DEL LIBRO RELATOS MACABREADORES
A los que terminaron una carrera
Universitaria y saben menos.
La soledad produce pensamientos
Raros y hasta bíblicos
Sin ninguna duda, nació genio. Con sólo cinco años de vida y ya estaba terminando el tercer curso de la educación primaria; por su gran capacidad intelectual y la ayuda de los castigos paternos. Pasó la infancia entre libros de texto y apenas cumplió los ocho años si conocer de juegos de niños culminó la etapa escolar y se encontró, sin más en el primer año de la secundaria.
Con la motivación del miedo a los castigos de su padre, pero seguro de sus capacidades aprobó los seis años de estudios con las mejores calificaciones y, antes de cumplir los catorce años de edad estaba entregando orgulloso a sus progenitores el diploma que lo acreditaba como el mejor bachiller de su promoción con todos los honores que da la república que le otorgaba los mayores galardones educativos y una beca para continuar sus estudios en la Universidad Nacional y en la carrera que deseara escoger.
Por excelencia educativa pudo ingresar saltándose el requisito de las universidades oficiales de no recibir menores de dieciséis años a una carrera de Humanidades; transcurrió cinco semestres e estudios entre su soledad de hombre, sin participar en las reuniones de grupos que prometían cambios estructurales y definitivos para la patria y promovían manifestaciones desesperadas contra el sistema; por entonces, recibió la noticia que lo liberaba en forma definitiva de sus temores infantiles: su padre había fallecido en un accidente de carretera. La empresa donde laboraba su padre pagó todos los costos del entierro: un sepelio de primera clase en la Catedral Primada, tumba a perpetuidad en el cementerio-jardín reservado a los ricos y por último avisos obituarios en los periódicos más importantes de la capital. A su madre le concedieron una pensión perpetua de viudez y cancelaron la totalidad de la deuda hipotecaria de la casita donde vivían y que estaban pagando a plazos. Él asistió a las honras fúnebres como a una misión rutinaria, ¿acaso todas las personas no debían morir en algún momento?, por fin se libraba para siempre de las amenazas para que obtuviera los mejores porcentajes y ocupara los primeros puestos; se acababan las reprimendas para obtener notas sobresalientes y que estudiara juicioso; desde mucho tiempo atrás era consciente de su cociente intelectual de 190/100 que lo colocaba por encima de todos sus conocidos y de casi todos los desconocidos del planeta tierra. Estaba alejado del mundo mezquino de sus padres, de sus amigos de la infancia, de los compañeros de la secundaria y ahora de todos en la universidad que lo recibieron con burlas crueles a causa de sus vestidos de niño, su peinado de niño sus ademanes infantiles y por la compañía de su señora madre que lo llevaba todos los días hasta la entrada a la facultad de Ciencias y se despedía con beso y bendición… para completar lo esperaba a la salida de clases.
El tiempo convirtió sus sentimientos y emociones en detalles perdidos que solo preocupaban a los débiles mentales y a los pendejos de profesión. Sus amigos de ayer eran solo brumas en sus pensamientos, todo su pasado se diluyó en los recodos más recónditos de su cerebro: sus compañeros de curso que lo recibieron en medio de bromas ahora estaban atrasados en niveles académicos inferiores y alguna vez, en algún semestre cursado y olvidado vencieron sus orgullos personales para pedirle explicaciones sobre temas que sólo él había captado y él, claro, les había dado la explicación pertinente, no sin que se dieran cuenta de su inmensa superioridad intelectual.
Su madre dedicó cuerpo y alma a la administración de la pensión del difunto pero a sus ojos estaba difuminada dentro de sus pensamientos, la veía como a la mujer que lo amaba pero que no podía cambiar nada en el motor metafísico que lo arrastraba hacia el descubrimiento de la nada insondable; hasta ese momento incomprensible por los seres humanos tan arrastrados, tan miserables e infinitamente idiotas dentro de sus miserias económicas, técnicas, científicas y mentales. En su pensamiento pasó la película de su vida desde el principio: su nacimiento, los acontecimientos de su niñez, las anécdotas de su paso por la secundaria y su historia en la facultad, la muerte de su papá, una muerte más que le ayudó, según su mentalidad, a que su madre tuviera una vida mejor, ella no tomaba trago como su cónyuge muerto y el dinero mensual le permitía lujos que no tenía en vida de su esposo. Después de su grado universitario cedió todos los derechos de los descubrimientos logrados durante su época de estudiante a las sociedades de ayuda a los científicos e investigadores desfavorecidos por la suerte; ayudó a sus hermanos y hermanas menores para que terminaran sus carreras y después de cumplidos todos estos protocolos se encerró en una defensa impenetrable de ideas que parecerían inverosímiles a no ser por el mínimo testimonio de las tres mujeres que lo amaron y que luego enterraron sus vidas, cada una por aparte, en clausuras monásticas de siempre jamás porque conocieron en una sola noche con él todas las facetas del amor y juraron sobre los Santos Evangelios no querer saber más del género masculino y se enclaustraron de por vida por no sentirse capaces de sobrevivir sin él.
Con veinticinco años, después de apoderarse de todos os conocimientos humanos y de traspasar con su saber indecible las barreras de la física y la metafísica, descubrió que su sabiduría había hollado lo sagrado y, en medio de un vendaval celestial llegado del firmamento, con Elías como auriga, se marchó volando en un carro de fuego a donde jamás sus conocimientos causaran los sismos sentimentales o intelectuales que hubieran podido ocasionar en la Tierra.