Para algunos los sueños que vivimos mientras dormimos son manifestaciones del Espíritu que reflejan estados de la consciencia, de un nivel distinto al que vivimos mientras vigilamos. Para otros, los sueños son simples recordatorios de algo que ha sucedido durante el día o, en el mejor de los casos, anuncios de algo que está por suceder en el plano físico. A todo esto yo carezco de argumentos profundos para establecer mi propio razonamiento, pero tengo algunos sueños que me despiertan curiosidad, a los cuales yo les doy cierta interpretación, obviamente, un análisis sin mayores silogismos profesionales o científicos.
Ahora quiero contarles uno de esos sueños que me ha generado una extraña sensación porque lo percibo tanto como una posibilidad al igual que como una realidad.
Hace unos diez días murió Roberto, un hombre relativamente joven, muy apreciado en toda la comunidad por su gran amabilidad. Roberto, un hombre muy sano en apariencia, de unos 55 años de edad, murió temprana y repentinamente de un infarto; solito en su cama lo encontraron muerto al amanecer. Esta muerte me causó una enorme sorpresa, a pesar de no haber sido alguien muy cercano a mí.
Pues bien, anoche soñé que yo estaba en una cocina con alguna otra persona, no recuerdo quién, detrás de una puerta, todo estaba muy oscuro; de pronto yo veo que hacia nosotros viene Roberto con una camisa amarilla, llamativamente amarilla… yo lo veo acercarse muy lento, pero en una imagen nítida y real. En el momento en que Roberto llega a mí e intenta saludarme o tocarme, no sé, yo caigo en cuenta: “¡ah!, pero si Roberto está muerto, ¡oh no! no es Roberto, es la muerte…”. Inmediatamente yo me veo en mi cama esperando conscientemente que ya la muerte viene por mí… con los ojos muy abiertos, asombrada mas no asustada, veo como un remolino de una luz muy blanca con un centro oscuro, casi negro. No hay duda, la muerte ha llegado por mí. En el momento en que yo soy consciente de la presencia y cercanía de la muerte, yo me tranquilizo y comienzo a prepararme para sentir el infarto.
Con el control total sobre mi mente y mi cuerpo, acostada en mi cama con las manos cruzadas sobre el pecho, los ojos muy abiertos viendo como la muerte ya ha llegado por mí, caigo en cuenta que mi hermana esa noche está de turno como enfermera (en realidad lo estaba), por tanto, no está en casa y cuando ella llegue de trabajar yo voy a estar muerta y no va a poder entrar porque va a encontrar la puerta cerrada y trancada por dentro. Con toda la calma imaginable pensé, tan solo alcancé a pensar en levantarme para quitar el cerrojo a la puerta para que ella pudiera entrar y encontrar mi cadáver, en ese preciso instante desperté, sonriendo y agradecida…
A decir verdad, yo no creo que la muerte vino por mí y se asustó o se arrepintió; sí creo seriamente aquello de que la muerte es una metáfora, un paso, una transición… y en este caso particular, puede haber sido la superación de algún error, miedo, trauma, rabia, rencor. No sé, no me di cuenta…