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Cosme despertó.

Entonces lo comprendió. Todo aquello no había sido más que un maldito sueño.

 “¿Qué son los sueños?”, se preguntó. Había leído en alguna parte que los sueños son una serie de imágenes o escenas asociadas a distintas sensaciones y sentimientos que recordamos al despertar. Pero, “¿que son exactamente?, ¿Por qué soñamos?, ¿de donde vienen?”

Aquellas preguntan le inquietaban. Realmente le perturbaba lo real que pueden llegar a ser los sueños a pesar de ser totalmente absurdos. Especialmente cuando eran absurdos. Cuando sueñas no te cuestionas si lo que estas viviendo es real. Lo aceptas sin más. Sin importar cuán irrealizable sea la acción que acabas de hacer, o el sentimiento que acabas de experimentar.

Es gracioso que en la vida real nos planteemos más a menudo la posibilidad de estar viviendo un sueño, de lo que lo hacemos en la propia ensoñación.

Pero lo que mas aterraba a Cosme era el hecho de no haber cuestionado aquel sueño en particular. Dicen que los sueños son pensamientos que salen del subconsciente, frustraciones y anhelos que aparecen mientras reposamos y dormimos plácidamente. “¿De donde había salido aquel?” ¿Es que en alguna parte de él había tanta maldad como para poder evocar todo aquello, y ni siquiera dudar de la realidad soñada?

Lamentaba profundamente no haberse revelado contra el mundo ilusorio al que le llevaron sus ensoñaciones.

Por suerte aquello ya había pasado. Debía de dejar su sueño o quizás pesadilla al lugar que corresponde. Al mundo misterioso de dondequiera que salgan esos espejismos. No debía seguir torturando su alma por actos que no había cometido más que al amparo de la duermevela. No debía ensuciar la dulce realidad con estúpidas y crueles ilusiones.

Entonces despertó.

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