Hace unas cuatro o cinco décadas a los niños abandonados que recorrían las calles de las ciudades se les denominaba con desprecio los chinos de la calle, y a nosotros, los niños decentes, nos prohibían meternos con ellos, es decir hacer amistad porque se les consideraba despreciables y poco dignos de tener contacto con personas limpias y con techo propio.
En Bogotá, la capital de Colombia, en una fecha no determinada, se les empezó a denominar como gamines, sinónimo de chinos o pelafustanes, denominación que se les da en otros países. Esta discriminación social me hace pensar muy mal de las entidades estatales de siempre y las religiones que predican la caridad con todos nuestros semejantes.
Los chinos de la calle o gamines, llevan sobre sus espaldas, además del desprecio de todos. La fama de ladrones, delito que, en muchas ocasiones, se da por hambre; estos niños aprovechan descuidos en las panaderías y supermercados para hurtar algo para comer; por supuesto, los malhechores de oficio los reclutan para que cometan fechorías y les den el producido, y si no cumplen con la cuota asignada el castigo es cruel.
El ejemplo clásico de chino de la calle está plasmado en la obra genial de Charles Dickens titulada Oliver Twist, un gamín ingles del siglo XIX, en Londres y que muestra la crueldad de los orfanatos y la lucha por sobrevivir de estos pequeños gamines. La novela fue llevada al cine varias veces, pero la película más importante se filmó en 2005. Vale la pena verla.
Los invito a leer el libro y/o ver la película, dos obras maestras acerca de los “Chinos de la calle”. Aquí en Colombia en los años 70s apareció en las tiras cómicas dominicales un gamincito bogotano apodado Copetín, dibujado por el maestro caricaturista Pepón, que muestra el recorrido de este niño por las calles de la capital.
Edgar Tarazona Angel