El sol, impertinente y en un claro exceso de poder se colaba por todos los ventanales dándole a tu piel una apariencia crepuscular. La piel tomaba destellos nacarados. Era tersa, con un vello que le daba aspecto de musgo sobre rocas de río, parecías cubierta por terciopelo.
Había algo mejor: eras impúdica.
Quiero decir, no te importaba la forma ni la postura. Seguías riendo por haberme hecho víctima principal de la comedia montada, pero al tiempo de los espasmos, la falda se iba corriendo a tus caderas, tus piernas se iban separando, y el puente de las bragas se mostraba vibrante y abultado. Entonces paraste de reír.
Anclaste la mirada clara sobre mis pupilas y observé un lago revuelto con tintes de algas. Así se te pone la mirada cuando deseas. Sabes el impacto de tu belleza en el estado salvaje, en los momentos en que eres hembra, en los que conviertes a quién te mira en puro instinto; entrecierras los ojos como midiéndome.
-Deberás tomar un baño, pon tu pantalón ahí, que yo lo desmancho-, dijiste y me señalaste la silla rústica que había traído desde México meses antes.
Sin pudor desnudé mi cuerpo ante tu mirada, de espaldas, no quería ver ni un dejo de desaprobación en ti; además, el departamento no era para ocultar defectos, no, por el contrario siempre busqué que tuviera tanta luz que ni una estría pasara sin ser descubierta. Manías de escultor. Retiré la camisa lentamente pensando en algunas cicatrices en la espalda y en la madurez lógica de hombre que no es atleta físico, ni hombre de revistas, ni modelo de nada. La luz parecía tiñendo de la lava cada detalle de la habitación empezando por las paredes, siguiendo por los cuadros, por la sobrecama, por tu piel; así te hacía arder, crepitar.
Ubicaré un poco al lector. Tú ya lo conoces, mejor que nadie, mejor que yo. Mi estudio, en ese entonces, fungía como estudio-dormitorio-motel-restaurante-sueño único; dejé todo en México en pos de una beca y ahí quedé; me instaló un amor de verano y también me estacionó ahí el resto de mis días hasta hoy. Era un lugar de ciento veinte metros cuadrados, de paredes mezquinas y muchos ventanales, piso de madera bruta y un baño con regadera. Había sido bodega de muebles y no contaba con paredes, contraté el sitio por la comodidad y el precio, apenas tuve que vender algunas pertenencias personales y un par de esculturas para pagar por medio año el alquiler, comprar un rollo de gasa (casi regalado por algunas manchas que lucía, parecidas al café, je) con que fabriqué cortinas torpes que al final le dieron un aire maravilloso y tres hojas de vidrio opaco. Sujeté cada hoja con torsos femeninos por dentro y fuera, coloqué cada vidrio en torno del baño y aislé mis sueños nocturnos de cualquier mirada indiscreta. Al paso del tiempo he ido comprando cosas innecesarias. Mi tesoro principal se ha concentrado en esto: la cama que me prestaron los de la mueblería, supongo dada mi condición de extranjero pobre, las paredes de vidrio, las cortinas y mis sueños.
-Es adorable que no lleves ropa interior.
Apenas reparé en ese detalle, hacía años que tenía por costumbre no hacerlo. Me dirigí al baño, abrí los grifos y de un golpe entré en la lluvia fresca. Un jazz comenzó a sonar desde afuera y chocaba con una puerta cerrada, el agua se templaba de a poco y mis manos recorrían mis músculos. Puse ambas manos en la pared flexionando la espalda, un lamento de trompeta entró con una corriente de aire. Lo siguiente fue tus senos desnudos en mi espalda.
El necio: ErosWolf