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Hace diez años se fue de este mundo la mujer de un pobre hombre que la soportó un cuarto de siglo. Ella estaba convencida de ser la esposa perfecta, se lo repetía día y noche y no se abstenía de divulgarlo a quienes la escuchaban; lo atormentaba con una cantaleta que aburría a los vecinos y el hombre soportaba con la paciencia del santo Job. Tampoco era buena ama de casa y la vivienda permanecía en perpetuo desorden.

Las defensoras de las mujeres dirán que el tipo también debía colaborar; el asunto es que el sujeto trabajaba de domingo a domingo hasta 16 horas diarias para satisfacer los caprichos de la señora que le juraba cada día que nunca lo dejaría. Y lo cumplió. Aun después de estirar la pata o morirse.

Nada más conciliar el sueño, de día o de noche la tal esposa, se le aparecía en sueños y, el señor despertaba sobresaltado y esperaba hasta una hora para dormir de nuevo, cerraba los ojos y otra vez llegaba a joderlo;  esto no es invento mío, me lo contó mi amigo Oscar, la víctima de Hermensia, y no supe que decirle para librarse de esa pesadilla.

 

Edgar Tarazona Angel

 

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