Cuando yo era pequeño mi madre me repetía a menudo:
- Hijo, cree en Dios.
Para ser sincero, desoí el consejo, hasta cuando, ya maduro, le conocí y me pareció buena persona.
Temí hablarle pero Él me miró con ojos que infundían confianza y me comunicó:
- “Tengo sed”.
Terminamos sentados tomando cerveza y hablando carajadas en la tienda de un tipo mal encarado que apodaban “El Diablo”.