Separaste violentamente tu cuerpo del mío. Aunque el carmín con que llegaste ya era inexistente en tu boca, ahora lucía tentadoramente roja de mi sangre; lamías las comisuras y tus dientes parecían sangrando, el claroscuro del pasillo te concedía una visión lúgubremente sensual.
Capturé la fotografía que continuamente hace su aparición cuando toco mi sexo en tus ausencias: la lengua saliendo en busca de lo salado de mi sangre, tu seno derecho por fuera de la blusa y el sostén, el vestido en la cintura sostenido por las bragas, las piernas ligeramente abiertas, tu mirada apenas perfilada hacia mí. La escasa luz le robaba todo el color a la escena volviéndola en blanco y negro... ahí fue... ahí te recordé. Sabes que nos conocemos de siempre... ya te hablaré de ello.
Después de ese lapso perdido en el tiempo, preguntaste para saber a qué piso debíamos llegar. No acomodaste tu ropa y subiste por las escaleras, detrás iba yo admirando tus músculos tensos estirar la piel, las nalgas se hinchaban a cada esfuerzo y yo me hipnotizaba con el movimiento estudiado desde el tobillo a tu cadera; pero también te olía, el suspiro sensual de tu entrepierna, el sudor mezclado. El calor era magnífico, te irradiaba en lo que yo supongo más de medio metro, tan extenso que abarcaba a quien pasara a tu lado; tiempo después me dijiste que ese calor podía sentirlo nomás yo, porque éramos uno, eso me dijiste. El ascenso duró la eternidad de querer poseerte.
Abrí la puerta y te cedí el paso. Un golpe de luz te iluminó de pronto, el gran ventanal del segundo piso cedió sus espacios al sol; en el edificio frontal una pareja se besaba. –¿Siempre tienes las cortinas abiertas?-, preguntaste al poner apresuradamente tu vestido en su lugar. Siempre, te dije.
Como una tigresa, reconociste tus territorios. Fuiste al escritorio, abriste los cajones, hiciste una revisión minuciosa de los bosquejos y dijiste...
-Eres un “erótico”-, el énfasis fue claro, -¿No piensas en otra cosa?
-Yo...
-No lo tomes a mal... era claro que es tu modo, vives para ello
-Pero puedo vivir para ti
-... mentiroso
Y seguiste caminando por el estudio mientras yo pensaba que la madera no crujía bajo la suave presión, debió ser esa impresión la que hace de tu presencia algo absoluto; esté donde esté siempre pienso que estás porque nunca haces ruido al moverte. Tocabas las esculturas sin bruñir, el barro en bruto, las espátulas: todo cuanto había quedó a tu descubierto; te moviste con pasos seguros en cada centímetro, todo mientras yo te miraba con un brandy en la mano, aún cuando me gustabas menos que en el alejado día de hoy. Fuiste al lecho, desordenado, y recogiste una camisa del día anterior, la llevaste a la nariz y con los ojos cerrados la aspiraste.
-Nos conocimos en mil ochocientos sesenta y cinco, en La Rue de París. Debes de acordarte porque Zahn en ese año sacó la primera cámara portátil del mundo, debes hacerlo porque con esa cámara me conociste; me observaste a través del lente, bajo la tela negra. Observaste mi peinado alto, mis labios rojos, toda sin maquillaje... con el vestido blanco, con el pecho ceñido a punto de saltar por la propia postura. Y de no haber sido por mi padre sé que me habrías besado y tocado. Debes de acordarte porque ese día se celebraba un aniversario más de la revolución en Francia, entonces Charcot y Moreau de Tours, sentados en nuestra mesa, proponían las bases para las terapias con las que en estos días se enriquecen unos cuantos a nuestra costa. Debes de acordarte porque desde esa fotografía que me hiciste buscaste cualquier pretexto para ver a mi padre y por supuesto a mí, las tardes eran contigo y tu hablar fácil, tratabas de convencer a mi padre que la ciencia nos comía, pero principalmente para buscarte los espacios en nuestra sala de brocado café... a mi lado, con las tazas de té; al darte la tuya dejaba que tocaras mis manos ¿Recuerdas?
-Eso cuanto dices... ¿Cómo lo supiste?
-Porque estudio historia francesa del siglo diecinueve... y porque me hubiera encantado.
Caíste sobre el colchón riendo por haberme jugado esa broma en tanto yo pensaba que eras hermosa. La falda se había subido a medio muslo y a cada sacudida la carne te temblaba y yo... yo no podía sino desearte.
¿He dicho que te quiero?
ErosWolf