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Metros de amistad

 

Es invierno y ya amaneció. Son  las 7 de la mañana. Las calles aún son tinieblas, y Joaquín como si estuviera en un frigorífico, caminaba congelado sobre la acera. No había ni un solo gato por las calles, la distancia se hacía más larga; era cuestión de esperar para llegar al destino, pero la espera desespera y más aún si la soledad es una de sus grandes fobias. A la misma vez, su mente estaba huyendo y ocultando fórmulas matemáticas como una rueda pascalina[1]. Estaba exhausto, cansado y preocupado en su examen, pues sabía que era la última oportunidad para salvar el curso. Sus brazos tatuados de normas algebraicas explicaban su preocupación; sus ánimos son el reflejo del lúgubre día.

 

En la vereda de enfrente, un indefenso perro como la pieza de un rey en peligro de jaque mate[2] descansaba sobre el  frígido suelo; el can al ver al llanero solitario, rápidamente cruzó la desierta pista para hacerle compañía. Joaquín conmovido por el perro, lo acarició;  su cuerpo dulce terciopelo le sacaba una sonrisa; su aroma murmurante a brisa marina perfumaba la cuadra; y su pelaje claro melodioso alumbraban el día[3]. Se olvidó de las múltiples repeticiones numéricas de su cabeza; sin embargo, el deber lo llamaba, y es que tenía en mente  que del poco dormir y mucho leer una espectacular nota debía de obtener, el cual  no podía perder. Es así como decidió darle un fuerte abrazo y un sincero beso en la cabeza, para después marcharse a la infernal institución.

 

Se desplazó unos cuantos metros sin mirar atrás y de pronto sintió un roce en la pierna derecha: el perro lo persigue. Joaquín le sonríe, señala el lugar en donde lo vio por primera vez y le pide que vaya a su hogar, se voltea y camina tres metros más; al ver que el perro no se despega, el joven se detuvo en la calle nostálgica[4]. Las miradas se entrelazaron por segundos que se convirtieron en horas. El sonoro silencio era el código lingüístico de los dos[5]. Era amor a primera vista; pero no un amor romántico y pasional, ni mucho menos un amor pragmático, era un amor amistoso y leal, como si fuera el amor de un hermano, uno que nunca tuvo. No obstante, siguieron juntos por el largo camino; Joaquín sacó una galleta y se lo dio en la boca, su cola se agitó en la esquina perturbada[6]: el perro y el estudiante se volvieron amigos. Aunque parezca que el can solo se acercó en busca de un beneficio, Joaquín estaba convencido que había encontrado a su mejor amigo.

 

Unos metros más tarde y la confianza se hacía más fuerte, y es que una amistad sin confianza es una rosa sin fragancia[7]. La confianza entre ellos es tan fuerte como un alambre, pero a la vez tan débil si es que lo enfrentas con un alicate. La amistad se puede fracturar si es que hay algo que se interpone. El llanero solitario sabía que tenía que separarse del indio toro: no hay plata ni oro que lo impida; sin embargo, podría haber una solución para que la ruptura no suceda, como faltar al examen. Por conservar al can podía hacer lo que sea, tenía ideas tan locas que un loco maniático lo mandaría al psiquiatra. Si sus padres supieran que no rendiría el examen que tanto se preparó; lo matarían en un abrir y cerrar de ojos, o como mínimo lo mandan a volar a júpiter.[8] A pesar de ello, Joaquín prometió quedarse con él, cuidarlo en todo momento, brindarle un perfecto hogar como la perfección; e incluso prometió acompañarlo hasta el infinito y más allá[9].

 

Llegó al destino. Estaba a unos metros de ingresar. No sabía si quedarse o irse. ¿Estaría bien? múltiples interrogantes se aproximaban por cada paso que daba, hasta llegar a la puerta. Se encontraban ahí, el perro y Joaquín, Joaquín y el perro, juntos discutiendo callados; la puerta se estaba quejando de su presencia[10]; el viento, con sus fuertes manos, lo separaba de su fiel amigo; empero, sabía que no tenía otra opción, estaba amarrado a seguir las órdenes y reglas de la sociedad, no había otra salida.

 

Entró a la universidad, caminó unos cinco metros y regresó corriendo hacia el perro. Arrepentido lo abraza y lo besa por última vez: sabía que era muy probable no volver a verlo. Aunque Joaquín le prometió quedarse, las palabras se la llevó el viento.[11] Cayeron lágrimas de cocodrilo sobre la última gris acera. Con el dolor de su corazón, tuvo que dejar al indio toro.

Sin más metros que recorrer...

No salían palabras para describir esa situación. Al salir de su examen, vio al perro como una escultura griega esperándolo petrificado. Joaquín deseaba nunca haberlo conocido. Cuando tenía la posibilidad no tenía un amigo, y ahora que tiene un amigo no tenía la posibilidad[12]. Ya no había nada que hacer. La muerte ha restituido al silencio su prestigio hechizante.  Vino pero se fue: el indio toro como una flor en el asfalto descansaba arrollado.  Maldijo el día que lo conoció y maldijo la alta llanta que llevó el bendito perro al paraíso. Malditos metros de amistad. 

 



[1] Símil.

[2] Símil.

[3] Sinestesia.

[4] Hipálage.

[5] Oxímoron.

[6] Oxímoron.

[7] Metáfora.

[8] Hipérbole.

[9] Hipérbole.

[10] Personificación.

[11] Metáfora.

[12] Zeugma.

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