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Yo soy David. Soy un asesino; esa es mi profesión y no sé hacer nada más. Cursé dos años de medicina; abandoné la carrera porque la sangre me causa malestar; si, parece una contradicción pero detesto el olor de las heridas, no soporto ver personas sangrando, odio las hemorragias, etc. ¿Entonces?

Cuando me retiré de la universidad llevaba un bagaje de de conocimientos anatómicos. Sabía con exactitud la ubicación de los órganos; el funcionamiento de los sistemas y de los aparatos del cuerpo humano. El mapa del sistema circulatorio, el sistema nervioso y el sistema linfático estaban grabados en mi cerebro. Pensé que jamás los iba a necesitar, hasta cuando me llovió la desgracia. No quiero entrar en detalles, en relatos sucesivos les iré contando una a una las anécdotas de mi vida, lo cierto fue que perdí a mis padres y a mis hermanos una noche, en un asalto a mano armada a la finca donde vivíamos.¿Qué puede hacer un muchacho campesino, de condiciones económicas holgadas que de la noche a la mañana queda sin nadie en el mundo? El primer pensamiento fue la venganza brutal, inmediata con torturas incluidas. Mi educación religiosa y moral me ataba; estaba pecando de pensamiento contra varios mandamientos de la Ley de Dios. Algo que aprendí de mi abuelo centenario fue a no tomar decisiones apresuradas. Sospechaba quienes eran los asesinos y sabía con certeza que una investigación jamás daría resultado; entonces, yo era el juez y el verdugo.

Comencé un entrenamiento riguroso de Artes Marciales: Judo, Karate, Tae-kondo y otras ramas menos conocidas del Karate (por llamarlas de algún modo conocido) y me convertí en un Naked-kill. Aprendí cada punto mortal en el cuerpo y podía dar la muerte o la pérdida de conocimiento valiéndome sólo de mi propio cuerpo o de elementos comunes en cualquier casa: un lápiz, una revista, un cordón de zapato. Eliminé de mi arsenal las armas blancas por aquello de mi hematofobia (temor a la sangre, por si acaso) y las de fuego por lo ruidosas y difíciles de esconder en el caso de requisas.

En el acta de defunción del  primer verdugo de mi familia quedó registrado como asfixiado por obstrucción de la tráquea y la faringe, eso es fácil de lograr, cuando se sabe donde ejercer la presión. El segundo figuró como un típico caso de suicidio por amor; después de años de seguimiento yo sabía de memoria cada uno de los movimientos de mis “pacientes”; sabía que estaba enfermo de amor y bebía sin misericordia para olvidar las traiciones de la ingrata. Una noche lo escuché hablar con el cantinero de sus deseos de morirse y le colaboré con mucho gusto, entré a su casa y dejé una botella de trago preparado de antemano con unas papeletas de cianuro, que también deje a la mano. Como estaba tan borracho y tan ansioso, simplemente desocupó la botella. El testimonio del cantinero, de los amigos de la novia y los sobres vacíos del veneno corroboraron el suicidio.

Los siguientes dos me sirvieron en bandeja la ejecución. Llevaron el automóvil a mantenimiento donde un mecánico conocido mío y le confiaron su itinerario de viaje; el mecánico me contó que viajarían a una región montañosa con grandes bajadas y subidas; de ida casi todo en bajada. Fue muy fácil alterar el sistema de los frenos para que fallara en un descenso prolongado. Demoraron dos días en sacar el carro porque el abismo era demasiado profundo.

En adelante descubrí cómo era de fácil liquidar cuentas sin dejar nada al azar y que pareciera ante una investigación lo que uno previamente había presupuestado. Todas las personas “normales” dan todas las comodidades para que un profesional las saque de este mundo de sufrimiento; no hablo de los matones a sueldo, los que actúan a mansalva con una ametralladora o una bomba, esos son chambones de oficio que tarde o temprano caen ante otro chambón de su misma calaña. O terminan en la cárcel porque dejan huellas por todas partes.

Cada día leo acerca de mi profesión y uno de mis libros preferidos es “Obras maestras del asesinato”, si están interesados investiguen el autor. Aprendan de memoria el cuerpo humano. Pónganse en Paz consigo mismos; no hay nada más patético que un homicida rencoroso. Si ustedes quieren que un trabajo quede bien hecho, háganlo ustedes mismos pero, ojo, si el pulso les tiembla, si los remordimientos de conciencia les van a quitar el sueño y el apetito, si su vida jamás volverá a tener paz, si se dejan ganar de las emociones; llámenme a mí, a David, el maestro del asesinato y de la muerte.

Dicen que soy blasfemo porque hablo de Dios. El Señor da la vida y la quita; como es tan misericordioso muchas veces perdona a los malvados, entonces aparezco yo, para ayudarle; yo elimino a los que merecen salir de este mundo porque Él me indica que están sobrando, yo obedezco a Dios Mi Salvador y en su nombre los envío a su presencia.  

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