Los indicadores del combustible señalaban que ya el tanque se hallaba completamente vacío, el exhausto motor, tras dar un concierto de resoplidos y golpeteos metálicos, finalmente detuvo su marcha en un lugar muy inoportuno justo en medio de la nada, la carretera parecía surgir por un extremo del cielo y continuaba en línea recta perdiéndose al tocar la otra punta del firmamento en el horizonte, igual que si cayese a un gran abismo desde las orillas del mundo. El solitario conductor, frustrado por la mala pasada que ahora el destino le jugaba, se bajó del vehiculo azotando con fuerza la portezuela como si el solo acto de castigar a la unidad motriz con golpes pudiese ponerlo de nuevo en movimiento para continuar así con la jornada recientemente interrumpida por el infortunio.
Eduardo, el solitario conductor varado, se recargó en el vehículo que lo trajo hasta ese lugar olvidado por Dios desde tiempos inmemorables, la ciudad mas próxima estaba todavía muy lejos como para ir caminando sin que los implacables rayos del sol frieran sus escasas neuronas, un peculiar siseo proveniente de una llanta le hizo caer en cuenta que tampoco el automóvil podría llegar al destino tan largamente ansiado. En la distancia, Eduardo pudo notar un pequeño montículo en una lejana loma, probablemente se trataba de algún establecimiento abandonado, como tantos otros que avistó a lo largo de su camino en aquel viaje suyo. Cuando encontraba sitios como aquel, si bien le iba, se agenciaba víveres, una buena ducha y en más de una ocasión, transporte. Tras vacilar un poco, se puso nuevamente de pie para reanudar el paso en dirección al horizonte, la ingrata marcha continuó por largas horas, el astro rey fue recorriendo la bóveda celeste hasta quedar en el poniente dándole la luz de lleno en la cara.
Eduardo estaba hecho una pena, la sed abrasaba su garganta mientras el sudor bañaba su maltrecho cuerpo gracias a la prolongada caminata, después de la cual, pudo confirmar lo avistado desde lejos horas antes, era efectivamente una pequeña gasolinera y una tienda de conveniencia junto a ella, todo parecía indicar que no era ese un lugar muy transitado además de lucir un abandono bastante notorio, ante tal panorama Eduardo se preguntaba si haber ido tan lejos valió la pena y la única forma de saberlo era entrar a la tienda y ver que había disponible para llevárselo y continuar con su odisea, empujó suavemente la puerta de cristal oscurecida por la suciedad acumulada durante meses para luego confirmar lo que ya se temía, ahí tampoco había gente como en otros tantos pueblos y ciudades por los cuales había transitado antes.
Tras un arduo esfuerzo mental, Eduardo recordó la última vez que vio gente, fue cuando llegó a la ciudad de México proveniente de su natal Barranquilla en la republica de Colombia, se sorprendió mucho al momento de caer en cuenta que las calles casi estaban desiertas tomando en cuenta el tamaño de aquella megaurbe, incluso muchos automóviles permanecían a media calle abandonados por sus conductores con las llaves puestas todavía.
Meses antes de iniciar su jornada en busca de una vida mejor, su esposa e hijos murieron a causa de la extraña epidemia que azotó en todo el mundo y prácticamente acabó con la población de Barranquilla, se trataba de una clase de hepatitis capaz de acabar con sus victimas en menos de una semana con síntomas espantosos hasta literalmente hacer a sus victimas en forma literal vomitar sus entrañas, gracias a esa terrible pandemia, la economía local estaba totalmente arruinada. Eduardo estaba desempleado hacía varios años y el apoyo gubernamental ya no era suficiente para solventar los gastos familiares, así, el día en que murió su esposa tomó la dolorosa decisión de ir hacia el norte a la tierra de la libertad, el hogar del valiente, los Estados Unidos de Norte America, en Barranquilla de mucho tiempo atrás ya no tenía futuro alguno, amontonar billetes verdes con la cara de George Washington y realizar el sueño americano era toda su consolación, en vida su esposa no le permitió irse porque no deseaba el abandono, esta ocasión ya nadie lo detendría, esa fue la manera como se puso en camino rumbo a la unión americana.
Conforme avanzaba, Eduardo se dio cuenta que no solo Barranquilla fue diezmada por la epidemia, casi en todos lados a donde iba se hallaba con un cuadro sumamente desolador, mucha gente yacía enferma en el arroyo de la calle a la espera de urgente atención médica, en cada esquina podían verse millares de cadáveres siendo apilados por maquinas buldózer para después arrojarlos a fosas comunes donde luego se incineraban con el fin de impedirle a la peste continuar con su atroz avance, por todos lados el rastro dejado por el caos era evidente convirtiendo en zonas de guerra principales arterias de cada ciudad o pueblo a donde llegaba Eduardo, el mismo patrón se repetía sin importar donde fuera.
Las cosas fueron un poco distintas cuando arribó a la capital azteca, todavía encontró ahí gente viva, incluso pudo quedarse gratis en un hotel cinco estrellas además de comer bien tras no probar bocado desde que cruzó la frontera entre México y Guatemala, ya con el paso de los días estaba sintiéndose aburrido de no hacer nada. Como si una especie de alarma interior le hubiese indicado el momento de partir, Eduardo reanudo su camino una vez mas, aunque se sintió tentado a tomar uno de los tantos automóviles abandonados, decidió mejor viajar “de mosca” en un ferrocarril carguero que le llevó hasta otra gran ciudad, San Antonio en el estado de Texas, por fin se hallaba sobre suelo americano. Las cosas tampoco fueron bien para Eduardo una vez que llegó a tierras del norte, de nuevo la plaga hizo su aparición por aquellas latitudes antes, una ciudad bulliciosa hallábase sumida en el silencio eterno quedando convertida en una inmensa tumba para millares de personas y de la misma forma que sucedió días antes en la ciudad de México, muchos automóviles parecían esperar que alguien los condujera por las carreteras, tras buscar un auto que todavía tuviese las llaves pegadas al switch, decidió llevarse un deportivo.
Mientras conducía rumbo a las afueras de San Antonio se le ocurrió una idea: si la plaga llegaba primero a las Vegas, entonces podría sacar tanto dinero como el quisiera de los casinos y cajeros automáticos, por lo tanto sería necesario apurarse antes que alguien mas tenga la misma idea y se lo lleve todo, durante su vida siempre solía ser el ultimo, incluso hasta en una ocasión que su esposa lo engañó con un vecino suyo resulto que todo mundo lo sabía menos Eduardo. La travesía se prolongó por días, en los cuales Eduardo condujo el automóvil que tomó prestado en San Antonio, claro, si a eso podía llamársele préstamo, guiándose solo por señalamientos viales hasta que se agotó el combustible y tuvo que dejar abandonada la unidad motriz en la carretera para caminar hasta una lejana estación de servicio.
Eduardo se metió a la tienda de la estación sin permiso, como si fuese un animal salvaje buscando comida, los artículos perecederos en la estantería estaban caducos desde hacía ya mucho tiempo, solo quedaban alimentos enlatados, luego de tomar una mochila de viaje, vació en ella cuantas latas tuvo a la vista, tomó también un mapa carretero, un paquete con botellas de agua, preservativos y cigarrillos, de seguro nadie le cobraría tampoco aquí e incluso pensaba que si hallaba mujeres a su paso, ellas harían lo que fuera por la comida. Luego de haberse conseguido provisiones, Eduardo necesitaba transporte, buscó en balde, aparentemente no había más vehículos a parte del que abandonó algunos kilómetros más atrás, después de dar varios vistazos, vio un pequeño cobertizo en un deshuesadero a un tiro de piedra tras cruzar la carretera, no tenía nada que perder, si los dueños de aquel establecimiento huyeron o también estaban muertos, probablemente sus guardianes caninos corrieron con la misma suerte que sus propietarios, tras aproximarse al cerco de púas que protegía aquel negocio, el sofocante aroma de la carne descompuesta era suficiente para notar que algo murió en las inmediaciones, las moscas amontonadas entre los automóviles desmantelados revelaban el sitio donde se hallaban los despojos, el olor era repugnante, mas no quedaba otra opción que ir al cobertizo y si corría con un poco de suerte, tal vez ahí encontraría un vehiculo. Eduardo contuvo su aliento mientras atravesaba el pequeño lote hasta el cobertizo, donde halló una motocicleta desvencijada, con eso sería suficiente para llegar a Las Vegas, de acuerdo con los mapas que tomó de la tienda, no estaba muy lejos, tras algunos contratiempos logró arrancar el vehiculo y partió rumbo a su destino.
Eduardo encontró el panorama en Las Vegas igual que muchos otros lugares donde había estado, ni un alma viviente salió a la calle además, la ciudad parecía como arrasada por una guerra de magnitudes épicas, el desierto avanzaba invadiendo las calles con olas de arena caliente, sin embargo, pudo notar que curiosamente, no todos los negocios habían sido asaltados por quienes deseaban aprovechar el desorden provocado por la epidemia y hacerse de dinero fácil, Eduardo fue revisando los casinos, aunque la mayoría fueron visitados por los amantes de lo ajeno anteriormente, los mas pequeños de la ciudad estaban todavía intactos, al parecer nadie se interesó por ellos, quizá quienes anduvieron merodeando los alrededores con anterioridad pensaron que no habría dinero suficiente para saciar su ambición.
Abrir las maquinas tragamonedas no fue cosa difícil con ayuda de una barreta, de un solo golpe limpio se abrían las alcancías vaciando su contenido en el suelo como si se tratara de piñatas metálicas rellenas con monedas en lugar de dulces. Al principio, Eduardo se preocupaba porque tal vez la policía podría llegar en cualquier momento, por lo que hacía las cosas tan rápido como era posible, más cuando notó que ya eran mas de diez negocios y tres cajeros automáticos a los cuales robaba en un día y ni siquiera de lejos vislumbró alguna patrulla ni tampoco a los oficiales del orden, algo le hizo pensar que tal vez ya no había gente por ninguna parte, la misma pandemia que antes le arrebató a su prole aniquiló ahora la población de toda la tierra, quizá también haya sobrevivientes en alguna otra parte del mundo y con todo lo que había robado tal vez podrían iniciar una nueva sociedad con el mundo a su entera disposición, el problema era que nada le garantizaba la supervivencia de mas personas, tal vez ahora si realmente ya no había mas gente habitando la tierra, quizá por fin llegó la tan temida extinción del genero humano, le resultaba un tanto increíble como tantas veces vio documentales en televisión por cable acerca de cómo sería el ocaso del hombre, ahora el tuvo la fortuita honra de ser testigo presencial y último de su propia especie, aquello le dejaba un amargo y desagradable sabor de boca.
Ser postrimer en todas las cosas puede tener muchas ventajas no tan evidentes a primera vista, quizá muchos no lo crean, mas dichas ventajas podrían incluso compararse con todas las bondades de iniciar alguna cosa triunfantemente, sin embargo, aún sin proponérselo la gente que suele darle mas valor a los empieces irónica e inconscientemente le da el mismo mérito a los finales: suele decirse que quien ríe al último ríe mejor, ¿o acaso nadie quiere oír el final de una buena historia? Las graduaciones, el final de la jornada laboral, el final de la vida y hasta la Biblia misma cita en alguna parte que los postreros serán primeros en el reino celestial del Mesías. Eduardo era una persona que podría encajar perfectamente dentro del perfil de un inútil e inadaptado social, su reputación como fracasado era muy bien conocida entre sus familiares, amigos, conciudadanos y colegas de trabajo, jamás gozó de las mejores calificaciones durante sus años como estudiante ni tampoco los puestos desempeñados en las compañías para las cuales laboró tenían una elevada posición la cadena de mando, sin embargo, ahora las cosas eran totalmente distintas, lástima que todos aquellos a quienes conoció de seguro ya estaban muertos para ver sus logros, en una sola tarde obtuvo mucho mas dinero del que hubiera podido ganar durante toda una vida en su ciudad natal, incluso ganar el premio gordo de la lotería no era nada comparado con todas esas ganancias obtenidas tras un día en la tierra del tío Sam, podría pensarse que al final Eduardo alcanzó el sueño americano sin lugar a duda razonable, sin embargo, esta vez el problema ya no era la falta de recursos financieros, sino tener tanto dinero en la bolsa como si fuese un magnate y a la vez nada en que gastarlo ni nadie con quien compartir sus dividendos, hasta para eso fue la ultima persona en lograrlo.