La niebla hiere la noche
con su tétrico aliento,
con sus voces opacas
fabricadas por miedo,
donde pululan sombras
y vedados secretos,
en un desfile oscuro
en un desfile enfermo.
Cobijado por cosas
que todos escondemos,
que sepultan el alma,
que afloran sin quererlo.
Al tejer su maraña
igual que un lobo inquieto,
inmerso en las estepas
de riscos y de vientos,
que aúllan insolentes,
el páramo sereno.
La niebla trae secretos
que todos ocultamos,
es como un adelanto
de lo que no queremos,
que se cala en las manos
que se incrusta en los huesos,
que arriba con argucia
al monte del silencio.
Se besa con las nubes
conversa con el cielo,
y esconde cordilleras
como un mágico velo.
Se va parapetando
en grietas del misterio,
en riscos infinitos
salidos del averno,
que muerden la montaña
con la piedra rugiendo,
como animal herido
en el centro del pecho,
es casi un cancerbero
que custodia los muertos,
en las cumbres del mundo
con nevados eternos.