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Alegoría

Antes de Adán y Eva la Divinidad ensayó crear primero a la mujer que al hombre y tomando un poco de todas las cosas le dio vida. Pero habiéndose vuelto insoportable a causa de su curiosidad, que la hacía inquirir todas las cosas, sin entender nada de ellas, la convirtió en serpiente acéfala. Impresionada su piel por la luz y el sonido de las palabras de la Deidad, a quien siguió a todas partes, especializó en uno de sus extremos unos huequecillos, por donde pudo ver, oír y hablar las cosas del cielo.

Cuando la Divinidad advirtió que la serpiente hablaba el lenguaje divino, la envolvió en la corteza de un fruto y la arrojó al desierto. Al contacto de la arena caliente se estremeció y, tratando de encontrar refugio contra el sol que la quemaba, reptó con dificultades indecibles en dirección desconocida.

Llegada la noche ceso de luchar creyendo haber encontrado el reposo, pero el sol de la mañana volvió a quemarla. No encontraba un lugar para guarecerse y siguió reptando mientras su cuerpo absorbía la corteza y convertía parte de la misma en pies; primero como leves arrugas que lamían la arena y más tarde como miembros que permitieron a la serpiente moverse con libertad a través de los oasis. En uno de ellos encontró a Adán y Eva en húmeda arcilla aún, y les enseñó las primeras palabras que había aprendido cuando estuvo cerca de la Divinidad. Vino Ésta al oasis y encontró a la serpiente hablando con los hombres, quienes dejaron de ser sumisos y requerían las órdenes divinas.

Fueron expulsados del paraíso, y la serpiente, envuelta en placentas de animales, arrojada al mar. A ciegas flotó unas veces y se sumergió otras huyendo de las fieras marinas, pero al cabo de algún tiempo las placentas se absorbieron en su cuerpo. Llegó a dominar las profundidades de los océanos y fue leyenda en boca de los pescadores. Deseosa de recibir un nuevo castigo de la Deidad para salir de la monotonía de las aguas y las rocas, decidió entonar su voz divina para enajenar a los hombres. Los marineros al oírla olvidaban los timones de sus barcos y se estrellaban contra las rocas. La Deidad la envolvió en placentas humanas y la lanzó a la selva, en donde la furia de los elementos la forzó a replegarse en sí misma hasta descubrir su principio, y vio, oyó y habló las cosas del cielo y de la tierra.

La Divinidad la arrebató de entre los hombres, celosa de su poder, y para siempre ocupó un lugar en la mitología de la humanidad.

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