Decidimos acabar con las guerras. Es una tarea ardua, pero no nos rendiríamos fácilmente. Investigamos detenidamente la organización social, los problemas políticos, las motivaciones humanas. Después de tanto estudio llegamos a la conclusión de que la totalidad de las guerras son motivadas por los recursos escasos. Camuflados en falsas ideas, los políticos y representantes, democráticos o no, engañaban a sus ciudadanos para emprender una guerra con el fin de conseguir esos recursos de los que carecen.
Una vez conocido el problema la solución era sencilla. Sustituimos todos aquellos bienes escasos en bienes imperecederos y de fácil adquisición, nunca nadie podría quedarse sin ellos. Al principio aquello pareció ser traumático ya que mucha gente tenía poderosos intereses en enriquecerse controlando aquellos escasos recursos. Pero pronto se acostumbraron a no depender de nadie para conseguir energías y otros bienes necesarios.
Durante un tiempo creímos haber conseguido nuestro propósito de erradicar las guerras para siempre, pero más pronto que tarde ese cáncer se volvió a manifestar. Las razones eran distintas, pero fueron mas fácil de detectar que las anteriores. Parecían entrar en guerra aquellas regiones con rasgos distinguibles. Todo apuntaba a que mientras existieran las razas existirían las guerras. Por lo que adoptamos una nueva medida. Mediante la manipulación genética conseguimos que todos los nuevos nacidos fueran del mismo color y de facciones similares. Al fallecer sus progenitores las guerras acabarían.
Pero con la muerte del último ser humana no modificado genéticamente la guerra no desapareció. Nos habíamos equivocado, las razones debían de ser otras y no las meramente raciales. Los estados, naciones y pueblos seguían peleando entre sí, motivados esta vez por ideales religiosos, culturales o lingüísticos. Las razones de estos conflictos era la de imponer sus ideas a las demás agrupaciones humanas. Demostramos científicamente y de forma fácilmente comprensiva la inexistencia de los dioses, fuera cual fuera su procedencia. Dejando de existir de este modo las diferencias religiosas. Asimismo, inventamos potentes traductores que hacían imposible la incomprensión de unas personas sobre otras.
Esta vez creímos haberlo conseguido. Las guerras entre pueblos habían acabado. Pero no podíamos comprender como dentro de una misma nación, con idéntica cultura, raza, y educación pudiera haber levantamientos sangrientos. No entendíamos cómo podían seguir matándose unos a otros. Pero el motivo no era tan descabellado, seguían existiendo diferencias sociales y posicionales; y mientras éstas existieran, las guerras entre los hombres serían inevitables. Así que buscamos una solución para estas clases sociales, creamos robots y otras tecnologías para que ningún humano necesitara trabajar nunca más. Todos obtendrían todas las riquezas que desearan y podrían permitirse todos los caprichos que se les antojaran. Orgullosos como dioses, estábamos convencidos de haber resuelto el problema de las guerras. Desde luego, ¿qué otras razones podían existir?
Pero de nuevo la naturaleza humana nos sorprendió. Pese a poseer todo aquello que necesitaban, sus impulsos seguían conduciéndolos a la violencia. Seguían matándose unos a otros, sus motivos nunca fuimos capaces de entenderlos. Sus motivaciones eran absurdas para alguien que lo tenía todo. Razones como el amor, el despecho, el aburrimiento, la pura maldad, parecían ser los detonantes de estas nuevas guerras. Y entonces lo entendimos, dimos con el verdadero origen de las guerras, de la violencia, de los levantamientos, de los conflictos, de los derramamientos de sangre. Todo apuntaba a un evidente origen: La maldita naturaleza humana. Si queríamos erradicar este acto despreciable. La solución era sencilla. Hacer desaparecer al hombre.