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       Juan el zapatero,  venía recibiendo acusadores anónimos, que tenía intrigado a este buen hombre desde hace varios meses. Cada dos días por debajo de la puerta, el repetido anónimo que le decía: “Cuidado con su mujer”. Siempre había sido un preciado tesoro, su adorable esposa. Se levantada temprano, buscaba pequeñas pistas de una infidelidad, la seguía disimulado cuando iba de compras, en fin se volvió una sombra de su señora. Nuevamente aquella tortura que lo estaba matando: “Cuidado con su mujer, debe seguirla”.

   Esa noche su esposa tenía la semanal jugada de cartas con sus amigas. Su pensamiento estaba fijo en esa excusa, que jamás le había prestado atención.

   La siguió haciéndole la guardia a media cuadra de la casa de la amiga. Después de dos horas de espera, ella se retira y regresa a su domicilio. Tuvo que hacer maravillas, para llegar antes de su esposa. Como todas las noches, tierna, amable y buen amante. ¿Qué dudas por Dios tenía Juan?  Esa noche no podía dormir, se levantó a tomar un vaso de agua, pensando si debía preguntarle, si aún lo amaba, u otro hombre había llegado a su vida. Que terrible disyuntiva para este pobre hombre. Regresa a su dormitorio y trata de conciliar el sueño.

   Al otro día, tembloroso antes que se levante su esposa, mira en el lugar indicado. Otro minúsculo papelito estaba ahí. Lo retira y lee: “Perdón señor, anteriormente nos equivocamos de domicilio”

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