Amanecía...
Me levanté al mirar el reflejo dorado y cobre que aparecía en mi ventana. Estaba despierto y no podía volver a dormir, solo pensaba en ti.
Dejé que el viento frío de otoño me acariciara el rostro cuando abrí la ventana, tenía que hallar una forma de alejarte de mi mente, lastimosamente sin ningún resultado.
Pensaba en las razones de tu presencia en mi y no supe hallar una sola sino muchas, muchas que en lugar de alejarte te acercaban aun mas.
Miré el rastro de nubes que reflejaban la luz en el cielo y suspiré imaginándote a mi lado.
La ciudad va despertando al ritmo del sol y el silencio se va perdiendo entre los sonidos cada vez mas frecuentes de los automoviles, sin embargo no me he movido de mi ventana, siento los hombros y el pecho fríos, pero pensar en ti me hace distinto.
Pienso en la dulce expresión de tu rostro cuando en la comisura de tus labios se va dibujando una sonrisa.
Pienso en tus ojos y en lo profundo de tu mirada, en la límpida ternura que se refleja en tu luz esmeralda.
Penso en la tersura de tu piel cuando te rozo la mejilla en un saludo, cuando con cualquier excusa te tomo de las manos, cuando entre una palabra y otra quito tus cabellos de tu rostro cuando el viento juega con ellos.
Pienso en el sonido de tu risa que me atrae como un imán a tu lado, la escucho, la siento, me alegra y me pierde.
La luz del sol ha llegado a mis ojos y me deslumbra, es hora de volver, de regresar de ti, de cada milímetro de tu presencia imaginada, de cada sueño que al amanecer me deja vacío.
Hoy voy a verte como todos los días, hablarte en lejanía, mirarte de pasada, sentir tu luz esmeralda en mi ojos cuando tu mirada me invade y decirte cualquier tontería para provocar tu sonrisa, esa sonrisa que ha atrapado mis noches y alegra mis días.
He cerrado la ventana y vuelvo a ser real de nuevo...