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Ir a: Yo profesor me confieso (4)

Tercera Estación
(José María Córdoba)

En 1970 me trasladaron a otra escuela, a Oliva la nombraron directora y como yo era como un hijo para ella, según pregonaba al que estuviera escuchándola, me fui detrás, así no me sintiera su hijo, y fui testigo de una cantidad de atropellos, por no llamarlos delitos, que se cometieron contra los niños y los padres de familia, principalmente; esta etapa duró hasta octubre de  1980 en que, por razones que luego expondré, me trasladé.

Debo recordar que estuve en las dos jornadas; cuando llegué en la tarde y dos años después por la mañana. Esta representó para mí, personalmente, una época de transición; durante esta etapa conocí a la que luego se convirtió en mi esposa y que aún sigue siendo. De todas maneras, salvo las denuncias de las que debe ocuparse el libro, fue una temporada agradable y llena de recuerdos. Allí trabajé con Castañeda, Pedro Antonio A, Germán Cruz, Uriel B, Estela R, Inés O.M., Eduardo M, Luis B, Ángel María P a quien le decíamos "Pirobo" por amistad, Julio C, uno de los profesores más vago, perezoso y descarado de todos los tiempos, claro, Oliva consentía su desfachatez (el tipo era rico, comparado con el resto de profesores, tenía una empresa que despachaba peces exóticos para el Japón y un restaurante acreditado. También trabajo conmigo (es una forma de decir porque este era otro vago de miedo) el sobrino de Marco Aurelio; Sofía Núñez, la primera porque años más tarde apareció una homónima con la cual tuve una relación de afecto que solo puede equipararse con mi gran amiga Rosalba; Olga, de la cual queda el nombre, nada más; y otras personas que aparecerán en el relato, si lo creo necesario.

En esta estación aparecen en el mismo territorio conmigo y permanecen durante años otras familias: Los Rubio, los Buriticá, los Franco, los Salazar, los García, los Briceño, etc. Se me viene al recuerdo Liria Qz Qz de la cual estuvo medio enamorado Germán C.  pero era más misteriosa que una monjita recoleta. De esta época también es una señora cuarentona bastante atractiva con un marido celoso que con frecuencia la cascaba y ella llegaba con el ciento de que se había resbalado por las escaleras o se había caído en alguna parte, creo que su nombre era Berenice, o algo parecido, esta le gustaba , también a Germán, a mí, para nada, con mis veinte y pico de años las pasadas de treinta eran vejestorios y las menores de dieciséis, niñas; no acostumbré, nunca, pasarme de los límites que me acotaba. Otras mujeres muy atractivas trabajaron por temporadas pero no las recuerdo bien, debo rellenar con personajes ficticios. En la mañana estaba Alicia León que jamás sintió el menor afecto por mí y que pudo ayudarme a solucionar alguno de mis problemas económicos  permanentes pero jamás se le dio la regalada gana. También recuerdo a Margarita D, una llanera pendeja y miedosa que negaba su ancestro, igual que el Gordo Barbosa, quien también presumía de llanero, un tonto atropellador que nunca dejó de serlo y en algún momento de mis últimos años me lo encontré y seguía siendo el mismo petulante vacío y pendejo, lleno de ínfulas y con el orgullo de haberse casado con una rectora, vine a saber que, además de vieja, era bien fea y que Jorge no era tan macho como proclamaba porque uno de sus ex alumnos me contó que el tipo lo había acosado sexualmente cuando niño. Oliva impuso en nuestra escuelita el uso de unas sudaderas con un diseño inventado por ella, por sobre el parecer todas las escuelas que usaban el mismo uniforme, ella no, exigió a los padres el que se le dio la gana, se lo aprobaron en asamblea general y, por encima de las disposiciones oficiales, el sentido común, la opinión de los padres y profesores implantó su uniforme; claro, debía comprarse en la escuela, a ella, de contado y no valía otro, así fuera igual; para distinguirlo mandó bordar un escudo Dios sabe dónde  y niño que no lo llevara adherido a su saco se jodía, no entraba a clases, La mal llamada banda de guerra que existía en la escuela, herencia de Julita y Ramón, los dos directores anteriores se perdió, en su totalidad, uniformes e instrumentos. Ya no vivía en su casa pero algún día del maestro nos invitó y, como yo conocía todos los recovecos de su residencia me dio por recordar viejos tiempos con Socorro y otras nenas. OH, sorpresa, debajo de la escalera del patio de atrás reposaban los restos de algunas cornetas y tambores, con otros objetos que delataban su origen.

Durante esta estación aprendí para que pudieran servir unas inocentes listas de control de asistencia a una reunión. Para llevar un mínimo control de los padres y acudientes que asisten a las reuniones programadas y a las extraordinarias, se hace circular hojas donde las personas escriben su nombre, el nombre del estudiante y el curso. Siempre llevaban  un encabezamiento con el día y la fecha. Bueno, hasta que Oliva se dio cuenta de lo provechosas que podían ser, entonces, repartía las hojas sin ningún membrete y ¡Ay! de aquel que lo agregara. Se encrespaba, bufaba y sacaba a relucir una cantidad de artículos, decretos y hasta leyes que prohibían hacerlo. Terminada la reunión guardaba los folios con las firmas en una caja donde acumulaba muchísimas más. Cuando se le atravesaba un contradictor fuerte y de ninguna manera lograba vencerlo, elevaba a un tribunal correspondiente la denuncia por calumnia, falsedad o lo que se le viniera en gana y anexaba mil o más firmas que respaldaban su queja. Como nadie la contradecía, el pobre que se había atrevido a enfrentarla llegaba con las orejas gachas y el rabo entre las piernas a pedirle perdón para que retirara la denuncia. Esto siempre le funcionó. Además, en la época de mi relato los juzgados eran autónomos y no existía eso que hoy llaman reparto, de manera que en el mismo tribunal donde se denunciara allí se adelantaba el proceso y ella siempre demandaba donde un juez amigo o conocido de ella.

Cuando confirmó la magia de las firmas, en la misma reunión cada persona firmaba tres o cuatro veces porque: "Queda una copia en la escuela, otra va para la supervisión, otra para la secretaría de Educación y otra para la alcaldía", les explicaba. Muchos dudaban pero firmaban. Nunca entendí porque, cuando alguno de los acusados deseó llevar alguna investigación hasta las últimas consecuencias, en determinado momento llegaba el terror y se arrepentía y pedía perdón. A mí me amenazó y nunca pasó de las amenazas de palabra. Oliva reconocía en mi una inteligencia superior a la de ella y en contadas ocasiones le demostré que, llegado el momento, no sentía el mínimo remordimiento para actuar sin remordimientos de conciencia. Sin quererlo me encontré dotado de un arma contra ella; hay que sumar el conocimiento de todas las marrullas, delitos, desacatos y demás errores cometidos por Oliva, en su fuero interno algo le decía que yo no era tan manejable y tan manso como parecía. Esta coraza me protegía y me defendió de sus acechanzas todo el tiempo que tuvimos contacto.

Nuevamente trasteo  con todos los chécheres que no son casi nada  y, otra vez con Oliva, se iba como directora de la jornada de la tarde, para otra escuela con nombre de prócer de la república y yo ahí, a donde ella fuera, ¡Qué masoquismo tan tenaz! Oliva me hacía sentir infeliz hasta el límite de mi resistencia pero yo no me iba porque estaba lleno de miedos que traía desde la infancia y porque ella me solucionaba todos mis problemas monetarios, claro que al final del mes se quedaba con casi todo mi sueldo

Esta etapa es una de las más bellas en mis recuerdos. A los pocos días de comenzado el año escolar llegaron como mil profesores cercanos a mi edad, la mayoría de la misma Escuela Normal donde yo me había graduado: Pedro A A, Uriel B, Daniel C y Jorge G (Desafortunadamente; este muchacho es hijo de Oliva y durante la temporada que viví en casa de ella el tal se ponía mi ropa, usaba mis lociones, me esculcaba y abusaba de mis pertenencias) y a mis apetencias, con profesoras que pensaban como ellos y como yo, qué delicia. Fue una estación bien bonita que, como pasa con todo lo bueno, debía terminar, Aquí voy a referirme a diez largos años de vida que me marcaron más no para siempre; los llevo en mis interiores, como dice una de mis hermanas, más no para hacerme llorar. Si nombro a los negros no es por racismo, ¡Válgame Dios! Pero aquí, por fin, no había ninguno. Todos descoloridos y con el mismo acento de por acá, y, ¿Dónde es acá?, pues el centro de la república... y qué. Al fin me sentía en familia, sin ánimo de ofender, aclarando que tengo y tendré amigos negros, que no de color que me parece ofensivo porque, si a eso vamos, a nosotros deberían llamarnos sin color, ¿O no? Bueno, ya no vivía donde Oliva, ya no tenía que soportar sus visitas nocturnas ni la compañía de compañeros de pieza roncadores y quita sueños; vivía solo y en paz con Dios y la naturaleza y podía darme el gusto de invitar a mi pieza, que no-apartamento, a quien se me diera la gana y que,  debido a mi maldita timidez, casi nunca eran mujeres y, gracias al Demonio, ellas se invitaban solitas; comenzó a mis veintiún años una etapa diferente de mi vida o en mi vida. Después de tantos años, creo que fue la etapa más hermosa, creativa, amistosa, tierna y lo que se quiera de mi época  profesional. Éramos como los tres mosqueteros: “uno para todos y todos para uno” y, hasta en lo íntimo, se cumplió porque con Uriel, que era el más mujeriego, algunas veces me tocó ayudarle porque conseguía dos mujeres, el mismo día, aunque siempre me dejaba la más fea.

Salíamos juntos, bebíamos juntos, bailábamos, jugábamos bolos y otros juegos, paseábamos,  en fin, la pasábamos bien en grupo. Yo, por lo menos, tengo algunos de mis recuerdos más bonitos. Hasta nos contábamos confidencias de nuestras relaciones personales íntimas, menos yo que mi timidez me hacía ser reservado hasta el límite. Durante alguna temporada dejé de acompañarlos y siempre tenía la misma disculpa: “Es que me voy para donde la viuda” y la famosa viuda se convirtió en la disculpa permanente para no compartir con ellos. Alguna vez Uriel, en nombre de todos,  me enfrentó y me dijo  “Hermano, usted se está tirando el grupo, o termina con su famosa viuda o la trae, deje de ser güevón”, ¿qué anda haciendo con una vieja, idiota? , yo le consigo una mejor. Y, es que, entre nosotros, viuda tiene una connotación de anciana y horrible. La próxima reunión llegué con la viuda,  se callaron la boca y  jamás volvieron a criticar mis gustos. Entré con una mujer de dieciocho años hermosísima a la  que, durante la tarde, le cayeron como moscos a la mierda y me preguntaban: ¿Dónde está la viuda? Y yo les contestaba: “Es esa”, así, suavecito para que ella no se diera cuenta y es que la pobre se había casado y, a los tres meses, el esposo se mató en un accidente manejando una moto. Como uno de sus hermanos menores era alumno mío, un día fue por informes sobre rendimiento académico y comportamiento,  nadie se dio cuenta y, como ella tomó la iniciativa al invitarme a su casa para conversar acerca del rendimiento académico de su hermanito pues, como dice un compadre  "de aquí de para arriba es en bajada, compadre". El romance con la viuda me dejó muchas enseñanzas prácticas para el futuro y una sensación de plenitud que nunca había sentido con ninguna mujer; mezclaba en dosis exactas amor, cariño, ternura y pasión; aunque yo era mayor que ella tres años me hacía sentir  que, en alguna forma, era mi madre y  yo me sentía bien, muy bien.

Las sensaciones eróticas con ella eran plenas pero suaves a diferencia de mi primera amante que fue Socorro y que me sedujo en la casa de Oliva una tarde en que nos dejaron solos; era una mujer con todas las herramientas que hacen de su condición femenina lo más deseable del mundo y la maldita lo sabía y coqueteaba descaradamente con cuanto varón entraba a la casa; usaba unas minifaldas de infarto y cuando me veía en la sala leyendo o escuchando música le daba por subir al segundo piso y como la escalera era descubierta por todos lados, el espectáculo me paraba el corazón y  de la cintura hacia abajo; la maldita se daba cuenta de mi turbación y me solicitaba ayuda para cualquier cosa sólo por hacerme poner de pie; yo trataba de impedirlo para que no se notara la tremenda erección, estos juegos eran frecuentes cuando nos quedábamos solos, cosa que ocurría con frecuencia ya que nadie sospechaba de mí y ella entró como sirvienta diciendo que estaba casada y debía salir todos los fines de semana para reunirse con su esposo; la primera vez que lo hicimos sacó una botellita de licor y me ofreció, puso música en la radiola y al agacharse a escoger los discos me dejó ver todo lo que quería que viera, cuando se sentó junto a mi estaba tan excitado que tartamudeaba y no sabía hilvanar nada coherente, esto la divirtió y empezó a hacerme cosquillas por todas partes, en algún momento resultamos besándonos pero no con esos besos de adolescente que yo no conocía por inexperiencia en el campo (la viuda no fue novia, fue amante de una, sin transiciones) ni con besos de mujer comprada, no, eran besos de hembra que yo deseaba y me deseaba; de pronto, me pegó un mordisco  en los labios que me dolió y sacó sangre, mientras reaccionaba corrió al segundo piso y se echó sobre la cama matrimonial de Oliva con los brazos y piernas abiertos, parecía una equis erótica; me acomodé en medio de sus piernas y la besé con ternura, ella respondió muy suave y lentamente, con todo el tiempo del mundo nos mezclamos salivas, sudores, humores sexuales hasta quedar agotados y satisfechos. Nunca la quise, lo mío fue solo deseo pero parece que ella se enamoró y los fines de semana cuando salía para donde el supuesto marido se iba con sus maletas a donde una tía que vivía a la vuelta y que nos acogió desde el primer día. La tipa era de esas mujeres que andan detrás de aventuras y no les importa con quien, sólo que sea varón y tenga con qué gastar y tirar, de manera que se iba todos los fines de semana a pasear con el amante de turno que rara vez le duraba más de dos meses, al comienzo de nuestra relación me moría de los celos todos los fines de semana imaginando a Socorro con el mozo, que no era el marido, y que resultó casado con la hermana de otro de mis alumnos. Cualquier día, cuando nos quedamos solos e hicimos el amor Socorro se apoyó en un codo y sin preámbulos me dijo “estoy embarazada”, casi me muero, en esa época la solución era casarse y darle el apellido al hijo, yo le dije que porqué no se lo acomodaba al amante y ella me respondió que hacía  meses había terminado con él pero que yo no le creía y en ese momento caí en la cuenta de que durante los últimos tres meses habíamos pasado todos los fines de semana juntos y nos veíamos en la casa todos los días disimulando para que nadie se diera cuenta y tuvimos la primera y más grande pelea de nuestro romance. Durante los intermedios de nuestras relaciones sexuales me contó su historia: "Me vine de mi pueblo porque me querían casar con un viejo de treinta y dos años, lleno de plata, y llegué a donde mi tía que me presentó a quien tú ya sabes...". Ella tenía diecisiete años y aparentaba veinticinco, se veía mayor que el suscrito. Escuchando sus confidencias y remembranzas redondeé una idea que, a la larga, dio resultado; según me había dicho el hombre de su pueblo estaba locamente enamorado y le repetía que sin ella no podía vivir y, a sus diecisiete años y yo con dieciocho, empezando a vivir, como nos íbamos a ligar por toda la vida. La convencí de que le escribiera una carta a su pretendiente y le contara una historia bien reforzada que yo inventé, a ver que contestaba, y el tipo le respondió que estaba dispuesto a casarse con ella por la iglesia y a darle el apellido al niño y lo que ella quisiera con tal de ser su esposo. La historia que nos inventamos fue así: ella y la tía fueron a un baile en el cual las emborracharon, con quien sabe que porquería, y abusaron de ellas, como consecuencia de esto ella quedó embarazada y no sabía qué hacer... La tía reía descaradamente mientras escuchaba la historia mientras,  con disimulo, me pellizcaba las nalgas y susurraba en mi oído: “Papito lindo, tú eres un diablo...” La dejé en el terminal de transporte para su pueblo un martes santo y nunca jamás volvimos a vernos. En octubre de ese año llegó un telegrama a mi nombre que decía”:Fue niño. Adiós. Socorro”.

El mismo día de la despedida regresé con la tía a su casa y, al verme tan abatido, destapó una botella de aguardiente, con los tragos me dio la sentimental con llorada y todo; la tía, tan comprensiva, empezó a consolarme y con mucho tiento se abrazó conmigo, me besó en la frente, me acarició el pelo y así, con despacio y talento, me desabotonó la parte superior de la camisa para darme masaje y en menos que canta un gallo, cuando notó que mi cuerpo reaccionaba me abrió la bragueta y comenzó a jugar con ardides de amante sabia; en pocas sesiones me enseñó lo que no habíamos descubierto con la sobrina; a su manera ambas eran grandes amantes, creo que les venía de familia sólo que con la tía era puro y físico sexo y, como era tan reputa salí huyendo un día que llegué por mi ración de polvo y la encontré con un tipo, ambos en bata, me saludaron cordialmente, me sirvieron un trago y sin más ni más la vieja ( treinta años) se abrió la bata para mostrarme que iba desnuda y propuso que hiciéramos un trío, como por variar; salí corriendo ante las risas de ese par; en el futuro, cuando mis necesidades eran apremiantes , recurría a su cuerpo; algún día las relaciones se enfriaron definitivamente. Salí sin despedirme y jamás retorné.

En la escuela primaria con nombre de prócer de la república nadie sospechaba  que yo pudiera tener una doble vida, claro que lo de Socorro hacía dos o tres años y lo de la viuda estaba reciente y, vueltas que da la vida, a mi curso llegó el hijo del que fue amante de Socorro y que tantos celos me hizo padecer. Después de ella el hombre tuvo varias mujeres y no le importó el abandono; lo malo era que tenía descuidada a su propia señora, bella por cierto y con una carita de tristeza que me inspiró no sé si lástima, ternura o que. Iba con frecuencia a pedirme consejo, a pesar de la diferencia de edades y palabra va, palabra viene, uno de esos días llegaron unos besitos inocentes y, como por ahí se empieza, comenzamos a tomarnos confiancitas y nadie supo que pasó pero que pasó, pasó. En esta tercera residencia pedagógica no padecí de la soledad sensual de la primera ni de la frustración de la segunda por culpa de los negrazos.

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