Cuando Gheywin subió, exhausto, del barranco, ya era noche cerrada. No se oía ningún ruido por los alrededores. Gheywin miró a todos lados intentando averiguar dónde se había metido su compañera pero no vio nada. Algo le decía que las cosas no iban bien. Se arriesgó a llamarla.
—Radhja —susurró.
Nadie contestó.
—Radhja —llamó un poco más alto.
Nada. Iba a llamar en voz alta pero un sexto sentido le hizo desistir. Aguzó el oído y un chasquido, como de rama rota, le puso en alerta. Pensó que sería Silvia o Radhja como él pensaba que se llamaba pero por si acaso abrió el zurrón y se aplicó el ungüento. Escuchó un poco más y pudo oír de nuevo un ruido parecido. Decidió subir a un árbol y esperar. Más tarde se alegró de haberlo hecho puesto que pudo comprobar que cuatro o cinco Whorgos merodeaban por el bosque. El corazón le dio un vuelco puesto que sabía que Radhja no disponía de ungüento. Empezó a temer lo peor pero no podía hacer nada y menos aún sin saber dónde estaría ella. Resolvió esperar a que se hiciera de día pero no pudo dormir. Los whorgos estuvieron acechando por allí durante otras dos horas y después dejó de oírlos.
Nada más amanecer descendió de su refugio, con cautela, moviéndose poco a poco, e inspeccionó la zona. No había ni rastro de Radhja. Miró en todos y cada uno de los árboles con idéntico resultado y al final no sabía qué hacer. Se sentó en una gruesa raíz, abatido, lamentando haber rescatado a Radhja y huido con ella. "Tal vez —pensaba sin mucho convencimiento—, en Undhia, pudiera haber convencido a los Magistrados de que esperasen un tiempo”, pero lamentarse era ya inútil. En esos pensamientos estaba cuando algo le llamó la atención. Se trataba de un objeto de color claro que vio en un arbusto. Se acercó a toda prisa y soltó una exclamación de rabia. Era un trozo de la camisa de Radhja, desgarrado. No le cupo la menor duda. Había sido descubierta por los whorgos y... no quería pensar en la palabra. Unas lágrimas se escaparon lentamente de sus ojos.
Permaneció allí quieto, con el trozo de camisa en la mano, sin saber qué hacer. Al final decidió reemprender la marcha. No podía regresar a Undhia: Mascoldin no le perdonaría y sería apresado, juzgado y condenado, de modo que se dirigió hacia las tierras inhóspitas, cabizbajo, sin poder apartar de la cabeza a su compañera.
Calculaba que se encontraría a unos tres días de camino de su destino y no sabía cómo le recibirían los obanos. Confiaba, no obstante, en sus facultades mentales para controlarlos por lo que avanzó con cierta confianza. La temperatura iba descendiendo moderadamente pero eso no importaba lo más mínimo a Gheywin. La pérdida de Radhja era lo único importante. Se limpió una lágrima con el dorso de la mano, apretó los dientes y continuó su camino.
Por su parte, Silvia, regresaba a casa bastante decepcionada. Nunca hubiera imaginado que Julen, tan perfecto como parecía, fuera capaz de ser tan desagradable. Lo curioso era que el hechizo de la bruja de Iskhar surtió el efecto que se esperaba y el chico se pasó toda la fiesta tras ella. Pero fue un galanteo muy poco romántico. De todas, todas, intentó aislarla del resto de amigos y amigas, le hizo proposiciones que ella no estaba dispuesta a aceptar, incluso trató de besarla sin ninguna delicadeza. Al final, Silvia le mandó a freír espárragos y se marchó temprano y totalmente desencantada.
Caminaba despacio, absorta en sus propios pensamientos y cavilando la manera de borrar el tatuaje que, ahora, sentía a disgusto en su muñeca, cuando reparó en una figura que se hallaba recostada en un escaparate. Nunca se hubiera fijado en ella pero dos detalles de importancia provocaron que su corazón latiera desbocado. Uno fue el aspecto de la chica, vestida como un personaje de cuento. El otro, el más importante, que era igual a ella como dos gotas de agua.
Silvia se paró ante la muchacha y no pudo evitar llamarla por su propio nombre.
—Radhja —le dijo.
La otra casi ni la miró pero se puso en guardia.
—¿Quién eres tú? —le preguntó, pero no dio tiempo a contestar a Silvia. La agarró con fuerza del abrigo y la arrastró hacia un lugar oscuro a la vez que la amenazaba con un afilado puñal.
—¿Quién eres? —repitió.
—Me llamo Silvia.
—¿Dónde estamos?
—En Mendieta.
—No digas sandeces. Yo sé cómo es Mendh-Yetah y no se parece nada a este mundo de locos. ¿Qué hechizo es este?
La verdadera Radhja no apartaba el puñal de la garganta de Silvia y ésta estaba ciertamente asustada. No obstante, se repuso y contestó.
—Escucha Radhja: sé quien eres. Hace poco he estado en tu mundo. Llegué allí sin saber cómo y estoy viva de milagro. ¿Cómo llegaste tú aquí?
—Dímelo tú —respondió la otra con displicencia.
A Silvia le pareció que su doble, la princesa Radhja, se comportaba de manera muy poco educada, dado su supuesto rango y la comprometida situación en la que se encontraba. Con gusto le hubiera mandado a paseo por tratarla con ese desprecio pero se acordó de su propia experiencia en el mundo de Mendh-Yetah y moderó su actitud.
—No puedo explicarlo —respondió—. Lo que puedo decirte es cómo llegué yo allí. Estaba paseando, me caí y perdí el sentido. Cuando desperté, ya estaba en tu mundo. Conocí a Gheywin.
—¡Patán!...
—No digas eso de él —atajó, malhumorada, Silvia—. Me salvó la vida.
—Muy típico de Gheywin. ¿Qué ocurrió?
—Fue Mascoldin. Convenció a los Magistrados de que yo, quiero decir, tú, estabas hechizada y me condenaron a muerte. Gheywin escapó conmigo.
—Mascoldin —murmuró Radhja—... Y, ¿qué argumentó para convencerles?
—Como yo no conocía nada de tu mundo, dijo que los brujos de Iskhar habían urdido un hechizo sobre mí. ¿puedes apartar ese cuchillo de mi cuello?
Radhja dudó unos instantes.
—No sé. Tal vez, si te matara, rompería el hechizo...
Silvia sintió un escalofrío. De pronto sospechó que la otra sería muy capaz de hacer lo que había dicho. Pensó frenéticamente.
—Yo puedo ayudarte a volver a tu mundo —le dijo.
—Más te vale. ¿Cómo lo harás?
—Conozco a alguien que nos puede ayudar, pero no ahora. Por de pronto hace frío y no tienes adónde ir.
—No te molestes por mí. Me las arreglaré.
—Escucha: puedo alojarte. Mis padres tienen un desván. Podrás dormir allí. Mañana iremos a la capital y visitaremos una tienda donde tal vez nos ayuden.
—No sé de lo que hablas pero supongo que no me queda más remedio que confiar en ti. Oye: ¿hay whorgos por aquí? Tendríamos que ponernos el ungüento.
—Tranquila, no hay whorgos.
Afortunadamente para Radhja, en el desván había un viejo colchón y mantas. Esta, sin embargo, no quedó satisfecha con la calidad del improvisado lecho. Silvia no dio demasiada importancia al desprecio y se las arregló para subir algo de comida a su invitada. Una vez en casa, se acostó pronto pero no logró conciliar enseguida el sueño. Pensaba en el tremendo lío en que se había metido. No sabía aún por qué confiaba en que la extraña mujer de la tienda de artículos exóticos podría ayudarles a salir de aquel atolladero pero no se le ocurría nada más. Pensó en la historia que contaría a sus padres para disponer del día libre y ayudar a Radhja para que pudiera volver a su mundo. Cuando pensaba en eso, le vino a la cabeza la impertinente actitud de la princesa y los sentimientos de Gheywin hacia ella. "¿Cómo podía un chico como él estar enamorado de una persona tan altiva, de una malcriada que trataba con desprecio a todo aquel que no fuera ella misma?". Sintió un cosquilleo en el estómago al admitir el extraordinario parecido que había entre ellas. "Pero sólo es en lo físico —se consoló".
Cuando por fin pudo dormirse, no lo hizo del todo relajada. Soñó con hachas segando cabezas de condenados inocentes, con temibles whorgos, con brujas, con Gheywin también. Soñó con que el chico estaba cautivo en una tierra desolada y fría, en una oscura mazmorra, desdichado y sin casi alimento. Soñó que la buscaba, que la llamaba confiado aún en que fuera Radhja, su admirada princesa. Y que lloraba por no poder encontrarla. También con una terrible guerra en la que hombres harapientos y mal armados luchaban contra fuertes guerreros acompañados por whorgos. Soñó con el malvado Mascoldin que repetía sin cesar: "a muerte, a muerte, a muerte"...
Pero tras los sueños llega siempre el despertar y Silvia despertó sobresaltada. Se duchó y tomó un vaso de leche. Convenció como pudo a su madre
de que ese día harían una excursión a la capital, que comerían una hamburguesa y que por la tarde irían al cine. Tras sacar a pasear a su querido perro, salió de casa con una bolsa de bollos oculta bajo su parka y con un "disc man" en el bolsillo. Metió en la mochila algunas ropas para que Radhja pasara desapercibida. Cuando ésta se hubo cambiado, metieron su ropa en la mochila y a hurtadillas salieron del desván. Una vez en la calle, partieron hacia la estación.
De camino, la princesa se sorprendía continuamente por cuanto veía, aunque procuraba que no se notara su asombro. Así, miraba con fingida indiferencia a los coches, los escaparates y a la multitud de objetos que desconocía. Llegaron a las inmediaciones de la estación sin cruzarse con nadie conocido. Eso hubiera supuesto un grave problema para Silvia puesto que era sabido que no tenía ninguna hermana gemela. Sin embargo, todo estuvo a punto de desbaratarse cuando un perro se acercó a olisquearlas. Radhja lo vio venir pero se mantuvo a la expectativa, confiando en que pasara de largo. Nunca había visto un perro y permaneció alerta. El perro, tal vez porque sintiera el olor de Seti o por mera curiosidad llegó al lado de las dos muchachas. En ese momento, Radhja sacó la daga y se puso en guardia antes de que Silvia pudiera advertirlo.
—Tranquila —le dijo—. Sólo es un perro.
—¿Perro? —respondió, confusa, la goljiana.
—Sí. Son inofensivos.
Radhja guardó con reticencia la daga pero no pudo evitar ser vista por el dueño del can, quien sujetó a éste del collar tras hacer un comentario desaprobador. Afortunadamente, Silvia no le conocía por lo que pudieron subir al tren sin mayores contratiempos.
Si Radhja se había extrañado con la multitud de cosas que vio en Mendieta, mucho más aún en la capital. En cuanto bajaron del tren que, ya de por sí, la había impresionado sobremanera, las escaleras mecánicas de la estación consiguieron paralizarla.
—¿Qué brujería es esta? —dijo entre dientes.
Cuando salieron de la estación, Silvia se colocó los cascos del "disc man" para escuchar música mientras caminaban por las calles de lo que a la princesa Radhja se le antojaba un mundo de locos. Cuando ésta advirtió el extraño artefacto preguntó a su acompañante:
—¿Qué haces?
—Escucho un disco. ¿Quieres oír?
La otra tomó los auriculares y se los colocó como había visto hacer a Silvia. Enseguida se los quitó mirando a ésta con cara de espanto.
—Es Bon Jovi —comentó, divertida, Silvia.
—Es peor que los gritos de los whorgos.
—Nada de eso —dijo Silvia, sonriendo—. Nada hay peor que esos horripilantes sonidos.
—Escucha, Silvia o como digas que te llamas, no sé qué brujería es esta o qué mundo es este en el que vives pero quiero que sepas algo: si me siento en peligro y sospecho que no voy a salir con buen pie de él, tú serás la primera en no contarlo de modo que anda con cuidado. ¿Has comprendido?
Silvia sonrió para sí mientras avanzaban paso a paso hacia la tienda. A medida que se acercaban, la niña sentía crecer su excitación. Había algo en aquella tienda que despertaba sus sentidos, que le hacía desear regresar a ella. En menos de un cuarto de hora habían llegado al escaparate. Cuando se pararon ante él, fue Radhja la que habló.
—Y, ¿Ahora?
—Entremos.
Cuando pasaron al interior de la tienda, un sonido de campanillas anunció a la propietaria su llegada. Ésta no les prestó la más mínima atención. Silvia dedicó un tiempo a curiosear los productos expuestos mientras se deleitaba con los aromas que emanaban de un quemador de aceites que refulgía en el centro del establecimiento.
Como quiera que la mujer no les prestaba atención, Silvia se acercó al mostrador y carraspeó. La vendedora levantó la vista del envejecido volumen que estaba leyendo, se ajustó los lentes de media luna y exclamó:
—¿Te conozco? Tu cara me es familiar. ¿No serás por casualidad la muchacha que compró una vara de zahorí creyendo que así encontraría el tesoro de sus bisabuelos? No. Aquella era mayor que tú. En fin, ¿deseas algo? Bueno, supongo que sí, que así será, puesto que has sido capaz de molestarme con ese desagradable sonido de tu garganta. Pero —dijo mirando hacia Radhja—, ¿me engañan mis ojos o estoy viendo doble? Mal augurio. No me gustan los gemelos. En realidad no me gusta nada que pueda ser idéntico a otra cosa. Me trae malos recuerdos. Como verás, todas mis mercancías son únicas. Nada hay repetido. Veamos...
Se levantó de su asiento y se acercó a Radhja pero se paró en seco a varios metros de ella.
—No —dijo con una mezcla de malestar y curiosidad en el gesto de su cara—. No sois iguales. Mejor dicho, sois completamente diferentes y tú, además —continuó, señalando a Radhja—, no eres de aquí. Eres de muy lejos y muy cerca a la vez.
—Y tú eres una bruja de Iskhar —respondió Radhja con ira, sacando su daga y esgrimiéndola ante la anciana—. ¿Así que es aquí donde me traes, traidora? ¿A la guarida de una bruja enemiga? Debí sospecharlo.
Inesperadamente y a la velocidad del rayo, la vieja tomó un bastón con empuñadura de plata y, de un certero golpe, hizo saltar el puñal de la mano de la princesa. Seguidamente la tomó de los brazos y la inmovilizó.
—Menos humos, princesa Radhja. Aquí no estáis en vuestros dominios y, por lo que puedo deducir, os encontráis en un grave problema.
—Tú sí que estás en un problema, vieja —replicó Radhja—. A la mínima oportunidad que tenga, te mataré.
—Os libraréis mucho de hacerlo, a no ser que deseéis permanecer en este mundo de por vida. Os conozco, Radhja, y sé que vuestro lugar está en Zenitha, tal vez en Undhia, pero no aquí. No podríais soportar vivir como una persona corriente, sin vuestros privilegios. Veamos —dijo ajustándose sus curiosas gafas en el puente de la nariz—: aquí estáis las dos y que me hechicen si alguna vez hubiera imaginado esto. Ciertamente se trata de un grave asunto puesto que una de las dos debe viajar al mundo dual. La dificultad estriba en que yo no voy a poder ser de mucha utilidad para lo que deseáis, queridas.
—¿Qué quiere decir? —preguntó Silvia con los ojos muy abiertos.
—Pues quiero decir que, aunque soy capaz de transportar personas y objetos al mundo dual, he perdido ya mucha memoria y poderes y soy incapaz de facilitar el viaje de vuelta. Resumiendo, podría conseguir que fueras tú, pero no devolver a la princesa a su mundo.
Radhja miró, decepcionada a la vieja.
—Me defraudas, vieja —dijo—. Esperaba algo más de una bruja de Iskhar. Entonces, supongo que no se perderá nada si acabo con tu miserable vida…
—Arriesgaos, princesa. Mi vida ya no vale tanto. Tal vez la vuestra, sí. ¿Qué decís?
Radhja no contestó. Tras unos segundos de silencio, la vendedora habló de nuevo dirigiéndose a Silvia.
—Vamos a ver, niña: cuéntame todo según lo has vivido.
—No comprendo.
—Me refiero a tu viaje al mundo de Mendh-Yetah porque tú has viajado ¿no es verdad?
—Sí. Estuve en Mendh-Yetah.
—¿Cómo llegaste allí?
—Me caí en el parque y perdí el conocimiento. Cuando desperté, ya estaba en Mendh-Yetah.
—¿En qué parte apareciste?
—Cerca de Undhia.
—Tal vez hayas conocido a la reina Shat…
—Sí.
—No es mala pero tampoco demasiado lista. Se rodea de gente perversa.
—Mascoldin quiso matarme.
—Lógico. Pensaría que eras la princesa Radhja y eso representaba un estorbo, sobre todo teniendo en cuenta que su plan había fracasado.
—¿Qué plan?
—Cuando Radhja fue enviada al reino de su padre, Mascoldin envió emisarios a Iskhar para que la interceptaran. ¿Lo consiguieron, princesa?
—Así que fue eso —exclamó, pensativa, Radhja—… Claro que lo hicieron. Por el camino me sorprendió una horda de whorgos aunque llevaba puesto el ungüento. Para esquivarlos tuve que arrojarme al río Ohrru. En esa época del año, sus aguas bajan turbulentas y heladas y, aunque soy una buena nadadora, el frío entumeció mis músculos y creí que moriría. Cuando abandoné toda esperanza de sobrevivir, aparecí en este mundo.
—Bueno. Ya sabemos algo más. ¿Pudiste apreciar algo más, niña? —dijo mirando a Silvia—. Me refiero a cualquier cosa que te llamara la atención.
Silvia permaneció unos segundos pensativa.
—No sé. Acaso un detalle, pero no creo que tenga mucha importancia.
—¿Cuál?
—Pues que permanecí varios días en Mendh-Yetah y a mi regreso no habían pasado más que unos segundos.
—Es más importante de lo que crees. Eso quiere decir que los brujos de Iskhar han detenido el tiempo.
—Eso es una tontería —replicó Radhja—. El tiempo fluye normalmente en Mendh-Yetah. Las noches suceden a los días y los días a las noches.
—No importa. En Mendh-Yetah, los días discurren normalmente, pero eso no tiene que ver con el tiempo. El paso de los días es algo físico, algo concreto, que se puede medir. Sin embargo, el tiempo es una impresión subjetiva. Los brujos de Iskhar han detenido el tiempo y eso es bueno para nosotras. Significa que cuando regreses de Mendh-Yetah aún estaremos aquí. ¿Estás dispuesta a volver?
—La idea era que fuera Radhja.
—Pero ella no puede ir. Lo único que se me ocurre, por ahora, es que vayas tú y que busques a una buena amiga mía. Se llama Rhunwer aunque algunos la llaman Escarcha por el color de su pelo. Cuando la encuentres, le entregarás algo que yo te daré y ella sabrá que eres mi mensajera. ¿Qué dices?
—No sé. Me da miedo…
—No tienes ninguna obligación de volver allí pero harías un gran favor a mucha gente si aceptaras. En estos momentos, Mendh-Yetah está atravesando por una era oscura e incierta. Mucha gente espera que cambien las cosas pero hay ciertos personajes imprescindibles para que esto ocurra. Uno de ellos es la princesa Radhja. Quizá ella no se merezca tu ayuda —dijo, mirando de reojo a la goljiana— pero no es ella quien me preocupa sino la cantidad de personas que se beneficiarían si la historia fuera por el camino recto. En fin, tú decides.
Silvia permaneció unos instantes mirando al suelo. Pensaba en la gente que conocía, en sus padres, en sus amigas, en su querido perro Seti, pero también en Gheywin de cuyo lado se fue sin despedirse y en la bruja del agujero quien acaso pudiera deshacer el hechizo y retirarle el tatuaje. Miró entonces a Radhja y le pareció apreciar una súplica en sus ojos. Por un momento imaginó que era posible que estuviera cambiando, que esa altiva y orgullosa chica del otro mundo hubiera actuado de aquella manera movida sólo por su propia inseguridad. “Eso sería bueno para Gheywin —pensó.”
—De acuerdo —dijo—. Espero que no me equivoque. ¿Qué tengo que hacer?
—Nada en especial —respondió la vendedora—. Pasemos a la trastienda.
La vieja se acercó a la puerta de entrada y corrió el cerrojo a la vez que ponía el letrero de “cerrado”. Luego condujo a las dos chicas al fondo del establecimiento. Accionó un mecanismo disimulado en la pared y, tras una falsa estantería, apareció lo que ella llamó su laboratorio. Silvia se admiró del panorama que se descubrió ante sus ojos. La estancia estaba repleta de probetas y alambiques, de extraños fogones y herramientas y de recipientes conteniendo insólitos seres. En las paredes ardían unas teas que iluminaban la habitación con una luz de color verdoso. Uno de los fogones estaba encendido. Sobre él, un líquido que Silvia no llegó a ver, hervía en una marmita negra despidiendo un delicado aroma. Silvia lo reconoció enseguida como el mismo que tenía en su libro.
—¿Este olor? —preguntó.
—Es milta, una planta de Mendh-Yetah. Sólo puede encontrarse en ciertas montañas de las Tierras inhóspitas. Cuando vine a este mundo me traje toda la que pude. Por desgracia, se me está terminando. Esta planta ayuda a adquirir la comprensión del mundo que nos rodea. La usamos como medicina para los males de la mente. Tiene un efecto muy beneficioso contra ciertos trastornos que ofuscan las emociones y disminuyen los poderes mentales. Mezclada en el ambiente relaja y da lucidez. En exceso es mortal.
Silvia aspiró con cautela y continuó inspeccionando el resto del local. Se detuvo ante una especie de gusano grande que nadaba en un tarro transparente. Cuando estuvo frente a él, lo vio pararse y mirarla con curiosidad. Silvia volvió la cabeza con expresión interrogante.
—Es una larva de whorgo —dijo la vieja—. Estoy preparando, mediante cruce de especies, un parásito que acabe con los whorgos. Ya voy muy avanzada. Cuando lo consiga, volveré a Mendh-Yetah y terminaré con esa horrible plaga. Entonces todo será más fácil… ¡Ven, muchacha!, siéntate aquí.
Le indicó un antiguo sillón de cuero y madera. Cuando Silvia se sentó, lo notó muy confortable, a la vez que notaba como si el mueble le atenazara suave y firmemente, invitándola a permanecer allí.
—Antes de nada —susurró la vieja como si hablara consigo misma— quiero que guardes esto.
Puso en sus manos una pequeña figura, del tamaño de un haba. Silvia la miró pero sus formas no le sugerían nada especial.
—Es un “grow” —explicó la vendedora—. Da poder. Cada una de las brujas de Iskhar tenemos uno y no nos desprendemos de él más que en casos de extrema necesidad. Este es uno de esos casos. Cuando encuentres a Rhunwer, se lo enseñarás. Ella lo tomará entre sus dedos y lo verás brillar. Así sabrás que te ha reconocido como mi emisaria. Guárdalo bien puesto que necesito que me lo devuelvas. No podría vivir mucho tiempo sin poseerlo.
Silvia lo guardó en el bolsillo y esperó instrucciones. La vieja se acercó a un pequeño armario y estuvo rebuscando en uno de los cajones.
—A propósito —dijo Silvia de pronto— ¿Cómo se llama?
—¿Quién, yo? Aquí me conocen por el nombre se Sofía que, en griego, significa Sabiduría. En Mendh-Yetah, mi nombre es Uhrima y su significado es similar, algo así como “La que posee el conocimiento”. Aquí está —exclamó con satisfacción tomando una especie de moneda del desordenado cajón—. Sólo falta que te cambies de ropa.
Una vez se puso las ropas de la princesa Radhja, ésta tendió a Silvia un pequeño frasco.
—Aún me queda algo de ungüento. Llévalo. Recuerda que debes aplicártelo por la noche si estás al aire libre.
—Gracias —respondió Silvia.
—Bien, niña —interrumpió Uhrima—. Relájate y mira la moneda.
Al momento, la pieza comenzó a girar destellando brillos de color verde que pasaban ante la retina de Silvia transportándola a un estado de total receptividad. El aroma de la habitación la embriagaba. Aún le dio tiempo a escuchar, cada vez más distante, la voz de la bruja mientras ésta le daba las últimas instrucciones.
—No lo olvides, Silvia. Debes encontrar a Rhunwer. Ella podrá hacerte regresar. Dile que la necesito, que debe venir contigo. Sólo las dos unidas podremos transportar a la princesa al mundo de Mendh-Yetah y tú podrás vivir tranquila donde te corresponde o… eso creo. Recuerda traer de vuelta el grow. Regresarás al mismo lugar del que partiste. Cuando llegues, dirígete al norte y busca a los obanos. Ellos son los únicos de los que puedes fiarte. Ahora, libérate, libérate, libérate…
El frío arreciaba cada vez más. Gheywin se subió el cuello del jubón y bajó la cabeza para protegerse del gélido viento. Faltaban varias horas para el anochecer y no había visto en todo el día rasgo de vida alguno. Miró a su derecha, hacia el este, y pudo observar que la primera luna de Mendh-Yetah hacía su aparición tímidamente. Escrutó el horizonte al norte. A lo lejos se veían algunos promontorios. Decidió pernoctar en ellos. Calculó que llegaría en dos horas. Aunque estaba cansado, no quería acampar en la llanura, vulnerable ante cualquier peligro.
Caminando con la cabeza gacha, se concentró en el suelo para no pensar en Radhja, en su horrible destino. Al cabo de casi tres horas y con la mente vacía, llegó a las primeras rampas. Encontró un riachuelo y decidió remontarlo hasta que el agua estuviera más clara. En sus orillas crecía cierta vegetación lo cual animaba el paisaje en parte y, como consecuencia, a Gheywin.
Dejó sus bultos junto a una pared rocosa y comió una pequeña porción de su ración puesto que no sabía cuánto tiempo estaría sin ver animales que cazar u otros alimentos. Tras aquella frugal cena se acostó pero no lograba dormir. No obstante, estaba exhausto y al final, el propio agotamiento le sumió en un profundo sueño.
Cuando despertó, las tres lunas de Mendh-Yetah daban al paraje donde se encontraba una tonalidad verdosa que transformaba las rocas de alrededor en piedras preciosas, y producía en sus cristales multitud de brillos cambiantes. Pero no fueron las lunas ni los brillos lo que había despertado a Gheywin. Había oído algo. Él era un cazador y un sexto sentido le había advertido del peligro. Sigilosamente tomó sus armas y se dispuso a vender cara su piel, pero ya era tarde. En un abrir y cerrar de ojos se vio envuelto en una red. Sintió un par de fuertes tirones y antes de poder recuperarse estaba ya inmovilizado.
Al verde resplandor de la noche de Mendh-Yetah pudo ver las caras de varios muchachos que sonreían divertidos ante su ridícula estampa.
Estaba perdido. Era una partida de caza de guerreros obanos y Gheywin estaba seguro de que no les importaría un ápice matarle, robarle y abandonarle después. Observó también que estaban muy bien armados. Dedujo que las tribus obanas podrían estar preparándose para una guerra. Eso era malo puesto que él, un noble goljiano, sería un buen trofeo para cualquier guerrero de Oban. No obstante se relajó y preparó un escudo mental para intentar disuadir a sus captores. Cuando lo hizo, notó una cierta resistencia en sus mentes y particularmente en las de dos de ellos.
Muy a su pesar tuvo que desistir en su empeño y escuchar las chanzas de los muchachos. Uno de ellos, que Gheywin dedujo era el jefe, ordenó que le liberaran. En cuanto se vio libre, intentó revolverse pero la afilada punta de una lanza en su garganta le hizo cambiar de opinión.
—¿Qué tenemos aquí? —dijo el que llevaba la voz cantante— ¡Pero si es todo un noble goljiano! Si no me equivoco, de Undhia. O ¿tal vez de Zenitha? ¿Qué haremos con él, compañeros?
—¡Mátale, Ruán! —exclamaron a coro dos de los guerreros.
—Podría matarle o… podría dejar que lo matarais vosotros. Podríamos llevar su cabeza al campamento ensartada en una estaca. Cuando nuestra gente viera el trofeo que les llevamos harían una fiesta en nuestro honor. ¿Tienes miedo, goljiano?
Gheywin no contestó.
—Responde: ¿qué haces tan lejos de tus tierras?
—Estoy huyendo.
—¿Huyendo? ¿Desde cuándo un noble huye? ¿De quién puede huir un noble goljiano?
—De Mascoldin.
—¡Mascoldin! —dijo, pensativo, el tal Ruán—. ¿Has oído eso, Stihán?
—Lo he oído —respondió el aludido y Gheywin reconoció en él al otro obano a quien no había podido doblegar—. No creo que esa escoria de Mascoldin pierda el tiempo por un ser tan insignificante como éste. Sin embargo, no me extrañaría que fuera un espía. Acabemos de una vez.
Dicho esto, sacó un afilado cuchillo y se dirigió hacia Gheywin.
—Espera —ordenó tajantemente el jefe de los Obanos—. Quiero saber más cosas. Dime, goljiano: ¿Quién eres?
—Me llaman Gheywin. Soy hijo de Ehywin, noble distinguido por la reina Shat por su lucha contra los Iskhares.
—¿Adónde te diriges?
—A las tierras inhóspitas.
—¿Para qué? ¿Sólo para huir?
—Sólo para eso.
—Mascoldin debe de tener una razón de peso para perseguirte. ¿Por qué lo hace?
—Liberé de sus garras a la princesa Radhja de Zenitha aunque mejor la hubiera dejado allí. Al menos hubiera tenido una muerte digna, no como la que ha sufrido.
—¿La princesa Radhja, muerta?
—Sí. Devorada por los whorgos.
El tal Ruán se tomó unos segundos para digerir la noticia.
—Traes noticias de sucesos muy extraños, forastero. Mascoldin apresando a una princesa de Zenitha, ésta, muerta por esas bestias, tal vez el destino se acerque demasiado deprisa. Vendrás con nosotros.
Durante el viaje hacia el campamento de los obanos, Gheywin exploró las mentes de los guerreros. Todos ellos poseían ciertas facultades de control mental pero los dos líderes, que se le antojaron hermanos, tenían poderes tan fuertes, al menos, como los suyos. Además, había en ellos ciertos rasgos que les diferenciaban de los demás. Decidió mantenerse a la expectativa hasta que se presentara la ocasión de escapar. Ésta no llegó y al finalizar el día pudieron divisar el humo de las hogueras de los obanos.
Fueron recibidos con gran curiosidad por los que allí residían. En el campamento se apreciaba una actividad exagerada. Aunque había poca luz, numerosas personas se afanaban en distintas tareas. El aroma a comida era muy reconfortante. En una zona algo alejada del centro, varios fornidos hombres trabajaban el hierro, en lo que parecía una forja de armas. Algunos niños se acercaban a Gheywin con la intención de tocarle. Le miraban con una mezcla de atracción y miedo. Sólo uno se atrevió a rozar levemente su ropa con los dedos. Casi fue un contacto furtivo tras el que el niño apartó velozmente su mano. Las mujeres le observaban en silencio, como con reverencia. No en vano era un noble, uno de aquellos que, antiguamente, les habían subyugado. Aún quedaban en aquel pueblo retazos de memoria histórica, recuerdos del respeto incluso temor que las castas nobles habían inspirado a los obanos.
Gheywin fue conducido a una tienda y recluido allí bajo una estrecha vigilancia. Le habían quitado las armas y su equipaje y encadenado a una gruesa estaca. Esperó acontecimientos durante varias horas hasta que, bien entrada la noche, fue conducido a la lujosa tienda que ocupaba el centro del campamento.
Cuando pasó al otro lado de la lona que hacía las veces de puerta, le costó un tiempo habituarse a la penumbra que reinaba en el interior de la tienda. Cuando sus ojos se acomodaron a la ausencia de luz, comprobó que se encontraba en el centro de un semicírculo, frente a un hombre de mediana edad, con cara curtida por años de vientos helados e intemperie. Éste no le habló inmediatamente y, en la intranquila espera, Gheywin luchó por no perder el temple. Una considerable fuerza mental emanaba, tanto del hombre que parecía liderar el campamento, como de sus acompañantes y eso le puso en alerta. No podría usar sus facultades mentales para salir de allí. Entonces entró el tal Ruán. Avanzó hasta colocarse algo por delante de él y Gheywin se dio cuenta de la similitud entre las facciones de éste y las del líder. Dedujo que serían padre e hijo. Ruán se plantó delante de su supuesto padre y le dijo, orgulloso, sin ningún tipo de reverencia:
—Es un noble goljiano. Le encontramos merodeando en las colinas del sur. Dice que huye de Mascoldin y que la princesa Radhja de Zenitha ha muerto devorada por los whorgos.
El jefe del campamento permaneció en silencio, pensativo, mirando a Gheywin. Iba a hablar cuando Stihán irrumpió en la estancia y avanzó bruscamente hasta situarse ante su hermano.
—Es un espía undhiano, padre —dijo con vehemencia—, o tal vez de Iskhar. Ejecutémoslo.
—Antes habrá que oírle —replicó el líder. Nada perderemos por escuchar y, si debe probar el filo de nuestras hachas, no importará que sea de noche o a la luz del día. ¿Qué tienes que decir goljiano?
Gheywin no respondió. Recibió entonces un violento empujón de Stihán que casi le hace perder el equilibrio.
—¡Responde al Primero de Obán, gusano! —le gritó.
Gheywin calló. El otro sacó una daga pero entonces se oyó la firme voz de Ruán.
—¡Detente, Stihán! El padre ha dicho que le escucharemos. Goljiano, responde al Primero de Obán. Es uno de sus privilegios.
Gheywin miró a Ruán y captó una honrada limpieza en su mirada aunque la mente de éste permanecía cerrada a cualquier prospección. Decidió responder.
—Vine a las tierras inhóspitas para protegerme de Mascoldin.
—¿Por qué quiere dar contigo?
—Están ocurriendo cosas muy extrañas en Goljia. La princesa Radhja regresó de una misión por encargo de la reina Shat, vestida de manera extravagante y no se acordaba ni de quién era. Fue acusada de brujería, encarcelada y condenada a muerte. Yo la liberé aunque de nada haya servido puesto que fue devorada por los whorgos.
—¿Y, tú? ¿No pudiste hacer nada por salvarla?
—No estaba allí.
—¿Así que no la viste morir?
—No. Sólo encontré algún resto de sus ropas.
—Eso no prueba que esté muerta, goljiano.
—¡Miente! —acusó Stihán—. Miente en todo lo que dice. Es un espía. ¿Por qué tenemos que fiarnos de lo que diga? Tal vez Mascoldin y los Iskhares desean que nos precipitemos y aún no estamos preparados. Miente y mejor será que calle…, para siempre.
—Puede que sea sincero —dijo, pensativo, el Primero de Obán—. El Consejo se reunirá y se tomará una decisión. Hasta que esto ocurra, permanecerá prisionero. No tengo nada más que decir.
—Sí, pero —quiso protestar Stihán…
—¡Stihán! —bramó su padre—. He dicho que no tengo nada más que decir.
—Si queda libre interrumpió de nuevo Stihán—, me reservo el derecho de un juicio de honor.
—Retírate —ordenó el Primero.
Stihán salió de la tienda propinando a su paso un empujón a Gheywin. Después, éste fue conducido nuevamente a la otra tienda y encadenado, a la espera de sentencia.
Ruán fue invitado al Consejo de los Mayores de Obán pero sin derecho a hablar. Se encendieron tres tipos de incensarios rituales para llenar los cuerpos y las mentes de los Mayores de la clarividencia necesaria. Éstos cuchicheaban a la espera de que el Primero diese comienzo a la Reunión. Tras unos minutos de espera, se oyó la voz de éste.
—Mayores de Obán —dijo con solemnidad—: parece necesario que opinemos sobre los últimos sucesos acaecidos y que comprendamos la influencia que pueden tener sobre nuestro futuro. No importa cuánto tiempo tardemos en tomar una decisión ni tan siquiera que ésta no se tome. Lo que interesa es que la conclusión sea la correcta. Yhirán —dijo, mirando a uno de los Mayores—, te corresponde a ti, como miembro de más edad del Consejo, abrir el turno.
—Gracias, Primero. Como bien has dicho, soy el miembro más anciano y ese es mi derecho. Responsabilidad, también. Largos años de vida me han enseñado a no precipitarme. Nada de lo que ocurra fuera de nuestras tierras debe influir sobre nosotros a la hora de tomar una decisión a no ser que suponga un peligro inminente para nuestro pueblo. Que nuestros actos sigan el ritmo que habíamos marcado. No tengo nada más que decir.
El Consejo estaba compuesto por los miembros más influyentes de la tribu. Dentro de éstos, los había más radicales y combativos frente a otros más reflexivos y pausados. La decisión final del Consejo correspondía al Primero siempre que la oposición a sus designios no fuera mayoritaria. En aquella reunión hubo opiniones para todos los gustos. No faltaron quienes entendían que las castas nobles atravesaban momentos de debilidad y de división interna y que aquel era el momento oportuno para rebelarse contra su dominio. Los más ancianos, sin embargo, preferían esperar y observar. La reunión se prolongó durante un buen rato y fue el Primero quien puso punto final.
—Esperaremos —dijo—. No tengo nada más que decir.
Esa noche, Gheywin recibió en su tienda la visita de Ruán. Al principio se perturbó algo pero poco a poco fue ganando confianza. El visitante trajo vino rancio y unas frutas pasas. Escanció dos vasos y ofreció uno a Gheywin. Bebieron y éste esperó durante un buen rato a que hablara el obano.
—¿Estás cómodo? —preguntó— ¿Necesitas alguna cosa?
Gheywin negó con la cabeza.
—He venido para hablarte. Necesitamos tu ayuda.
—No traicionaré a mi pueblo.
—No creo que tengas pueblo ya.
Gheywin se mantuvo en silencio. Fue Ruán quien habló de nuevo.
—Salgamos —dijo—. Hace una buena noche.
Pasearon por el campamento. Ruán le llevó deliberadamente a las zonas donde aún se trabajaba pese a lo avanzado de la noche. Quería que Gheywin viera cómo se forjaban armas.
—Nos estamos preparando —dijo, distraídamente—. Las tierras inhóspitas no son ya un lugar seguro. Antiguamente, ninguna avanzadilla de Iskhar ni de Golgia se acercaba a menos de un día de camino. Sin embargo, desde hace varios meses, vemos de cuando en cuando alguna patrulla lo suficientemente cerca como para intranquilizarnos y hemos optado por defendernos y tal vez atacar.
—Sería un suicidio.
—¿Quién sabe?
—Las castas nobles son poderosas.
—Nosotros también. Como habrás podido observar, poseemos ciertos poderes mentales.
—Ya lo he notado. ¿Cómo lo habéis logrado? Siempre nos dijeron que los obanos no dominaban la mente.
—Tradicionalmente así ha sido pero uno de mis antepasados era hijo de una obana y un noble Iskhar y heredó de su padre un fuerte poder mental. Este poder fue legado a sus descendientes. Yo mismo lo poseo. Pero no sólo eso; hemos descubierto que la mente puede educarse y hemos educado a nuestro pueblo en el dominio de la mente y en la defensa ante los ataques mentales. Hoy somos fuertes, más de lo que piensas.
En ese momento, un chiquillo que corría tras un roedor, chocó con las piernas de Ruán. Éste lo tomó en sus brazos y lo alzó hasta la altura de su cara. El niño lo miró enfurruñado. El obano sonrió y puso en la mano del niño unas pasas. Lo dejó en el suelo y éste escapó corriendo. Ruán le observó hasta perderlo de vista.
—Nuestros niños crecen sanos, fuertes y felices. No vamos a permitir que eso cambie. Escucha, noble: ahora no tienes patria. La rueda del destino gira a nuestro favor porque somos un pueblo sin vicios. Las castas nobles son decadentes y no saben vivir en paz. Antes o después, los obanos serán preponderantes en Mendh-Yetah y tú puedes participar de ese cambio. Mascoldin es mezquino, los brujos de Iskhar, crueles y los reyes goljianos, mediocres. Ni tan siquiera piensan en sus pueblos. Saben de nosotros y de nuestro orgullo, empiezan a temernos y no nos van a dejar vivir en paz pero ya es tarde. Únete a mí. Cambiaremos Mendh-Yetah y te aseguro que cuando lo hagamos habrá paz y no venganza.
—Pareces muy seguro —dijo Gheywin—. No creo que Stihán opine lo mismo.
—Stihán es impulsivo y tiene sed de sangre pero yo seré quien mande en Obán. Me corresponde por derecho. Te dejaré libertad de movimientos si me das tu palabra de que no vas a escapar.
—No puedo prometerte eso.
Ruán miró fijamente al goljiano.
—No obstante, confiaré en ti. Daré instrucciones para que puedas moverte libremente por el campamento.
—¿Y mis armas?
—No te las puedo devolver. Ahora debo retirarme. Considérate nuestro huésped.
Esa misma noche, una sombra furtiva salió del campamento rumbo al sur.
Silvia despertó con la sensación de haber dormido durante días enteros. Aunque el sol estaba en lo alto, el viento era frío por lo que hubo de apretarse el cinturón y ajustar el cuello de su jubón de viaje. Miró a un lado y a otro del bosque en el que había sido perseguida por los whorgos y sintió un escalofrío sólo de pensar en esas horripilantes fieras. Se acordó de Gheywin. Tal vez todavía estuviera por allí. Le llamó en voz alta y escuchó. Nadie le respondió. No se atrevió a llamarle de nuevo. Miró hacia el puente. La mujer de la tienda, la tal Uhrima, le había dicho que se dirigiera hacia el norte pero Silvia prefirió hacer algo antes. Se miró la muñeca y ahí seguía el tatuaje que le hiciera la bruja del agujero.
Sin pensárselo dos veces, atravesó el puente y echó a andar en busca de la morada de la vieja. El frío hacía que su paso fuera ligero y no tardó demasiado en alcanzar el paraje donde la bruja tenía su cueva. Antes de llegar a la boca de la gruta, algo la detuvo en seco.
Al principio le pareció que se trataba de una rama que caía de un árbol pero, al verlo posado delante de sus narices, comprendió que se trataba de un enorme buitre. Silvia permaneció quieta y el ave hizo lo mismo, aunque no cesaba de mover la calva cabeza de atrás hacia delante mientras emitía un desagradable graznido. Silvia intentó dar un paso. Entonces, el buitre abrió sus inmensas y negras alas al tiempo que graznó de manera insoportable. En ese momento, la vieja apareció en la entrada de la caverna como si se hubiera materializado de la nada.
—¿Qué veo? —dijo con voz cascada—. Nunca había tenido tantas visitas en tan poco tiempo y desde luego, nunca nadie que me hubiera visitado había regresado nunca. Aquí tenemos a una enamorada. ¿Fue bien el hechizo, niña?
Silvia carraspeó.
—Precisamente de eso he venido a hablarle, señora.
—¡Ja! —rió la bruja—. Señora. Me ha llamado señora. Yo no soy tal cosa, pequeña. Soy una bruja, una temible bruja de Iskhar y no me gustan los niños ni las niñas. Realmente no me gusta nadie aparte de mi misma y de Grag. ¿Te gusta Grag? —señaló al buitre.
—Me gustan los animales —respondió Silvia.
—No has respondido a mi pregunta. Grag es más que un animal. Me protege, me avisa si viene cualquier intruso, me hace compañía, aguanta mis rarezas, en fin, un ser perfecto, el complemento ideal a mi tediosa existencia. Responde entonces: ¿Te gusta Grag?
—Me ha asustado.
—Te obstinas en no responder, niña. Bueno, dejemos eso. Has dicho que querías hablar conmigo de tus males de amores. ¿Qué quieres decir?
—Pues, es que… Bueno, lo que quería era…
—Sé breve. Soy una mujer muy ocupada y no tengo todo el día para ti. ¿Acaso no funcionó el hechizo?
—Sí que funcionó. Lo que sucede es que creo que Julen no me gusta tanto.
—¡Qué volubilidad! No hace tres días que deseabas un hechizo de amor y ya has cambiado de opinión. ¿Crees quizá que los buenos hechizos se lanzan al aire como cáscaras de nuez? Pues, no. Un buen sortilegio requiere mucho conocimiento de los ingredientes y de las proporciones, además de un gran esfuerzo físico y mental. Como puedes comprobar, no tengo edad para esto último pero dime: ¿Por qué vas vestida con las ropas de la princesa Radhja?
—Pensé que iba a confundirme con ella.
—No seas estúpida, niña. Jamás te confundiría con ella. La princesa tiene otro porte. Bien, abreviando, ¿qué quieres que haga por ti?
—Tengo que pedirle un favor, es decir, dos.
—¡Dos favores! Por si uno no fuera suficiente, me pides dos. ¡Qué osadía! Desconoces muchas cosas de Mendh-Yetah. Una de ellas es que las brujas de Iskhar podemos ser muy peligrosas. Otra, que no nos gusta hacer favores pero me pica la curiosidad. Dime, niña: ¿Cuál es el otro?
—Necesito saber cómo encontrar a Rhunwer.
La bruja se quedó ciertamente sorprendida. Cerró los ojos y exclamó con calma, como si recordara algo casi olvidado:
—¡Rhunwer!… Hacía tanto tiempo que no oía ese nombre…
—¿Sabe dónde está? —interrumpió Silvia.
—¡Silencio, niña! Estoy hablando. Sí. Sé quien es Rhunwer. En otros tiempos fuimos inseparables pero el destino nos jugó una mala pasada. Hubimos de tomar caminos diferentes. ¿Para qué quieres saberlo?
—Tengo que darle un recado.
—¿Quién te envía?
—Sofía, quiero decir, Uhrima.
—¡Uhrima!... ¿Sabes, niña?: Estás empezando a ser más interesante que la propia princesa Radhja. De cualquier manera, corren tiempos peligrosos y una no puede fiarse de cualquiera. ¿Cómo puedo saber que dices la verdad? Si no eres capaz de convencerme, te convertiré en lombriz.
Silvia no sabía qué decir. Ahora sí que estaba en un buen lío. De repente se acordó de la figura del bolsillo. ¿Cómo lo había llamado Uhrima? ¿Grin?. No, grow. Así lo había llamado.
—Uhrima me dio algo para Rhunwer.
—¿Algo? ¿Qué te dio?
—Un grow.
—¿Uhrima te dio su grow? No puedo creerlo. Algo grave tiene que estar pasando para que una bruja de Iskhar se desprenda de su energía vital. Enséñamelo.
—No puedo. Uhrima me dijo que se lo diera a Rhunwer.
—No digo que me lo des, sólo que me lo enseñes.
Indecisa y a regañadientes, Silvia sacó del bolsillo la pieza y se la mostró a la bruja. Esta se quedó sorprendida y pareció como si un triste recuerdo enterrado hacía mucho tiempo, hubiera emergido de lo más hondo de su mente.
—El grow de Uhrima —dijo con una lágrima pugnando por asomar de sus ojos—. Niña: descansa un rato. Enseguida partiremos. Nos esperan varios días de camino.
En Undhia, alguien llamó a la puerta de Mascoldin. Éste, malhumorado, dio la orden de entrar. Dos soldados goljianos atravesaron el umbral escoltando a un agotado obano.
—¿Por qué se me molesta a horas tan intempestivas? —rugió el Consejero, llenando de temor a sus soldados.
—Le hemos encontrado merodeando por el bosque. Ha insistido en hablar con vos.
—¿Qué tienes que decir, obano?
—Me envía Stihán, hijo del Primero de Obán. Traigo un mensaje para Mascoldin de Undhia.
Mascoldin miró a los soldados con intención de despedirlos pero al final, optó por que se quedaran.
—Puedes hablar —dijo.
—Los soldados obanos hemos capturado a un noble de Goljia. Dice llamarse Gheywin. Dice también que huye de vos y que la princesa Radhja ha muerto devorada por los Whorgos. Mi señor Stihán espera una respuesta.
Mascoldin dio unos pasos por la estancia, pensativo mientras se frotaba suavemente las manos.
—Dispondré que te den comida y un buen lecho. Mañana partirás de regreso y dirás a tu señor que le agradezco mucho su información, que sabré pagarle como se merece. Respecto a vuestro prisionero, no me es de ninguna utilidad, así que podéis disponer de él como os plazca. Ahora, retiraos.
Cuando se quedó a solas, el Consejero esbozó una sonrisa torva. Por fin se había quitado el obstáculo que suponía la princesa. El camino estaba allanado y podía poner en práctica su plan.
GUIA PARA LOS VISITANTES DEL MUNDO DE Mendh-Yetah
Radhja.
Princesa goljiana del reino de Zenitha. Quienes la conocen, cuentan que experimentó un cambio a raíz del viaje que hizo al reino de su padre por encargo de su madre Shat, reina de Undhia. Regresó vistiendo unas extrañas ropas y con ciertos trastornos de memoria, tan graves que hasta negaba que fuera ella misma. Fue acusada por Mascoldin, consejero de la reina, de traición y espionaje. Los Magistrados de Undhia dijeron haber probado que era víctima de algún conjuro elaborado por los brujos de Iskhar, lo que la convertía en muy peligrosa para la integridad del reino. Fue condenada a muerte pero logró escapar ayudada por Gheywin, un muchacho, hijo de uno de los nobles de Undhia. En su huida, desapareció sin dejar rastro en los bosques golgianos próximos a las tierras inhóspitas. Su compañero de fuga dijo haber encontrado restos de sus ropas que le hicieron creer que había sido devorada por los whorgos.
Brujos de Iskhar.
Antiguamente, la casta de hechiceros de Iskhar sufrió una escisión cuando el Brujo Mayor decidió apartar a sus miembros femeninos de la cúpula de la Orden. Algunas brujas tuvieron que exiliarse al desierto helado mientras que otras optaron por huir de su mundo y refugiarse en el mundo dual para eludir la persecución a la que fueron sometidas por los verdugos que habían recibido orden de ejecutarlas. Cuentan que la mayoría de las Brujas emigradas al mundo dual sobrevivió mediante el comercio de ungüentos y productos poco corrientes. Otras se establecieron como sanadoras y las menos erraron nómadas por ese mundo. Algunas de ellas fueron perseguidas como herejes en una época oscura de ese mundo y muchas de éstas últimas perecieron en la hoguera.
Uhrima.
Una de las más influyentes hechiceras de Iskhar en los tiempos de la “segregación de las brujas”. Fue perseguida con encono por la cúpula de los brujos puesto que su poder ponía en peligro el proceso de segregación y la misma supremacía de éstos. Tras una peligrosa huida decidió refugiarse en el mundo dual, mundo en el que paso varios años, bajo el nombre se Sofía, a la espera de su oportunidad. Pasado este tiempo, parece que contribuyó a la rebelión de los obanos y al derrocamiento del gobierno de Iskhar.
Ruán.
Descendiente de el gran Kalun de Obán, también llamado Jalún, primer gobernante de los obanos libres. Como su antecesor, poseía poderes mentales comparables a los de las estirpes nobles. Se convirtió en el líder de los obanos durante la guerra contra Iskhar primero y contra los reinos golgianos, después. Aunque la historia quiso que Ruán fuera un temible guerrero, su talante era pacífico. No obstante, asumió su papel militar para evitar que el poder quedara en manos de su hermano Stihán, violento y vengativo.
Gheywin.
Aunque en un principio, su intención fue derrocar a los brujos de Iskhar y restablecer el dominio de Goljia, fue capturado y ese hecho trastocó todos sus planes aunque no su destino. No obstante, el camino hasta su triunfo fue arduo y debió pasar por algunas duras pruebas.
Mascoldin.
Una vez enterado de la supuesta muerte de Radhja, éste pérfido personaje decidió poner en marcha su plan para hacerse con el poder absoluto de Goljia primero y de todo Mendh-Yetah después. Sin embargo, su desconocimiento del papel que jugarían las traslaciones entre los mundos duales fue determinante para que fracasaran sus proyectos.
Stihán.
Uno de los dos hijos del Primero de Obán en los tiempos de la revuelta. Su afán de poder le llevó a traicionar a su pueblo. No obstante, su traición no fue descubierta y participó en las guerras de la unificación dirigiendo parte de los ejércitos de Obán.
Rhunwer.
Una de las brujas segregadas de Iskhar. Fue fundamental para la derrota de las castas nobles al facilitar el tránsito inter mundos de la princesa Radhja y de su amiga y compañera Uhrima.
Rhwima.
Tercera de las brujas de Iskhar que tomaron parte activa en la revuelta de Obán y en las guerras de la unificación.