Por fin ya era viernes. Para Silvia todos los viernes eran buenos pero aquel viernes era especial. Cuando salía por la puerta del colegio aún tenía en la cabeza la idea que le había rondado todo el día. Esa tarde, a las siete y media, estaba invitada al cumpleaños de Itziar. Que ese día fuera el cumpleaños de su amiga no tenía mucho de particular pero había algo que lo hacía diferente a los otros cumpleaños. Julen, el primo de Itziar, vendría a la fiesta y esa era la razón de que Silvia no pensara en otra cosa. Las ecuaciones de la clase de Matemáticas no tenían ningún sentido, ni las frases de Lengua, ni los lejanos ríos africanos. Tampoco aquellas aburridas historias de romanos que salían de los labios de la profesora de Historia, tan gorda. Los ojos de Julen, de ese color verde manzana, esos si que tenían importancia para ella, y su sonrisa, tan característica, de lado, como si de un actor de cine se tratara. Sí. Silvia podía decir que ese iba a ser su día aunque ya supiera que Julen prestaría más atención a Karmele que a ella pero claro, Silvia no se pavoneaba tanto como Karmele, ni se pintaba los labios, como ella.
“De todas formas —pensaba Silvia— algún día cambiarán las cosas”... Aún quedaban dos horas y media para la fiesta. Tiempo suficiente. Silvia no se entretuvo ni esperó a sus compañeras y regresó a casa a paso ligero. Quería cambiarse de ropa y ponerse al cuello aquel colgante que compró en la tienda de productos exóticos de la capital. Todavía recordaba el bazar, lleno de cosas mágicas en sugerente desorden, que invitaba a pasar las horas muertas mirando, apartando, tocando aquellas mercancías traídas de quién sabía dónde. Y la vendedora… misteriosa, entre gitana y aristócrata, de una edad indefinida aunque vieja, sin duda. Recordaba que sintió cierta inquietud, casi podría llamarlo miedo, cuando llevó el colgante al mostrador y ella le miró tras los cristales de sus lentes, como de media luna. Guardó el papel del envoltorio durante meses entre las hojas de un libro. No tenía nada de especial salvo el olor, un perfume singular de maderas dulces, delicado pero duradero. Algunas noches, antes de dormir, abría el libro y aspiraba su aroma, suavemente, como para no gastarlo, y entonces recordaba la tienda. Era un elixir que despertaba sus sueños.
Y es que Silvia disfrutaba soñando, ya estuviera dormida o despierta. A sus catorce años, casi quince, soñar era lo normal. “¿Quién no ha soñado a esa edad?”.
Aunque Silvia era una guapa adolescente, prefería soñar con las actrices y cantantes, en ser como ellas. “Esas sí que son hermosas —solía pensar con frecuencia”. Tan resueltas como aparecían en la televisión, con esos trajes de ensueño, alegres, de fiesta en fiesta, felices, en una palabra….
Había dejado de llover y eso era un alivio. Hacía tres días que llovía y ahora parecía que el tiempo se hubiera confabulado con Silvia para que la fiesta fuera un éxito. Aunque hiciera frío, eso era lo normal para mediados de enero. Su madre la miró sorprendida cuando llegó a casa, no así su perro Seti, un precioso Setter blanco con manchas marrones en el lomo y la cabeza. Le había puesto ese nombre en honor al faraón egipcio. Seti la esperaba inquieto tras la puerta de la casa y Silvia no pudo esquivarlo cuando se le echó encima.
—Llegas temprano —dijo su madre mientras se secaba las manos.
—Ya.
Silvia se descalzó y fue directa a su habitación, seguida por Seti quien aún no había quedado satisfecho con las caricias y abrazos que había recibido y movía insistentemente el caprichoso rabo, largo y nervioso Lo primero que hizo Silvia fue abrir el libro y oler el papel de la tienda durante un instante. Guardó el aroma como si fuera su tesoro secreto y cerró las tapas. Después, buscó la foto de Julen en el cajón y estuvo un rato contemplándola. Quedaban algo más de dos horas. Su madre abrió la puerta.
—¿No vas a merendar? —le dijo.
—¿No te acuerdas? Hoy es el cumpleaños de Itziar.
—Es verdad. Lo había olvidado.
Silvia se duchó y comenzó a vestirse sin prisa. Eligió unos jeans estampados y un jersey con cuello alto. Se plantó frente al espejo y se recogió el pelo castaño oscuro en una coleta alta. Se giró un poco a derecha e izquierda y, una vez satisfecha, cogió del zapatero las botas rojas y se dispuso a salir.
—¿Dónde vas? —le dijo, severa, su madre.
—He quedado.
—¿Tan pronto?
—Daremos una vuelta antes de la merienda.
—Sí, sí. Pero antes sacarás al perro.
—Hoy no, por favor.
Silvia miró a Seti. Parecía como si éste comprendiera la conversación y regresó a su movimiento de rabo, excitado, saltando levemente con sus patas delanteras. Silvia no pudo resistirse. “Total, aún tenía tiempo”. Además, no podía fallar a su perro. Era, sin duda, su mejor aliado. Se entendían. “¿Quién le hacía compañía cuando lo pasaba mal? ¿Quién sabía de todas sus penas más que él? Seti siempre la escuchaba, incluso parecía que asentía cuando ella le contaba esos problemas que ocultaba hasta a la mejor de sus amigas.
—Vamos, Seti
Se puso la pelliza, tomó la correa y salió con él haciendo un gran esfuerzo por contener su ímpetu y no rodar por las escaleras. En menos que canta un gallo ya estaban en la calle.
Silvia se dirigió al parque sin desenganchar la correa hasta que llegaron junto a los primeros árboles. El perro se moría de ganas de correr y casi no permitía que Silvia soltara el cierre. Cuando consiguió hacerlo fue un visto y no visto. Seti se lanzó a una frenética carrera, haciendo quiebros, frenando y acelerando, volviendo a la carga contra ella y esquivándola en el último momento para regodeo de la muchacha. De pronto, el Setter se paró en seco y levantó las orejas y el hocico, como si algo le hubiera alertado. Silvia miró en la dirección que venteaba el perro pero no vio nada. El parque estaba poco iluminado y a aquellas horas era ya noche cerrada. Además la niebla se estaba echando sobre el pueblo y las únicas farolas que se mantenían encendidas no alumbraban prácticamente el suelo a sus pies.
El perro se lanzó a una vertiginosa carrera, adentrándose entre los árboles. Silvia aún lo veía cuando se paró de nuevo.
—¡Seti! —llamó con voz cortante—. Ven aquí.
Sin embargo, éste pareció no oírla y se introdujo aún más en la espesura. Ella le llamó otras dos veces sin obtener respuesta. Ya no le veía pero no quería ir a buscarle porque el suelo estaba embarrado y se mancharía las botas. Oyó un ladrido pero no un ladrido normal; era como un ladrido temeroso y muy a su pesar, comenzó a caminar en aquella dirección. Los ladridos se hicieron insistentes y Silvia se asustó. Algo le pasaba a su perro. Aceleró el paso en dirección a donde escuchaba el escándalo, corriendo ya, cuando tropezó con la raíz de un castaño y cayó al suelo con tan mala fortuna que se golpeó la cabeza contra una piedra y perdió el conocimiento.
Cuando abrió los ojos, se incorporó y pudo darse cuenta del desastre. Tenía los pantalones y la pelliza manchados de barro, le dolía enormemente la cabeza y tras llevarse la mano a la frente comprobó que se había hecho una herida. Para colmo su perro seguía sin aparecer. Se habían apagado todas las farolas y la oscuridad era total. Iba a llamar a Seti cuando escuchó el ruido de alguien que se acercaba a la carrera. Ya estaba pensando en la reprimenda que iba a echar al perro cuando, sin darle tiempo a girarse, algo chocó contra ella arrojándola de nuevo al suelo. Allí, tumbada pudo ver al culpable de su nueva caída: se trataba de un muchacho algo mayor que ella, vestido casi como el “Peter Pan” que recordaba de los cuentos, con el pelo enmarañado y cara de pocos amigos.
—Radjha: ¿qué haces aquí? —le dijo mirándola con asombro—. Y, ¿de qué vas vestida?
Silvia no comprendía. Permaneció quieta, mirando al extraño chico sin poder articular palabra.
—No te quedes ahí, alelada o te cogerán las bestias. Tengo a cuatro pisándome los talones. ¡Corre!.
Entonces, sin pensárselo dos veces, arrancó a correr pero se detuvo a los pocos pasos al comprobar que Silvia no le seguía.
—¿Qué pasa, Radjha? ¿es que no me has oído? —se acercó otra vez y la tomó de la mano— Corre o nos pillarán Silvia iba a decir algo cuando unos estremecedores gruñidos le pusieron los pelos de punta. No sabía qué podría ser pero estaba segura de que no se trataba de nada bueno. El otro le miró intensamente y Silvia vio en sus unos ojos de gato de color casi amarillo, una expresiva mirada. Instintivamente echó a correr pero él corrigió su dirección, tirándole de la pelliza.
—Por ahí, no —le dijo—. No hay salida. Sígueme.
Corrieron durante un buen rato pero el muchacho era mucho más rápido. Cuando éste vio que Silvia quedaba atrás, se detuvo a los pies de un gran árbol y esperó a que ella le alcanzara.
—Nos cogerán —dijo jadeando—. Sígueme.
Comenzó a trepar por el tronco del árbol. Una vez sintió asegurados los pies, le tendió una mano. Ella se asió con fuerza y trepó asimismo.
—No podemos quedarnos aquí. Nos verán. Hay que subir más arriba.
Silvia obedeció sin rechistar y subieron hasta una altura que daba vértigo. Se acomodaron como mejor pudieron y esperaron en silencio. Entonces, el chico acercó su cara a la pelliza y la olisqueó.
—¿No te has puesto el ungüento? —preguntó.
—¿El ungüento? —respondió ella con cara de no entender. —Estás como lela. ¿Qué te ha pasado?
Sacó entonces un tarro del bolsillo y untó la pelliza de Silvia con una crema que había en su interior. Ella fue a protestar pero, justo en ese instante, el chico le tapó la boca con una de sus manos.
—Shhh. Ni una palabra —le susurró.
Fue providencial porque unos sonidos aterradores fueron escuchándose cada vez con mayor claridad. Al cabo de unos segundos, quienes los producían se pararon justo debajo del árbol. Silvia no los veía pero aquellos ruidos, indescriptibles, como los que sólo pudiera emitir una criatura monstruosa le erizaron el vello de la nuca. Ya no hizo falta que su compañero le amordazara puesto que ella se sentía incapaz de pronunciar palabra alguna. Aquellas bestias estuvieron desorientadas varios minutos junto al tronco en el que estaban guarecidos mientras ellos dos escuchaban sus soplidos, gorgoteos, bufidos y ronquidos en una orquestación confusa y tremebunda. Por fin se marcharon pero los niños no se atrevieron a moverse hasta pasado un buen rato. Fue el chico quien habló primero.
—Ya podemos bajar. Se han ido.
—¿Qué eran?
Él la miró sorprendido.
—Definitivamente, parece que no eres la misma. Son whorgos.
—Me han asustado.
—Y con razón. Si llegan a dar con nosotros, nos hubieran devorado en un abrir y cerrar de ojos. Por suerte me quedaba algo de ungüento. Bajemos cuanto antes.
Cuando llegaron abajo sólo quedaba de los whorgos un indescriptible hedor. Silvia se tapó la nariz con un mano, en tanto que su compañero le tomaba la otra y se internaba aún más en la espesura.
Estuvieron caminando largo tiempo. Silvia no veía prácticamente nada entre la niebla y la oscuridad de la noche pero el muchacho parecía saber adonde iba. En un momento determinado se paró.
—Es aquí —dijo.
Se agachó entonces y apartó unas ramas del suelo. En el claro que había quedado apareció una losa y cuando iba a retirarla, ella le sujetó del brazo:
—Un momento. ¿Cómo te llamas?
Él la miró como antes pero esta vez no hizo ningún comentario.
—Gheywin —dijo.
—¿Dónde vamos?
—A un lugar seguro.
Empujó la losa sin demasiado esfuerzo y bajó algunos peldaños. Se detuvo y encendió una tea. La levantó algo hasta alumbrar la cara de la chica y la invitó a bajar. Silvia bajó y comenzaron un corto descenso por un angosto corredor inclinado que continuaba después por otro llano. A medida que avanzaban se iban haciendo más claros unos sonidos de actividad al fondo. Además se apreciaba un débil resplandor de color rojizo. El corredor se hizo más amplio y entonces se cruzaron con un joven algo mayor que Gheywin, vestido de la misma manera. Les saludó llamándoles por sus nombres y se detuvo para contemplar a la muchacha con cara entre asombrada y divertida. Gheywin respondió al saludo y continuó caminando hacia la luz, que cada vez era más clara.
Al fondo del corredor se encontraron con una sala abovedada en la que varios hombres trabajaban forjando herramientas parecidas a dagas. Los pocos que levantaron sus cabezas repitieron el gesto de extrañeza al ver a la chica. Gheywin no les prestó atención y continuaron su camino, atravesando otras salas en las que se realizaban otras actividades. Al final, llegaron a una puerta cerrada en cuyo umbral se encontraban dos fornidos guardianes. Cuando iban a abrir la puerta, les cerraron el paso. Gheywin les miró inquisitivamente.
—¿Qué ocurre? —preguntó.
—¿Por qué vas vestida de esa manera, Radjha? ¿Dónde has estado?
—Vamos, Twhort —protestó Gheywin—. Déjanos pasar.
El tal Twhort le miró con cara de suficiencia y abrió la puerta entrando en la otra sala y cerrando tras de sí. Salió al cabo de un minuto.
—Podéis pasar.
Cuando lo hicieron, Silvia se quedó impresionada por el lujo que llenaba la estancia. Ésta, de forma ovoide, estaba iluminada suavemente con luces situadas tras unos cristales móviles de diferentes colores. A la derecha de Silvia se veía una fuente de la que manaba un líquido que cambiaba de color con los efectos de la luz. Unas jóvenes tocaban una dulce melodía con tres tipos diferentes de arpa mientras otras personas ataviadas con lujosos trajes hablaban en corros. Al fondo se veía una especie de trono en el que estaba sentada una mujer. A uno de los lados de ésta, una imponente pantera reposaba sobre una estera y al otro, un hombre, de pie y medio inclinado hacia el trono, hablaba con su ocupante.
Los dos niños se quedaron durante unos instantes al lado de la puerta. Gheywin tiró con suavidad de la manga de Silvia y le dijo en voz baja. —Radjha, ya sé que no debería decirte esto pero como estás tan rara… bueno, no olvides la reverencia. Haz lo que yo.
Silvia asintió. En ese momento, el hombre que estaba inclinado ante el trono miró en su dirección y eso hizo que la mujer hiciera lo mismo.
—Acercaos —dijo ésta, solemne.
Ellos hicieron lo que les mandaban mientras cesaba la música y todos los presentes dejaban sus ocupaciones para contemplar a los recién llegados. Cuando estuvieron a pocos pasos del trono, Gheywin se detuvo e hizo una ligera reverencia. Silvia hizo lo propio.
—Radjha —exclamó, altiva, la mujer— ¿Dónde has estado? Ya me habían dicho que vestías con unas ropas extrañas pero se habían quedado cortos. ¿Quieres explicarte?
—No sé que voy a explicar —respondió Silvia y Gheywin se puso colorado hasta parecer que iba a explotar.
El que estaba junto al trono miró severo a Silvia.
—¡Mantén el respeto, muchacha! O ¿acaso has olvidado las normas de cortesía que te obligan?
—Radjha tiene problemas —protestó Gheywin—. No se acuerda de nada. —Hablarás cuando se te pregunte —cortó tajantemente la mujer—. No sea que vaya a reinar la anarquía en nuestro pueblo. ¿Es cierto que has perdido la memoria?
—Si de lo que me tengo que acordar es de cualquier cosa referente a la tal Radjha, debo decir que sí. Yo no me llamo Radjha. Mi nombre es Silvia y no vivo aquí, ni tan siquiera sé cómo he llegado a su país. Ustedes me deben de confundir con otra persona.
—Está hechizada —dijo el hombre con actitud ladina—. Probablemente haya sido capturada por los brujos de Ishkar y nos la hayan devuelto como espía.
—Calla Mascoldin —atajó la mujer y Silvia dedujo que, aunque aquel acataba las órdenes de la mujer, tenía una posición importante entre aquellas gentes—. Sabemos quién eres y espero una explicación. ¿Qué noticias traes de Zenitha?
—Me temo que no comprendo.
Gheywin carraspeó y dijo a Silvia en voz baja:
—Señora.
Silvia comprendió y repitió con una excusa en su gesto:
—Me temo que no comprendo, Señora.
—Eso está mejor —dijo la mujer—. Me pones en un compromiso, Radjha. No sé que voy a hacer contigo. Te encomendé una misión y has regresado sin cumplirla. Además vistes como una extranjera o algo peor puesto que, aunque he conocido gentes de muy diversos pueblos, nunca tuve ante mí a nadie con esas ropas. Mascoldin dice que puedes estar embrujada y tal vez tenga razón. Dime entonces: ¿qué voy a hacer contigo?
Silvia no contestó esta vez. Se hizo un tenso silencio en la estancia mientras Mascoldin la miraba con desdén. Fue la Señora quien lo rompió: —¿Tienes algo que decir, Gheywin?
—Sí, Señora. Cuando venía hacia aquí fui sorprendido por una horda de whorgos y tuve que desviarme para que no encontraran la entrada. Fue entonces cuando me topé con Radjha. Parece que había tenido un accidente. Le pregunté, extrañado, por su aspecto y por qué estaba allí y no supo contestarme. No supo siquiera quién era yo ni ella misma. Quizá el golpe le hizo olvidar, Señora.
—¿Explicaría eso su atuendo? —replicó la mujer.
Gheywin no supo qué contestar, no así Mascoldin quien encontró en ello un pretexto para atacar de nuevo a la chica.
—Naturalmente que no. Nada explica nada, Señora. Yo digo que ni Radjha ni su padre, el Señor de Zenitha, han sido nunca aliados nuestros. Digo que desde que vuestro honorable padre repartió el Reino, Glhor, vuestro hermano y padre de Radjha y ella misma, han conspirado contra vos y se han aliado con los señores de Ishkar y con los brujos que les protegen, para acabar con vuestra dinastía y dominar así todo el Reino Antiguo. Digo que Radjha es una espía y que ha sido enviada aquí para descubrirnos y digo, por último, que mejor haríamos si la encerráramos hasta que los Magistrados la condenen… a muerte. Un creciente murmullo inundó la sala. Algunos de los presentes hacían gestos y comentarios de asentimiento sobre lo que acababan de escuchar. Silvia abrió desmesuradamente los ojos sin dar crédito a lo que oía. Miraba al tal Mascoldin, a Gheywin y a la Señora, y tuvo miedo. No sabía cómo podría salir de aquel embrollo. La voz de la mujer le sacó del trance.
—Mantengamos la calma —dijo—. Tus palabras son arriesgadas, Mascoldin. No podemos probar que lo que dices sea cierto y debemos esperar. Si Radjha está hechizada, su hechizo acabará en algún momento. Mientras tanto, permanecerá recluida en sus aposentos y no podrá ver a nadie más que a quien yo designe. Si esta situación no cambia para dentro de dos días, la llevaremos a los Magistrados.
La mujer hizo un gesto y dos guardias se acercaron al trono. Uno de ellos pidió amable pero seriamente a Silvia que les acompañara. Ésta miró a Gheywin y ante su leve asentimiento, obedeció con docilidad. Cuando salió de la estancia acompañada por los guardias, Gheywin pidió permiso para hablar. La mujer le autorizó a hacerlo.
—Señora —comenzó diciendo—. Sabéis que hasta el día de hoy no hemos tenido motivos para desconfiar de Radjha. Estoy seguro de que no miente. Cuando la encontré estaba totalmente desorientada. Si me lo permitís, podría ayudar a que recordara.
—¿Y si está hechizada? —interrumpió Mascoldin, mirando, severo, al chico—. ¿Acaso podrías tú asegurar que no lo está? ¿Desde cuándo te arrogas la responsabilidad de un riesgo tal?
—Pero, yo —Gheywin quiso protestar…
—¡Silencio muchacho! —bramó Mascoldin—. No creas que porque tu padre fue un valeroso y honrado caballero de Undhia y porque diera la vida por Shat, nuestra Señora, vas a disfrutar de prerrogativas que sólo se obtienen por los propios méritos. Sólo los Magistrados pueden decidir sobre la conveniencia del apresamiento o la condena de Radjha y tú acatarás sus decisiones sin rechistar. ¿Comprendido?
Gheywin se daba perfecta cuenta del peligro que corría. Mascoldin era un hombre muy poderoso. Sabía también que esa maniobra le beneficiaba puesto que tenía excelentes relaciones con los Magistrados y que éstos colaborarían con él si hiciera falta. Por lo tanto decidió actuar con más cuidado.
—Señora —dijo con la vista fija en el suelo— Si tan sólo me permitierais verla…—Gheywin —respondió ella tras meditar unos segundos—: cuando murió tu padre, con quien siempre estaré en deuda, prometí ocuparme de ti y tú nunca me has dado motivos para arrepentirme de mi decisión. No creo que tampoco lo hagas ahora. Puedes verla cuando desees pero quiero dejar claro que la decisión de los Magistrados será irrevocable. No tengo nada más que decir.
—Gracias, Señora —dijo Gheywin mientras comenzaba a salir de la sala. A punto de franquear la puerta, levantó algo los ojos y pudo ver a Mascoldin quien le miraba con odio.
Cuando la puerta se cerró a sus espaldas, Silvia se sintió más sola que nunca. Sin darse cuenta, la figura de su perro Seti le vino a la cabeza y no pudo evitar que una solitaria lágrima se deslizara por su mejilla. Miró a su alrededor. La habitación estaba hermosamente decorada. Había en ella una cama enorme, de madera, semioculta tras unos finos visillos de tonalidad verdosa. Una mesa de madera labrada dominaba la estancia y, al fondo, un panel de armarios invitaba a curiosear. Silvia, sin embargo, echaba en falta una ventana desde la que mirar al exterior. Se acercó a la mesa, tamborileó con sus dedos en ella y miró a los armarios. Sentía curiosidad. “Esta debe de ser la habitación de la tal Radjha —pensó—. Bueno… si parece que tengo que ser ella, no estará mal que inspeccione mis cosas”. Tras abrir una de las puertas, se le abrieron los ojos hasta el infinito. Nunca había visto vestidos más hermosos. Había tejidos que no conocía y otras cosas que no sabía para qué servían. También vio un objeto como un arpa tumbada, elaborado con madera y barnizado con exquisita finura. Algo le llamó la atención. Se trataba de un fragmento de marco que reposaba al fondo del armario. Silvia lo tomó. Era un retrato de un hombre y una mujer tan bien pintado que parecía que tuvieran vida. Se acercó a una tea de la pared con el cuadro en sus manos y lo miró durante un rato. Sus rostros le parecían familiares. En ese momento se abrió la puerta.
—¡Gheywin! —dijo, y en su cara se dibujó una leve sonrisa.
—¡Hola, Radjha! —respondió el otro—. ¿Qué tal te encuentras?
—No sé.
—¿Reconoces tu habitación?
—No es mi habitación.
El chico se tomó un tiempo antes de proseguir.
—Escucha Radjha: tenemos poco tiempo. Mascoldin ha conseguido que tu suerte dependa de los Magistrados y eso es malo para ti. Sólo nos quedan dos días y para entonces tienes que recordar. ¿Qué es lo que sabes de ti?
Silvia se estaba exasperando. Silvia miró hacia fuera y pudo ver a los guardias tumbados en el suelo. Entre Gheywin y ella misma los arrastraron con mucho esfuerzo hacia el interior de la habitación. Gheywin les quitó las armas y entregó una daga a Silvia mientras él se quedaba con otra y una espada.
—¡Vamos, Radjha! —dijo con resolución—. Nos marchamos de aquí.
Ella no se lo pensó dos veces y salió del cuarto tras el muchacho. Comenzaron a caminar por los corredores haciendo el menor ruido posible. Tuvieron mucha suerte y nadie reparó en ellos, de manera que pudieron ganar el exterior sin mayor novedad. Una vez libres, Silvia se dejó guiar por Gheywin. Lo primero que hizo éste fue dirigirse a unos matorrales de los que sacó un zurrón que se cargó a la espalda.
Al principio no dijeron ni una palabra. Al cabo de casi una hora de marcha fue Silvia la que habló:
—Gracias, Gheywin.
—No tienes por qué darlas.
—Me has salvado.
—No he hecho nada del otro mundo. Cualquiera lo hubiera hecho. Lo que iban a hacerte era injusto a todas luces. De todas formas aún no estamos a salvo. Durante el día nos perseguirán los soldados de Undhia y por la noche estaremos a merced de los whorgos—¿Por qué no estoy con mi supuesto padre?
—Te fuiste de su reino tras la última discusión con él. Antes, tu padre y tú estabais muy unidos pero tras su segundo casamiento, tu madrastra le tiene a su merced. La lógica dicta que si tu padre y Shat se unieran, los golgianos unidos venceríamos a los iskhares pero parece que tanto tu madrastra como Mascoldin tienen otras ideas y, desde luego…, mucho poder.
—Antes has dicho que había vuelto. ¿De dónde?
—Shat te encargó hace un mes la misión de concertar una entrevista con tu padre. Te fuiste sola, rechazando la escolta, lo que provocó ciertas suspicacias en Mascoldin. Creo que te hizo seguir y que él es el responsable de tu herida. ¿Nada de esto te suena?
Silvia negó con la cabeza, desanimada.
—Será mejor que te acuestes. Mañana continuaremos.
—Pero —se quejó Silvia—… yo… tengo que irme.
—No podrás salir de aquí así que hazme caso y descansa. Voy a retirarme y mañana temprano regresaré. ¿De acuerdo?
Silvia asintió. Cuando Gheywin salió de la habitación, se recostó en la cama. No podía dormir pero al final, tal vez por el propio golpe recibido, por el cansancio o por las dos cosas, se quedó profundamente dormida. Pasaron los dos siguientes días intentando recordar, para desesperación de Gheywin que no conseguía progreso alguno con Silvia. Ésta, sin embargo intentaba memorizar cuanto podía con vistas a su futuro careo con los Magistrados. De cualquier manera no sirvió de nada puesto que tras el examen al que la sometieron y que realizaron bajo hipnosis, Silvia fue condenada a muerte por traición. Tanto ella como Gheywin quedaron abatidos con la sentencia. A Gheywin le fueron prohibidas sus visitas a las habitaciones de la chica de manera que decidió urdir un plan...
Silvia paseaba nerviosa por su habitación. Parecía estúpida la manera como se había metido en aquel lío. Hacía tan poco tiempo que tan sólo estaba preocupada por que Julen le prestara un poco de atención… Sin embargo, ahora, peligraba su propia vida. No se lo podía creer. Tenía que estar soñando pero... no: aquello era real. Tan real como que ese mismo día la iban a ejecutar. Se desesperaba. Escuchó un golpe tras la puerta y se puso en guardia al tiempo que un cosquilleo le subía por el estómago. Prestó entonces más atención y pudo ver cómo se movía el pomo. Sintió miedo cuando se abrió la puerta. Supuso que venían por ella y se preparó para defenderse pero quien apareció bajo el umbral fue Gheywin. En cuanto entró, se colocó un dedo en los labios y dijo en susurros:
—¡Ayúdame, Radjha! Vamos a meter dentro a estos dos. —Sé de mí todo lo que debo saber —respondió en voz demasiado alta—. Me llamo Silvia, no vivo aquí, he perdido a mi perro y me estoy cansando de esa Radjha y de toda esta gente, ¿entiendes?
—La que tienes que entender eres tú. ¿Es que no te das cuenta de que si no recuerdas pronto quién eres y explicas cómo has vuelto con esa pinta, puedes acabar decapitada? ¿no te das cuenta de que no tienes ninguna posibilidad con tu obcecación? Bastante esfuerzo me ha costado conseguir el permiso para verte, así que no seas obstinada y colabora conmigo. ¿De acuerdo? Nadie más que yo podrá salvarte.
Silvia tragó saliva. Era posible que se encontrara en un lío más serio del que imaginaba.
—¿Qué quieres que haga? —preguntó.
—Lo mejor será que me digas qué sabes de Radjha.
—Ya te he dicho que no sé quien es esa Radjha.
—Bien, pues yo te lo diré para ver si así recuerdas.
El chico tomó aire y continuó hablando.
—“Eres la hija de Glhor, Señor de Zenitha. Shat, la Señora de Undhia, la que estaba en el trono, es tu tía. Ella y su hermano Glhor son hijos de Ridihwn, el último gran rey de Goljia, el que aparece en ese retrato. La que está con él era su esposa, es decir que ellos fueron tus abuelos.” Silvia se estremeció de sólo pensar en semejantes bestias.
—¿Adónde vamos?
—No lo sé. Primero nos alejaremos tanto de los soldados como de los iskhares e intentaremos ganar tiempo hasta que puedas recordar. Hay una zona al norte, en el límite de la antigua Goljia y de Ishkar, que está poco poblada y menos vigilada. Más al norte están las tierras inhóspitas donde viven las tribus obanas rebeldes y nadie quiere acercarse por allí. Tardaremos tres días en llegar. ¡Oye, Radjha!: tienes que volver a ser tú misma. Ahora estamos en una situación muy delicada. No te quiero presionar pero tienes que intentarlo.
—Ayúdame tú —respondió ella—, aunque no creo que nada de lo que me digas me haga cambiar.
—Bien. Empezaré por el principio. El mundo en el que vivimos se llama Mendh—Yetah…
Silvia no pudo evitar reírse abiertamente.
—¿De qué te ríes? —le increpó él, malhumorado.
—¿Cómo dices que se llama?
—Mendh—Yetah.
—Es gracioso.
—¿El qué?
—Yo vivo en Mendieta.
—Pues, claro. —Ya. Sólo que me hace gracia que todo sea tan diferente y que, sin embargo, coincidamos en eso.
—Algo es algo —replicó, sonriendo, Gheywin.
Aquella era una sonrisa sincera. Gheywin, sin darse cuenta del equívoco, recobró el optimismo al comprobar que Radjha recordaba, al menos, el nombre de su mundo. Continuaron caminando y, mientras tanto, el chico puso a Silvia al corriente de la historia de su mundo, y de la situación en ese momento. Se tomó su tiempo, de manera que al atardecer del día siguiente, cuando aún no habían salido del bosque, continuaba explicando a la chica cosas de su propia familia. Fue en ese momento cuando escucharon unos lamentos a escasa distancia de donde ellos se encontraban.
—¿Qué ha sido eso? —preguntó Silvia.
—Parece que alguien tiene problemas. Acerquémonos con cuidado.
Se aproximaron, precavidos hacia el origen de las voces y enseguida pudieron comprobar que partían de un foso que había en el centro de un claro. Se asomaron al borde.
—¡Ah, qué dicha la mía, hermosos muchachos! Ya pensaba que nadie podría ayudarme y que iba a morir aquí, como un apestoso whorgo, sin poder terminar las tareas que el destino me tenía reservadas. Ayudadme a salir de esta tumba, os lo suplico. La que así hablaba era una anciana, sucia y lastimada. Parecía que había caído en aquel agujero de unos tres metros de fondo y, desde luego, no podría salir de él sin ayuda. Silvia se dispuso a socorrerla pero Gheywin dio un paso atrás.
—¿Qué pasa? —dijo la chica con cara de extrañeza.
—Es una bruja Ishkar —replicó Gheywin.
—¿Y, eso?
—No podemos ayudarla. Tan pronto como quede libre, no tendrá compasión de nosotros.
—He oído lo que dices, muchacho —interrumpió la vieja—. ¿Acaso crees que alguien puede ser tan duro de corazón como para hacer el mal a quien le ha salvado la vida? ¿Harías tú algo así? Chica: ayúdame tú.
—No lo hagas —atajó Gheywin.
—Sí, lo haré. Nunca he dejado de prestar ayuda a quien lo necesita y esta no va a ser la primera vez.
—Si la ayudamos, nos matará o nos hechizará y entonces sí que estaremos perdidos.
—Yo no entiendo de hechizos y sí de gente necesitada. Voy a intentar sacarla de ahí. ¿Me ayudarás?
El chico vaciló un instante pero no pudo negarse. A regañadientes, abrió el zurrón y sacó de él una cuerda. Se la ató a la cintura y lanzó el otro cabo por la abertura.
—Agárrate, vieja —gritó. Cuando la anciana salió del hoyo descansó unos minutos durante los que no paró de dar las gracias y de asegurar que les compensaría por su ayuda. De repente, su cara cambió y miró fijamente a Silvia mientras le decía:
—Te pareces mucho a Radjha, la hija de Glhor, pero no lo eres. Tú no eres de aquí. Eres humana.
Silvia se sobresaltó.
—¡Claro que soy humana! ¿Qué iba a ser si no?
—Ya, ya —dijo la vieja—. Tú no sabes nada de las traslaciones y por lo que puedo percibir, tampoco tú, muchacho. No sé cómo has llegado aquí, pero este no es tu mundo.
—Ya era hora de que alguien empezara a creerme —exclamó Silvia—. ¿Acaso sabría usted cómo puedo volver a ser yo misma?
—Las cosas no son tan sencillas, muchacha. Además, tu presencia en el mundo de Mendh—Yetah es de lo más inoportuna porque puede que tu traslación haya sido compleja ya que tu llegada a nuestro mundo ha coincidido con la desaparición de la verdadera Radjha. Lo mejor será que me acompañéis a mi humilde morada. Pronto se echará la noche y la noche es peligrosa en estos parajes. Allí estaréis seguros y tú, muchacho, podrás olvidar tu desconfianza. Gheywin no las tenía todas consigo pero le había llamado la atención lo que la vieja había dicho sobre Silvia, así que decidió acompañarla, aunque fuera a costa de exponerse a un hechizo.
Silvia quedó maravillada de la exquisitez del guiso con que les agasajó la anciana. Se sentía reconfortada al borde del fuego que atemperaba la caverna. Su compañero reposaba taciturno y se mantenía a la expectativa sin apartar su mano de la empuñadura de la daga.
—Antes parecía que sabías cosas sobre mí —dijo, de pronto, Silvia.
—No sé tanto.
—Ya. Pero sabías que no soy de aquí.
—Claro. Eso es fácil. Eres casi idéntica a Radjha pero hay una pequeña diferencia. Ella es más altiva, tiene sangre noble y tú estás acostumbrada a vivir de otra manera. También sé que estáis huyendo de los soldados de Mascoldin y que no estáis en paz con los iskhares. Seguramente os dirigiréis a las tierras inhóspitas del norte. Es el mejor lugar. Hacia allí se dirigiría Radjha si estuviera en este mundo pero, dime, niña: ¿cómo llegaste aquí?
—No lo sé. Me caí cuando buscaba a mi perro y al despertar me encontré con Gheywin. —Ya. No es frecuente, pero es una manera de hacer el tránsito. No sé cómo podremos devolverte a tu mundo aunque eso no será parte del pago por el gran favor que me has hecho. Por salvarme de una muerte segura te concederé un deseo. Mi única condición para concedértelo es que tienes que pedirlo ahora mismo.
Silvia se quedó sorprendida. ¿Sería cierto que aquella anciana podría conceder deseos como en los cuentos o sólo estaba un poco loca? Miró a Gheywin. Éste le devolvió una mirada grave. La voz de la vieja le sacó de sus pensamientos.
—Date prisa, niña. Tu amigo tenía parte de razón cuando dijo que soy una bruja Ishkar. Lo soy y no voy a ser tan benevolente durante mucho tiempo. Te debo algo y te lo pagaré. Además, intentaré que regrese Radjha, quien posiblemente esté ahora en tu mundo, porque ella es importante para mis fines. Pero lo importante para ti y para ese gallardo caballerete que te acompaña es que mañana ya no seré la misma. Mañana seré tan peligrosa como él ha dicho así que pide tu deseo ahora o lo perderás.
Silvia comenzó a pensar frenéticamente. Se le ocurrían dos cosas que deseaba con todo su corazón. Una de ellas era recuperar a Seti y la otra, conseguir a Julen. Por justicia debía elegir a su perro pero pensó que si la bruja lograba llevarla de nuevo a su mundo, encontraría a Seti por lo que pediría como deseo el afecto de Julen. Por otra parte, si no podía regresar a su mundo, no tendría a ninguno de los dos, así que se decidió.
—Hay un chico que me gusta pero no me hace demasiado caso.
—¿Sólo eso? Un deseo bien sencillo de satisfacer. ¿Cómo se llama?
—Julen.
—Extraño nombre… En fin, veremos qué se puede hacer.
La bruja se apartó al fondo de la caverna y comenzó a rebuscar entre paquetes, frascos y otros objetos. Cuando pareció que ya tenía lo que buscaba, fue a otro rincón y dio comienzo a una letanía mientras mezclaba una especie de pinturas y las calentaba con una herramienta de hierro con mango de madera. Silvia se acercó a Gheywin.
—¿Qué piensas? —le dijo.
—Que cuanto antes marchemos de aquí, mejor. La bruja me da miedo. Ha dicho que mañana podría ser peligrosa para nosotros. Propongo que nos vayamos antes de que amanezca.
—Pero —dijo Silvia— si nos vamos, la bruja nunca podrá devolverme a mi mundo…
—Tu mundo es éste, Radjha. De alguna forma, ella ha podido entrar en tu mente y sabe del hechizo que obra sobre ti. Tú eres Radjha, la hija de Glhor, y ninguna bruja va a confundirnos.
—Ya está —exclamó la vieja—. Acércate y descubre tu brazo derecho.
Silvia así lo hizo, aunque con cierta reserva. La bruja tomó su mano y comenzó a pintarle en la parte interna de la muñeca una especie de tatuaje con un extraño símbolo que recordaba a una J, “la J de Julen —pensó Silvia”.Al mismo tiempo, con voz profunda, pronunció unas palabras en una lengua que Silvia no pudo comprender.
Silvia no se quejó aunque notaba ciertas molestias. Mientras tanto, Gheywin observaba atentamente sin perder detalle de lo que hacía la vieja, dispuesto a lo que fuera necesario.
—Ahora, ese Julen será para ti, muchacha —le dijo— y yo he saldado mi deuda.
Una vez pronunciadas estas palabras, conminó a los chicos a acostarse y les recordó perentoriamente que al día siguiente no estaría sujeta a ninguna deuda con ellos. Gheywin lanzó una mirada de connivencia a su compañera y se retiraron al lado de una pared donde se acostaron. Ninguno de los dos logró conciliar el sueño y permanecieron allí, silenciosos, Gheywin como un animal al acecho, esperando que la bruja se durmiera. Tuvieron que aguardar más de dos horas hasta que pareció que la vieja estaba sumida en un profundo sueño. Entonces, sin hacer ruido, Gheywin tomó el morral y las armas e indicó a Silvia la salida de la cueva. Cuando salían al exterior, un débil resplandor iluminó la ligera sonrisa de la bruja Ishkar.
Llevaban todo el día caminando y aún no habían salido del bosque. A Silvia le gustaba cada vez más su compañero de viaje. Tenía buenos sentimientos y no se podía decir de él que fuera cobarde. Ya había demostrado su determinación rescatándola de una muerte segura. Parecía bastante mayor que los dieciséis años que tenía. Pensando en su rescate, le vinieron a la cabeza los dos guardias. ¿Les habría matado? En aquel momento ni se había preocupado por ellos pero no le gustaba la idea de que Gheywin fuera un asesino.
—¿Qué habrá sido de los guardianes? —preguntó.
—A estas horas ya estarán bien —respondió Gheywin, despreocupado—. Les metí un veneno en la cerveza pero sólo una pequeña dosis. Ya está anocheciendo. Cuando crucemos el puente sobre el barranco, nos pondremos el ungüento y buscaremos un lugar para pasar la noche a salvo de los whorgos. —Gheywin.
—¿Qué?
—Quería decirte que el que desee volver a ser la que era, no significa que esté a disgusto contigo. A decir verdad es todo lo contrario. No podía haber encontrado a nadie mejor que tú en un mundo desconocido como éste.
Gheywin se sonrojó. Silvia comenzó a pensar que el muchacho estaba enamorado de la tal Radjha.
—Ten cuidado —dijo aquel— el puente no es seguro.
Comenzaron a pasar. El puente era una inestable estructura de cuerdas con traviesas de madera como piso. Otras dos desgastadas maromas servían de pasamanos. Salvaba un barranco no demasiado profundo aunque sí lo suficiente como para tener cuidado. Avanzaban poco a poco. En un momento, Silvia resbaló. Gheywin la sujetó con fuerza para que no cayese pero, en el intento, el zurrón se deslizó por su brazo y cayó al barranco. El chico se contrarió.
—Tengo que bajar a buscarlo —dijo—. No sólo por la comida y otras cosas necesarias. Lo peor es que el ungüento también está dentro.
—Voy contigo. —No. Es peligroso. Termina de cruzar el puente, trepa a un árbol y espérame allí. Volveré tan rápido como pueda.
Silvia dudó un instante pero comprendió que eso era lo mejor. Una vez al otro lado, observó cómo descendía su compañero hasta que le perdió de vista. Ya prácticamente había oscurecido y decidió buscar un árbol frondoso y no muy difícil de escalar. Anduvo despreocupadamente por los alrededores, aguzando el oído por si escuchaba volver a Gheywin. Le llamó la atención la ausencia de ruidos. No se oía ni un murmullo y eso le pareció raro. Debería escuchar, al menos, el canto de algún ave nocturna. De pronto creyó oír algo. Pensó que sería Gheywin pero, no: el ruido había sonado muy lejos. Se mantuvo alerta y enseguida lo escuchó de nuevo. Silvia empezó a tener miedo. Lo primero que se le ocurrió fue subir a un árbol y entonces se acordó del ungüento. Sería presa fácil para los whorgos. Regresó al borde del barranco.
—¡Gheywin! —llamó con voz apenas audible.
Nada. Gheywin no la había oído o estaba aún muy abajo. Los ruidos se fueron acercando. Ahora los oía en dos direcciones distintas. —¡Gheywin! —repitió la llamada, esta vez algo más alto.
No hubo respuesta. Ahora, el ruido fue inconfundible. Eran whorgos y estaban cerca; muy cerca. Silvia se agitó, aterrada. Algo se movió a su izquierda pero no solo fue el movimiento. La chica podía sentir el hedor. No lo pensó más y echó a correr pero eligió mal la dirección y casi se topa de lleno con una de las bestias. Frenó en seco su carrera tan cerca de ella que pudo ver claramente las babas que colgaban de sus belfos.
Arrancó en otra dirección esquivando una de las zarpas del whorgo y corrió como nunca lo había hecho, seguida por varios de ellos, pero su velocidad no era suficiente y Silvia supo que iban a darle alcance. Se le nubló la vista. No podía preocuparse en lo que tenía delante, sólo en correr, en salvar su vida.
Ya los tenía justo a su espalda. En un momento de su carrera giró la cabeza para comprobar la ventaja que les llevaba y no vio la rama que tenía delante. De repente sintió un fuerte golpe en la cabeza y cayó al suelo, conmocionada, perdiendo el sentido.
Despertó atemorizada y ya veía segura la muerte, tan cerca, que una fuerte opresión le atenazaba el corazón. Ya sentía la tibia humedad del aliento de los whorgos en su cara y abrió los ojos desmesuradamente. Fue entonces cuando vio a Seti, con su boca junto a su mejilla. Éste comenzó a lamerle suavemente. Silvia no pudo contenerse y abrazó con fuerza al perro mientras dejaba escapar unas lágrimas.
—¡Seti, Seti, Seti! —de su boca no salían más palabras.
Se levantó y miró a un lado y otro. Las farolas del parque alumbraban tenuemente el húmedo suelo. Inspeccionó su ropa. Estaba empapada y pensó automáticamente en su madre. “¡Buena me espera! —pensó”. Recogió el reloj que se le debía de haber soltado en la caída y miró la hora: aún le quedaba casi media hora, así que emprendió el regreso a casa.
En la ducha, Silvia pensaba en el sueño. Un cosquilleo le recordó ciertos detalles de la pesadilla. Pero, bueno, al fin y al cabo, su madre no había sido tan severa y la pequeña herida de la cabeza ya había dejado de sangrar. En diez minutos llegaría a la fiesta y allí vería a Julen. Al pensar en esto, se miró Instintivamente se miró la parte interna de la muñeca derecha y entonces pensó que se le paraba el corazón: allí, justo en el centro había algo que ya había visto antes. Se trataba de un extraño símbolo. Un símbolo que recordaba vagamente a una “J” y Silvia pensó que su vida ya nunca podría ser igual que antes. Había entrado en contacto con los mundos duales.
LOS MUNDOS DUALES
(Guía para los visitantes al mundo de Mendh—Yetah)
Mendh—Yetah
Uno de los innumerables mundos duales que existen en el universo.
Mendh—Yetah es un mundo frío. Más de las tres quintas partes de él están cubiertas de hielo. Otra quinta parte es tan inhóspita que solamente está habitada por unas pocas tribus de Obanos, gentes de casta inferior, que se rebelaron en tiempos remotos contra el orden establecido y huyeron de los nobles para establecerse en las yermas tierras del norte. Viven de la escasa caza que habita estos parajes y se mantienen a duras penas en un ambiente hostil, sin representar peligro alguno para las civilizaciones de la zona ecuatorial.
Esta zona, la única próspera, mantiene una temperatura aceptable, con mínimas de diez grados bajo cero y máximas de doce grados a lo largo del año.
En ella vive la práctica totalidad de la población y de las especies animales y vegetales. Alrededor de Mendh—Yetah orbitan dos lunas. Una de ellas, Ka, tiene un tamaño cinco veces menor que la otra, Org, y tarda dos tercios del tiempo que emplea ésta en dar la vuelta al planeta. Si, además añadimos que Org posee otra luna, llamada Olg, orbitando a su alrededor, se puede decir que no hay en el año de Mendh—Yetah dos noches iguales. Org es de color rojizo y Ka, azulado. Sin embargo, sus tonalidades varían en función de la posición de ambas a lo largo de los días.
Las gentes de Mendh—Yetah no poseen el desarrollo tecnológico. No obstante, el mundo mental está muy desarrollado entre las clases nobles. Es frecuente la hechicería.
Cualquier visitante de este mundo se entenderá sin dificultad con cualquiera de sus habitantes puesto que el gran desarrollo mental de éstos, posibilita la comunicación.
Tanto los humanos como los habitantes de éste mundo pueden trasladarse de un mundo a otro pero no a voluntad. Sólo algunos iniciados, sacerdotes de los tiempos antiguos, dominaban la traslación o tránsito inter mundos pero esa facultad terminó con el inicio de la decadencia del Reino Antiguo. Actualmente el tránsito sólo es posible en estados muy concretos e improbables de entendimiento o como consecuencia de un traumatismo que suponga pérdida de conciencia. En Mendh—Yetah conviven tres castas. Dos de ellas, los Iskhares y los Golgianos, ambas de estirpe noble, se disputan la supremacía de ese mundo desde tiempo inmemorial. La otra casta, los obanos, la más abundante, nunca ha disfrutado de la más mínima preponderancia como no sea en lo tocante a su población (representan más del ochenta y cinco por ciento del total de ese mundo).
Es casi seguro que en los tiempos oscuros anteriores a los recuerdos, las tres castas convivían mezcladas sin demasiadas fricciones entre ellas. Pero, históricamente, no es posible datar el momento en que los Iskhares y los Golgianos entraron en conflicto. Fuera como fuese, la realidad es que, desde entonces, siempre han sido enemigos, alternándose en el poder por periodos más o menos largos.
Antiguamente, los Golgianos disfrutaron de un largo periodo de hegemonía, la Edad de Oro, durante el que desarrollaron hasta límites insospechados las habilidades mentales. Durante esta época hicieron innumerables viajes al mundo de los humanos, incluso en alguna de las escasas crónicas que no han sido destruidas por efecto de las guerras, aparecen datos sobre la mejora artificial de la raza humana mediante procedimientos psíquicos que los sacerdotes antiguos manejaban con maestría. En cuanto a las guerras, la última de ellas que dura ya treinta y cuatro años, se está decantando del lado de Ishkar, hasta el punto de que los Golgianos han tenido que desarrollar refugios subterráneos, aprovechando que los poderes mentales de los Iskhares no tienen efecto bajo tierra. Tal vez la clave de la ventaja Ishkar estuviera en el testamento de Ridihwn, monarca de Golgia que dividió su reino entre su hijo Glhor y su hija Shat, dejando al primero la región de Zenitha y a la segunda, la de Undhia. Ciertas desconfianzas entre ambos degeneraron en unas alianzas cada vez más débiles que permitieron al Señor de Ishkar el progresivo dominio de sus territorios confinando a sus habitantes a las cavernas de Zenitha y a los túneles de Undhia respectivamente. Durante este período, los brujos de Ishkar lograron detener el tiempo para reafirmar su dominio aprovechando la debilidad de los goljianos. A ésta época se le ha llamado la “era del no envejecimiento” y a la postre se volvió en contra de los iskhares puesto que permitió el desarrollo de la resistencia capitaneada por Gheywin y la princesa Radjha que terminó con la primacía Ishkar.
Ishkar
Uno de los reinos de las castas nobles de Mendh—Yetah. En la época del “no envejecimiento” fueron muy poderosos los brujos de Ishkar pero fracasaron en su intento de dominar el mundo mediante la detención del tiempo. Domesticaron a los Whorgos y degradaron a la casta Oban hasta convertir a sus miembros prácticamente en esclavos.
Goljia
Uno de los reinos de las castas nobles de Mendh—Yetah. Alternó con Ishkar en el dominio de ese mundo. Los Magistrados de Golgia, clase sacerdotal del reino, alcanzaron una relevante posición, desarrollando las facultades mentales hasta el máximo exponente desde la época del Reino Antiguo. Tanto la casta goljiana como la de sus enemigos, los iskhares, alternaron la bondad con la maldad pero siempre como opresores de los obanos. La música es el arte más desarrollado de Golgia, hasta el punto de que los golgianos pueden comunicarse mediante ella y transmitir estados de ánimo. También pueden utilizarla como arma en la guerra para minar la moral del enemigo. Se cuenta que Kanhwor, uno de los señores de Golgia ganó una crucial batalla contra los iskhares infringiéndoles una derrota tal que permitió a los golgianos dominar el mundo de Mendh—Yetah durante ciento treinta años. Pues bien, Kanhwor llevó a esa batalla a un gran ejército armado solamente con instrumentos de viento con los que tocaron una melodía que bajó tanto la moral al enemigo y les sumió en una melancolía tal que no se recuperaron en todo ese tiempo.
Los golgianos aman también la tertulia y la convierten en uno de los espectáculos más populares del reino. Fueron famosos los retóricos y los dialécticos de Golgia. Sin embargo, el arte visual les gusta menos.
Zenitha
Territorio goljiano próximo a las tierras inhóspitas del norte. Fue entregado por Ridihwn, rey de Golgia, a su hijo Glhor, como herencia. Sus habitantes se recluyeron en cavernas como consecuencia de la guerra con los iskhares.
Undhia
Territorio goljiano, dejado como herencia por Ridihwn a su hija Shat. Fue famoso por su red de túneles en los que se refugiaron sus habitantes durante la guerra con Ishkar. Allí vivieron seguros y rodeados de un lujo desconocido desde la Edad de Oro. Sin embargo, en su interior era frecuente la melancolía, fruto, se decía, de la falta de aire puro.
Oban
No se puede decir que los obanos sean esclavos pero siempre han estado sometidos a las castas nobles.
Es el grupo de población más numeroso de Mendh—Yetah y podrían dominarlo por la fuerza pero están en franca desventaja con las castas nobles porque no dominan la mente. Han asumido con resignación su condición de sometimiento y se diría que no se plantean, al menos abiertamente, la rebelión. Solamente uno de ellos, llamado Kalun o Jalun, de quien se decía que poseía poderes mentales, se rebeló en tiempos remotos contra los iskhares y los golgianos y mantuvo una corta guerra contra ellos. Sin embargo, en vista de que no podía contagiar su fortaleza psíquica a sus acólitos, decidió refugiarse en las tierras inhóspitas del norte. Sus descendientes se mantienen en aquella región y no son molestados puesto que no suponen peligro alguno para las poderosas castas nobles.
Reino Antiguo
Época remota de la historia de Mendh—Yetah. No nos han llegado excesivos datos sobre esta era pero es sabido que los poderes mentales alcanzaron su máximo desarrollo, hasta el punto de que se hicieron habituales las traslaciones entre los mundos.
Whorgos
Temibles animales de guerra y caza de los iskhares. Son extremadamente fieros y crueles y despedazan en vida a sus víctimas antes de devorarlas. Son de hábitos nocturnos por lo que durante la noche tienen un excelente olfato y una vista muy aguda y sólo se les puede confundir con el “ungüento”, una crema fabricada por los goljianos. De día reaccionan al movimiento, de manera que sus potenciales víctimas conservarán la vida si se mantienen inmóviles, cosa harto difícil puesto que no es sencillo mantener la calma cuando se sienten próximos el hedor de su aliento o sus gruñidos aterradores.
Radjha
Princesa de Zenitha, hija de Glhor, Señor de Zenitha. Ha sido identificada por muchos como “La Reunificadora”, personaje que aparece en ciertas leyendas y profecías antiguas y que debería terminar con la hegemonía de los iskhares y traer un orden nuevo al mundo de Mendh—Yetah sacando de la opresión a los obanos. Ciertas desavenencias con su padre causaron que partiera del reino y se estableciera entre los súbditos de su tía.
Gheywin
Héroe goljiano del reino de Undhia. Se alió con la princesa Radjha para intentar reunificar el reino de Golgia y poder presentar batalla al Señor de Ishkar. Tras la victoria, contrajo matrimonio con ella dando comienzo así la septuagésima dinastía de Goljia.
Glhor
Rey de Zenitha, padre de Radjha.
Ridihwn
Último rey goljiano de la sexagésimo novena dinastía. Dividió su reino entre sus hijos Glhor y Shat.
Shat
Señora de Undhia, hija de Ridihwn
Mascoldin
Consejero de Shat, Señora de Undhia. Personaje perverso, obcecado con lograr la división entre ésta y su hermano para intentar hacerse con el poder del reino de Golgia unificado. Fue desenmascarado por Gheywin y apresado, juzgado y condenado. Sin embargo logró escapar y acudió al Señor de Ishkar para ofrecer sus servicios. No llegó a hacerlo puesto que, abandonado por los pocos que aún le mantenían lealtad, le sorprendió la noche en los bosques de Ishkar, siendo devorado por los Whorgos.