Erase una niña rica y hermosa que vivía con sus padres en una mansión. Para celebrar sus quince años contrataron el mejor salón de la ciudad y dos excelentes orquestas; por supuesto, la mejor casa de banquetes se hizo cargo de la fiesta a la que invitaron las niñas de la alta sociedad menos a Requilda, la envidiosa del colegio, hija de Temilda, una señora con fama de bruja que, para vengarse del desaire preparó un bebedizo que hizo entrar a Iris, nuestra heroína, en estado cataléptico durante diez largos años. Eso dijo en la audiencia de imputación de cargos.
Olvidaba decir de Iris que era la mata de la pereza y se decía que hasta se dormía en medio de una balacera. Pues sus padres habían concertado boda con Prudencio, muchacho bobalicón pero hijo de multimillonarios, que aceptó esperar el tiempo necesario, con tal de ser su esposo y unir las dos fortunas. Pasada la década y con la presencia del joven y los padres de ambos, la joven de veinticinco años abrió los ojos, se desperezó, bostezó y acomodándose nuevamente en posición fetal les dijo que la dejaran dormir otro rato.