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Ir a: El Muerto (Parte 5)

Cuando desperté, con una jaqueca de los mil amores, mi cuerpo también recorrían extraños temblores. Tenía fiebre y poco era lo que a mí alrededor yo comprendía. Vi a una mujer y al señor, quien le hablaba a ella con estima. Cerré los ojos porque la luz me hacía daño y otra vez quedé privado, más ahora por el del cansancio encanto.

No sé el tiempo que permanecí dormido, no soñé con nada, envuelto por el de la oscuridad velo divino. Cuando por fin abrí los ojos, pude deducir que de noche era. La oscuridad envolvía la comarca y la Luna me saludaba con esa cara de mi amiga eterna. Todavía me encontraba en el recinto acostado. Así que, después de medir mis fuerzas, me levanté con cuidado. Miré a mí alrededor para ver si solo me encontraba y el sonido del silencio, me confirmó lo que internamente yo deseaba. Recorrí la habitación, muy grande por cierto. Por lo que podía ver pertenecía a alguien con dinero. Me acerqué a la puerta, siempre excedido en precauciones y escuché y miré por el ojo del cerrojo. No veía nada, aunque alguien al otro lado estaba. Alcanzaba a escuchar una conversación medio apagada. Sin embargo y aunque estaba presto por conocer respuestas, no me apresuré a abrir la puerta, recordando al hombre, al jamelgo y en el trigo el suceso. Así que, decidí aguzar el oído para poner en claro algunos puntos, pero eran muy confusas las palabras, así que me decidí por lo segundo mas seguro. Abrí con cuidado la puerta que de ellos me separaba y vi a mi agresor y a una bella mujer que le acompañaba. Ambos me miraron; el hombre con disgusto. La dama me dirigió la palabra y me sentí reconfortado al punto:

- Disculpe usted el ultraje cometido, más no es por maldad, sino por precaución, lo que contra usted mi guardián ha arremetido. Mi nombre es Rosa y estoy para servirle.

¡Por Dios! Que voz tan divina.

- Señora, es muy amable por darme alojamiento, más el pedirme disculpas, no hay cuidado, que yo entiendo.

- Amable es usted al perdonarnos. - Me dijo ella, más yo no podía perdonar al que me atacara en el campo. - Sea amable y comparta con nosotros la mesa, - me indicó el asiento a su derecha y lo ocupé enseguida, agradecido de sobre manera.

- Y bueno, - el hombre metió la cucharada. - Perdón le pido porque en el trigo yo le atacara. Más me sentía obligado ya que nos están robando. Siento confundirlo con el ladrón... - Sé que no lo sientes tanto. - Yo soy José y guardo esta casa. He estado aquí desde que Rosa era una muchacha...

Me sentí mal al él hablarle con semejante frescura, más qué hacer, supongo que al cuidado de aquel hombre ella estaba segura.

- Doña Rosa, y ¿hace cuanto sufren ustedes de los ataques?

- Hace varias noches.

- Lástima, lástima. Me gustaría ayudarles, más estoy en una misión que un Ser Magnánimo me ha encomendado.

- ¿Qué misión es esa?

- He de encontrar al MUERTO que no está muerto... - Y entonces, les conté mi misión y lo que tenía que hacer para liberar al leñador de su sufrimiento.

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