En una biblioteca municipal, ubicada en la zona céntrica de la Ciudad, trabaja una joven administrativa. Con dedicación y esmero había ordenado y clasificado en diferentes estanterías, libros y documentos de diferentes autores.
Ese viernes finaliza su horario de atención, cumplirá su asueto de fin de semana. El lunes bien temprano, como lo viene haciendo durante más de diez años, llega a su biblioteca. Sorpresa fue cuando observa un pequeño desorden en la estantería de los libros de historia. Prolija y minuciosa como es su costumbre ordena nuevamente. Cumple su horario habitual, regresando nuevamente al día siguiente. En la estantería de los documentos testimoniales el desorden era mayor, con algunos de ellos caídos en el suelo. Como era ella la responsable del cuidado de ese rico patrimonio, decidió revisar detenidamente toda la biblioteca. Las puertas no habían sido forzadas, no faltaban libros, y algunos objetos de valor que allí se encontraban en custodia, no habían sido tocados. Trató de disimular con sus superiores, esperando con fe, que no volviera a suceder. Al día siguiente entra a la sala con sus manos temblorosas, pensando con que se iría a encontrar. ¡No lo podía creer! En esta ocasión eran dos las estanterías desordenadas, y libros fuera de lugar, sobre el piso. Ya la situación era insostenible, y decidió hablar con el encargado de la División Cultura. Criteriosamente decidieron hacer una guardia nocturna en el interior de la biblioteca.
Esa noche, dos hombres armados fueron los encargados de dilucidar el misterio. Las primeras horas en la oscuridad, todo era silencio. El oído filoso y la vista atenta, para actuar en el momento preciso. Los expertos vigilantes organizaban en voz baja las posibles maniobras. Cuando en un momento un ruido de hojas rasgadas los pone en alerta, decidiendo prender la luz. Sorpresa para los expertos vigilantes cuando pueden observar a dos simpáticos ratoncitos, desplazándose sobre el mundo fascinante de la literatura universal.
