Cuando tengo tiempo y espacio para meditar me da por pensar en muchas situaciones, para mí y otras personas. Anoche el sueño me abandonó y la mente empezó a divagar por muchos campos y, de pronto, me entro una rasquiña, piquiña, comezón o como se llame a esa molesta sensación que requiere rascarse de inmediato y que, por lo general en las noches, da en medio de la espalda donde la mano no alcanza. Por fortuna alguien inventó unas rascaderas que permiten aliviarse de esa molestia.
Como no volví a dormir y basado en la rasquiña, que acababa de solucionar, me dio por imaginar situaciones en las cuales se hace imposible rascarse y se me vino la imagen de un astronauta, fuera de la nave y enfundado en ese traje a prueba de todo en el espacio vacío y con una picazón de los mil demonios. Lo visualicé con una pequeña piquiña en la nariz y el pobre hombre pasando la mano enguantada por el frente del casco protector tratando de aliviar la molestia y, como los males no llegan solos, de pronto sintió la comezón en la entrepierna, en la ingle para ser más exactos, y que en Colombia nos da con frecuencia a los varones, y eso dio nacimiento al raskinbol, (eso lo entienden mis lectores nacionales).
Seguí pensando en mi astronauta imaginario, vestido con su indumentaria espacial y con deseos de rascarse por todas partes con la imposibilidad de hacerlo. Sentí en mi la desesperación del pobre hombre y empecé a rasguñar cada sitio donde sentía el picor pensando que eso no lo podía realizar el hombre del espacio. Al final le dediqué mis rasguños y lo dejé en la incómoda situación que me llegó a la mente. Ojalá, en la realidad, eso no ocurra.