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Conducía su auto por la carretera solitaria mientras en el horizonte las nubes se teñían con los arreboles del atardecer.  Llovía a cántaros pero su destino estaba cerca, dos  o tres kilómetros la separaban de la calidez humana de su familia, de un pijama seco y suave, una cama acogedora y un buen café hirviente y aromático.

En diferentes sitios del trayecto vio hundida la carretera; maquinaria pesada despejaba el camino de las piedras y lodo de los derrumbes, recordó que todos los días en los noticieros televisados y radiales comentaban de los problemas surgidos en la malla vial a causa del invierno y hasta ese momento no había dado al asunto la verdadera dimensión, hasta cuando lo vio con sus ojos no pensó que el asunto fuera tan grave… bueno, ya terminaría de llover.

Mas que oír presintió el ruido de un alud y de pronto  se vio envuelta por barro y piedras por todas partes y su pequeño campero reforzado por varillas quedó sepultado por el alud. Durante unos segundos no supo que había pasado y quedó envuelta por la oscuridad total. Su entrenamiento como combatiente anti terrorista le permitió recordar en fracciones de segundo lo que debía hacer de inmediato. Buscó en la guantera la linterna de emergencia y la encendió…

El noticiero de las siete dio un boletín de última hora: “tres carros quedaron sepultados en el sector de Rio Negro por cientos de toneladas de tierra y rocas, se teme que no haya sobrevivientes y las pesadas maquinarias no pueden llegar al sitio porque la carretera no soporta el peso en las actuales condiciones, se intentará el rescate con pico y pala pero se teme que no haya sobrevivientes…”

Ella esperó durante una hora con la luz apagada, mirando a cada rato la esfera luminosa de su reloj de pulsera. Prendió el radio pero la señal no entraba, ensayó una llamada desde su celular y nada. Cuando sintió que el oxígeno empezaba a escasear reemplazado por el gas carbónico de su respiración, aspiró todo el aire que pudo y lanzó el grito más desgarrador de su existencia…

Al amanecer, con las primeras luces del día y ya sin lluvia, comenzaron a llegar algunos trabajadores con sus picos, palas y azadones para empezar a remover la tierra, en el ambiente sólo se escuchaba el silencio.

 

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