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Siempre hablo de mi infancia y juventud con referencia a un pequeño pueblo donde crecí hasta los doce años. Como muchos de mis lectores están recién llegados al RINCÓN, debo comentarles que no había TV y la energía eléctrica era desde las seis pm hasta las nueve de la noche y sólo había tres radios enormes, donde se podía sintonizar la Radiodifusora Nacional y Radio Sutatenza. Con estos antecedentes queda aclarada mi crónica, pues el resto de la civilización comunicativa llegaba tarde o no llegaba.

Cuando hablo de pornografía siento que esa palabra le queda grande a mis recuerdos, porque debo advertir que el porno existe desde tiempos remotos: antes de Cristo en Egipto y Roma, por no meter en el cuento el Kamasutra Hindú. Los franceses de antes de la revolución no se quedaban atrás y por eso surgió el Marqués de Sade, padre del sadismo y del sexo enfermizo (para los que no lo han leído háganlo y me darán la razón, Justine, por ejemplo) y otros que no vienen al cuento. Pues lo más parecido a este género pecaminoso que podía ocasionar la excomunión, en esa época y que ahora es común hasta para los niños que tienen acceso a internet, eran una revistas con chistes verdes y dibujos eróticos que se llamaban EL GALLO Y EL SAPO, ilustradas con mujeres de tetas enormes que se burlaban de hombres con el pene pequeño, como las caricaturas que abundan en Facebook y Whatsapp.

De pronto un pueblerino viajó a la capital, Bogotá y a su regreso, entre su ropa, traía camuflada una revista Play Boy, y fue allí donde todos los niños vimos por primera vez un cuerpo femenino desnudo que nos alteró las emociones y nos quitó el sueño. Entonces, como ahora teníamos el remedio a la mano y esto debe tomarse en forma literal. Nos reuníamos tres o cuatro a mirar todas y cada una de las fotos y hacíamos comentarios como si fuéramos grandes conocedores de la anatomía femenina pero, nos daba rabia que solo mostraran el culo y las tetas. Fue muchos años más tarde cuando el dueño de la revista, don Hugh Hefner, decidió mostrar los pubis de las hermosas modelos (ahora que lo alcanzó la vejez decidió no mostrar más desnudos… viejo pendejo).

De pronto apareció en el comercio, yo trabajaba y era responsable de mis actos, como en los años sesentas, una revista de verdad porno llamada EL PINGÜINO, en esta si había de todo y para todos los gustos de los erotómanos. La diferencia con la revista gringa era que las fotografías venían en blanco y negro. También aparecieron barajas de naipe donde en vez de los diamantes, tréboles picas y corazones, venían fotos de chicas desnudas en poses increíbles. Y se inundó el país con pornografía sueca y francesa en unas mini revistas que se podían cargar en cualquier bolsillo y a escondidas de los ojos del mundo por el temor de ser descubierto, y, es que la idea de pecado mortal,  inculcada desde la cuna, y fortalecida desde el pùlpito por el cura, permanecía en el cerebro de todos mis contemporáneos que hoy nos asombramos de ver viejas empelotas en la portada de revistas y periódicos sin ningún pudor… y nadie se mosquea.

Y el cine ni hablar, cualquier muchacho de hoy se ríe de las películas que se podían ver con las estrellas porno argentinas Libertad Leblac e Isabel Sarli. Uno salía contento, por haber visto al menos una teta, y agachado esquivando, las miradas de los transeúntes que pasaban frente al cine Novedades en Bogotá, donde las proyectaban. Entonces, como sucede con todo lo prohibido, aparecieron los teatros clandestinos donde proyectaban lo que se llamó el cine ROJO, que ya era muy cercano a las películas eróticas actuales pero sin el realismo descarado de la pornografía que se encuentra por todo el internet.

Ahora me rio de la ingenuidad de esas publicaciones de mi niñez comparadas con Play Boy y, por supuesto, nada que ver con Penthose, Hustler y cuanta revista porno pulula por los puestos de revistas a la vista de menores de edad, monjas, curas y beatas. Ya nadie se escandaliza. La verdad a mi me sorprendían algunas cosas y me daba miedo por aquello de la condenación eterna en lo profundo de los infiernos… pero escandalizarme? Nunca. No es sino dar una vuelta por donde haya comercio informal y venta de discos compactos y videos para asombrarse de la variedad y cantidad de sexo que se da como yerba silvestre en todas las presentaciones posibles.

Y como me dio por hablar de todo lo relacionado con el deporte preferido en el mundo que es el SEXO, pues imaginen las vueltas que había que dar para comprar un mísero condón. Entraba uno varias veces y si estaba atendiendo una mujer, nada. Si era el viejito sordo menos porque tocaba gritarle CONDON y claro, alguien escuchaba y volteaba a ver quién era el descarado pecador. Todo era a escondidas, en secreto, pecaminoso y, sin embargo, uno se las ingeniaba para meterse en lo prohibido a si se fuera de culo para el infierno. Muchas cosas se quedan por contar pero es que se me ocurrió un artículo más extenso y con otro título.

 

 

 

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