Hay que escribir un poema,
De ello tengo hoy necesidad.
Pero las letras no salen de mi alma.
Mi alma, hace rato muerta está.
Murió en la encrucijada de traiciones,
De perfidias y odios pasajeros.
De destrozos y lamentos pendencieros.
Y fue enterrada con el canto del zarcero.
En su entierro nadie estuvo presente.
Tan solo el pájaro sin cesar se lamentaba,
Al ser testigo de un entierro de quinta,
De un alma, que él sí que apreciaba.
Pero después de enterrado el pasado,
El zarcero fue testigo de un milagro:
De cómo el alma por la que se lamentaba,
Renacía como el fénix, de la nada.
Se levantó despacio de la tumba,
Se sacudió la grava con esmero.
Y de nuevo emprendió el vuelo,
Seguida por el canto del zarcero.
Voló hacía el sol que la llamaba,
Hacia el futuro que en el horizonte se veía.
Y a su lado, volaba el zarcero,
Cantando sin cesar su alegría.
Y ojalá esa pareja incansable,
Siempre permanezca en mi fuero.
Pues qué hará mi alma sin sustento,
Como lo es el canto del zarcero.
Martes, 01 de agosto del 2017