbelta y flexible como una rama de bambú. Sí, claro, se notaba todavía un poco confundida y demacrada. Se notaba que hacía acopio de todo su poder de concentración y de fuerza interna para contestar las preguntas de la manera más objetiva posible, algunas de las cuales tocaron fibras muy hondas; recuerdos evidentemente crudos que ella puso en su justa perspectiva al enunciar:" Hay cosas que es mejor dejar en la selva”. Pero a pesar de esto; a pesar de que recién había sido liberada de seis años de cautiverio, Ingrid Betancourt dio muestras de un aplomo increíble, así como de una majestuosidad casi inexplicable a todo lo largo de la entrevista.

Pienso que debería de haber más personas como Ingrid Betancourt en el mundo, desprovistas de odio, y sabedoras de que el rencor le hace más daño a quien lo alberga que a quien lo inspira. Pienso que Ingrid es digna de emular. Y pienso, sin el menor deseo de iniciar con esto una polémica, que ella demuestra sin lugar a dudas que el sexo débil es realmente el sexo fuerte.

Pido porque los demás rehenes sean liberados muy pronto. Pido porque el odio visceral de que somos capaces los seres humanos algún día deje de existir hasta en la selva colombiana.

Sonia Read-Hoepelman

 

2008OPINION

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