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Peter era un hombre que estaba casado desde hacia veinte años con Karen. Vivian solos en una gran casona en las afueras de la ciudad.  Ella era profesora de historia en la escuela del lugar y él escritor de novelas de terror.

Cuando se conocieron, la tierra se detuvo en su rotación, al menos, eso sintieron. Karen era muy joven y hermosa; caminaba por Central Park cuando tropezó accidentalmente con Peter. El, con caballerosidad, le ayudo a levantar sus libros de historia medieval, hermoso pretexto para iniciar una conversación. La acompaño a su apartamento y luego siguieron frecuentándose. Se casaron muy enamorados, él con su pelo largo rebelde de los años ochenta  y ella con sus ojos color miel, eran la pareja ideal,  pero la rutina de la vida conyugal los hirió de muerte.

Todos los días eran iguales, hacían las mismas cosas, decían lo mismo, pensaban igual que el día anterior, todo era estático. La tierra se había detenido cuando se conocieron y pareciera que seguía igual de detenida en el tiempo.

Los seres humanos desean cosas que no tienen, la carencia los mueve a la búsqueda; cuando lo han logrado, cuando han saciado su apetito, el estimulo desparece. Eso les había pasado a Peter y Karen. Querían algo más.

Peter trabajaba mucho en su computadora como escritor que era; un día, por error, entro en una pagina web denominada “cita a ciegas”. Las personas debían ingresar sus perfiles, gustos, aficiones, todo, menos una fotografía o imagen; si algún otro participante le interesaba, se contactaban por correo electrónico y comenzaban una relación abierta por chat.  Esto le intrigo de sobremanera, no solo como escritor, sino como ser humano. “¡Como puede ser que las personas se relaciones sin conocerse físicamente, si tener, por lo menos, una imagen. Era un mundo de ciegos”, pensó. Siguió en esa disyuntiva, pero le atrapaba la idea de intentarlo, de ver qué pasa, pero era muy arriesgado, podía perder su matrimonio. “¡Que va…debo intentarlo, después de todo jamás le sería infiel a mi esposa, solo serían palabras perdidas en la web”, se dijo.

Ingreso sus datos, tomo como usuario “John”, no quiso utilizar su verdadero nombre. Espero unos días cuando recibió en su correo electrónico con un mensaje para contactarse en el Chat del sitio. Se hacía llamar Variolet. “Seguro es falso, como el mío, quien se expondría tan abiertamente en un lugar así de publico” se dijo”. Aunque- agrego - ¡qué hermoso es! “Violeta en francés”, como el color de las flores que amaba su mujer; eso lo trajo a la realidad, en medio de un conflicto espiritual de infidelidad, no consumada. Se sentía raro, extraño. Mal, pero al mismo tiempo estimulado por lo desconocido, lo nuevo, el horizonte por descubrir.

-Eres tu Variolet – tipeo en la pantalla, casi temblando. Era un contacto virtual pero él lo sentía muy real.  

-Si lo soy; tu debes ser John – observaba fascinado como los caracteres se formaban por arte de magia en la computadora; imaginaba a una hermosa y joven mujer detrás de ellos. “¡ Que estoy haciendo aquí!” – Se pregunto, pero al mismo tiempo, se dijo- “¡será real!”.     

Siguió el intercambio de información, de gustos comunes, de deseos. Parecían dos almas gemelas. Se llevaban muy bien.

Peter esperaba ansioso todas las noches contactarse con esa mujer llamada Variolet. No conocía su rostro pero,  sí su espíritu, su alma.  

Comenzó sentir que estaba traicionando a Karen, aunque en los hechos, todavía no le había sido infiel. Una noche, Peter entro a la alcoba y su esposa, que estaba leyendo un libro, se quito los anteojos y le dijo:

-¿Te sientes bien? ¿Te pasa algo?-Lo vio tan exaltado y con sus ojos brillosos, que le sorprendió. Lógico, había estando hablando por chat con Variolet, que más podía pedir su alma.  

-No querida, es solo el exceso de trabajo – se apresuró a contestar, con aire de intrascendencia, pero internamente estaba dividido. Sintió que Karen podía saber algo, pero prefirió dejarlo así.

Tomo el control remoto del TV y comenzó a ver una película. Karen cerró el libro y se predispuso a dormir, era la señal para que lo apagara. El, por supuesto, obedeció.  

Por fin llego el esperado final, la cita a ciegas. Le propuso que se vieran en Chester´Bar,  a las nueve de la noche. Ella le dijo que estaría de vestida de un jean azul, camisa blanca y pelo rubio y se apostaría a un lado de la a barra de tragos. “Con esa vestimenta deber ser una mujer joven, seguro”, pensó, ya que no le había dicho su edad. El informó que estaría de pantalón negro y chaqueta del mismo color, casi un atrevimiento a su personalidad, pero no le importo, es algo nuevo, con una mujer más joven que él, tenía que arriesgarse.   

Peter fue puntual. Incluso se puso un perfume francés muy costoso para impresionarla, creyendo que si era francesa de origen lo reconocería. El lugar estaba en penumbras y con mucho humo a cigarrillos. De pronto vio a una mujer de espalda a la barra y con la descripción apropiada. No lo dudo, se le acerco y toco su hombro.

-¡Variolet!. - Ella se dio vuelta de inmediato y vio lo que no quería ver: a su mujer Karen, con una peluca rubia.

Los dos que quedaron mirando fijamente, no sabían que decirse uno al otro. Karen también había descubierto el sito en internet y había estado presentándose como Variolet, tratando de encontrar su alma gemela.

Dos coincidencias azarosas se habían producido en sus vidas: una, cuando se conocieron en Central Park y la otra, cuando cada uno de ellos trato de engañar al otro. Solo había una coincidencia, que tal vez, valía por las dos: estaban enamorados.  

El silencio fue apropiado. Ella comenzó a llorar primero, luego él deslizo algunas lagrimas. El momento era sórdido, pero al mismo tiempo, conmovedor: el que dos seres humanos, se enamoraran uno del otro, en una dimensión cibernetica, justificaba la detención de la rotación de la tierra, una vez más.

 

Se fueron juntos a su hogar y jamás volvieron a hablar de “esa cita a ciegas”. 

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