Justo en el centro del desierto, ahí está Zaragoza, con un río que la viola indolente sin hacer caso de las tierras yermas, sin humedecer ni una raíz.
A veces, simplemente la viola inmisericordemente y se retira sin dejar ni una onza de semen, por el contrario, se lleva lo poco que hay para colorear sus aguas, limpiar las rocas y partir ufano.
Una vez llovió cuarenta días y cuarenta noches de seguido y a nadie se le ocurrió hacer un arca, ¿lo pueden creer? Ni nadie vino en parejas, solo un par de gays de Chueca, y al día cuarenta y uno, solo el Ebro desbordado y las rocas limpias agradecían el baño...y el pueblo soñaba con el verano, 40º c a la sombra!