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Encontró Andresito una margarita, una fantástica e irrepetible margarita. Más que por casualidad encontrarla, porque por el mundo entero había caminado la encontró, sin programado descanso, de buscar sin parar, más que una margarita, su bien y única coqueta margarita deseada se hallo merecidamente en su mano.

Sin reparos morales a su novia la extendió o, ¿su amiga?, no quería saberlo muy bien y menos averiguarlo, junto con aquella margarita felices e ilusionados de la mano caminaban todos los anhelos y desanhelos de aquel hombre en potencia, todos esos ocultos sentimientos camuflados tras la expectante mirada incierta, hoy, a quemarropa enseñados, de ese que por primera vez cree sentir el verdadero celestial amor, para su niña, importancia no tenia una estúpida y singularísima flor, a lo mejor los niños siempre fallan e ignoran que una niña no quiere perder tiempo pensando que quizás él, en el momento en que la encontró, un pétalo tomó, índice y pulgar en acción perfecta y mientras con ilusión lo retiraba de su ultimo hogar antes de morir horas después: me quiere?... no me quiere!... me quiere?... no me quiere!... y, aquel último pétalo, luego de unos cuantos minutos, aterradores, espeluznantes, intimidantes pero no por eso de sueños faltos, reveló lo que nunca Andresito pensó ni deseó: ¡no me quiere¡. Pero la esperanza fue más fuerte, la esperanza es siempre más fuerte cuando de amor hablamos, y el esfuerzo hizo, por que en el amor nunca en la suerte se debe creer, y, sin pétalos aquella margarita le llevó.

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