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Estaba omnipresente, las almas estaban en un
Letargo infinito,
Después de la basta y cruel contienda.
Allí, alargó su mano arrugada y afilada
Sobre el ceño del guerrero;
Su cara no mostraba ningún rasgo,
Pero sus órganos, Dentro de él,
Luchaban por vivir.
El maléfico ser constriñó al desgraciado,
Llevándoselo consigo a las aguas impías
Donde las palabras han sido ya pronunciadas.
Tras aquel día lluvioso y crispado,
Se encontraba la verdad misma de la vida:
La muerte.
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