Ver las estrellas era mi más grande pasión, saber que eso era solo una parte insignificante de lo inmenso e infinito de lo que existe, llenaba mi corazón de desasosiego, mi mente se poblaba de preguntas cuyas respuestas se contradecían. En esos instantes me daba cuenta que hay cosas a las cuales la humanidad nunca encontrará respuesta, pues me parecía absurdo que siendo nosotros finitos, pretendiéramos alcanzar algo que es más que nosotros, infinito.
El día en el que el Sr. Michael entró a mi cuarto para decirme que había llegado la nueva institutriz comprendí cuanta falta me hacia Agatha. Ella había sido mi niñera desde que tenia conciencia de mi entorno, era mi amiga y compañera, me hablaba de la época en la que trabajó con unos italianos en una granja; lo hacía con tanta pasión que llegué a la conclusión que esa fue la única época feliz de su vida. Tenia una hija que vi una o dos veces cuando le venia a pedir dinero para drogarse. Pobre mujer, pasó toda su vida sacrificándose para satisfacer el vicio de su hija creyendo que de esa forma ella la iba a querer. Según tenía entendido, Agatha había salido embarazada cuando apenas tenía 16 años y todo había sido producto de una violación.
Pero que tonto soy, comencé por donde no debía. Me llamaba Emmanuel como mi padre, el hombre que apenas veía una vez al año cuando regresaba de su trabajo en Arabia. Nunca supe nada de mi madre más que su nombre, Marisela Márquez. Te preguntaras cómo viví toda una vida sin madre y con un padre ausente, pues para eso estaba Agatha. Mi padre le dejo mi tutela a ella mientras él trabajaba en una contratista petrolera al otro lado del mundo. Nadie más que mi padre sabía algo de mi madre y cuando era pequeño, por el tiempo en que Agatha me trataba de acercar a él aunque a mi me daba miedo ese desconocido que llegaba a invadir mi tranquilidad tratando de hacerme un hombre luchador en el escaso mes que pasaba a mi lado, le llegue a preguntar sobre mi madre y él solo me decía que había muerto al yo nacer y me pedía que me fuera del despacho pues estaba cansado. En esos momentos me daba cuenta de cuanto me despreciaba y cuanto yo a él.
Iba a un colegio que estaba a unas cuadras de la casa, todos los días el Sr, Michael me llevaba de la mano hasta que cumplí 13 años y me negué a que lo siguiera haciendo. Allí conocí al único amigo que tuve en toda mi vida, Rafael. Lamentablemente cuando teníamos 10 años Rafa se fue de la ciudad y más nunca volví a saber de él. Como deberás imaginar era un chico aislado y tímido en el colegio. Cuando llegué al liceo solían molestarme por ser tan retraído y estar todo el día en un rincón leyendo esos viejos libro que se me desasían en las manos y que encontraba en el despacho de mi padre.
Una mañana cuando tenía 9 años entré al sótano por descuido de Agatha. Era la única parte donde no me dejaban entrar por órdenes del Sr. Montalvo (mi padre), el cual pasaba buena parte del mes en que estaba en la casa en ese lugar. Allí encontré un baúl lleno de cartas de amor entre mi padre y mi madre, también habían vestidos y accesorios de mujer. Todo eso era como una habitación de culto a mi madre pero lo más extraño es que no había ni un solo retrato de ella. Después de tanto rogarle a Agatha y al Sr. Michel que me dijeran por qué no habían fotos de mi madre, ellos me confesaron casi como cometiendo un pecado, que mi padre en una noche de desenfreno las había quemado todas. Nunca superó que mi madre lo dejara solo, así como tampoco me perdonó que me regalara la vida a cambio de la de ella.
En fin, en ausencia de una madre cree a una. No creas que fui un genio loco que hizo un robot o algo por el estilo que remplazara a su madre. No, solo solía imaginarla como una intelectual amorosa que me mimaba a toda hora y que era mi confidente. Pude deducir que tenía una gran formación académica por la forma en que redactaba las cartas, usaba un vocablo muy amplio y su redacción era impecable. Me entere un día que la mayor parte de los libros del despacho eran de ella, ya que mi padre me dijo que tenia los mismos gustos literario que mi madre cuando me vio leer un libro de literatura contemporánea y comentó que todo lo que leía (casi todo los libros de las repisas, excepto los de matemática y física) habían sido comprados por ella. Así fue como en todas mis maestras, profesoras y mujer que conocí comencé a buscar a esa madre que nunca tuve, a esa literata que escribía una carta de 5 hojas cuando el remitente solo respondía con media página. Trataba de ser perfecto ante los ojos de esas mujeres como hubiera querido serlo ante los de mi madre. Algunas me trataban con cariño pero ninguna lleno el vacío que cada día crecía en mi interior porque simplemente no se ajustaban a la imagen creada.
Agatha fue la primera en la que busqué las cualidades de esa madre idealizada pero ella apenas había terminado la primaria y yo no me conformaba con el amor de madre que ésta me daba, quería que tuviese la capacidad intelectual de la madre ideal creada por mí. Por esa razón a medida que iba creciendo me fui alejando cada vez más de ella, me decepcionaba que no fuera como yo quería que fuese. ¿Que mal suena todo esto, verdad? Pero para que engañarte si estas oyendo a un perfeccionista egoísta que durante toda su vida se le hizo más fácil juzgar a las personas que aceptarlas tal como eran.
Retomando el día oscuro y triste en que todo el patio estaba inundado por la tormenta de la noche anterior, cuando el Sr. Michael entró a mi habitación para anunciarme que llegaba la nueva niñera para terminar de criarme a mis 12 años de vida, es decir, ser mi encargada durante los años que me faltaban para ser mayor de edad y no tener que estar a cargo de nadie. En ese momento además de extrañar a la recién fallecida Agatha, comprendí lo desgastado y viejo que estaba el Sr. Michael, con el cual siempre tuve una relación distante y diplomática. Era un hombre serio que sólo se permitía una sonrisa cuando hablaba con Agatha, a la cual creo que amaba pero que nunca se lo confeso por respeto.
Esa mañana te conocí Amelia. Desde el primer momento en que me viste me regalaste una sonrisa sincera y te presentaste como la señora en la que podía encontrar una amiga; me dejaste muy claro que no venias a remplazar a Agatha en mi corazón. Mientras me hablabas yo te miraba serio, sin demostrarte cuanto rencor le tenía a la vida por haberme quitado a las dos únicas personas a la que les había importado, mi madre que dio la vida por mi y Agatha por tratar de ser esa madre amorosa y comprensiva que yo me negaba a ver.
Hoy te veo al lado de mi cadáver, derramando lágrimas de tristeza y felicidad porque antes de morir te dije… Esa palabra que había reservado por años, esa palabra que debí dirigir a Agatha y no a ti, esa palabra que fue mi último aliento, esa palabra que significó mi propósito de vida, esa palabra que ya no significa nada porque he descubierto que en la muerte no existen recuerdos, sentimientos ni esperanzas; esa palabra que la desconocida que tomó mi mano al despedirme de ti, pide que le diga: MAMÁ…