Ha abdicado el ocaso a manos de las tinieblas
Y en lo alto, su esmaltada silueta turba la oscuridad
Violando la noche en su intimidad, oh bella luna,
Que tomas la inmensidad por asalto, inmune a la penumbra
Condenada a iluminar lo más profundo del infierno;
Solitaria deidad, dame luz, ahógame en tu claridad
Pues esta noche ardo en agonía, en soledad,
Ardo en dolor como el más profundo de los anillos del averno,
Ardo en llamas a pesar de ser invierno.
Y ligado a mi clavicordio, quien hoy llora en mi vez,
Hiriendo a muerte al silencio al compás de la elocuencia,
Llenando cada espacio vacío con su angélica voz,
Ha de liberar de mí la tensión, salvarme de la demencia.
Interpreto mientras embalsamo su latente recuerdo
Mientras lo traslado al sepulcro mental del olvido,
Ahora que se que también he sido olvidado.
La noche ha quemado media vida y suena la campana,
La luna se ha vestido de sangre y rojiza atestigua mi dolor,
Y desgarrado poco a poco en mi alma, en mis entrañas,
Ha abdicado su orgullo y ha vuelto a mi lado.
Y saboreé la muerte, capté en mi alegría su hedor,
Se posó en mi mirada la negrura, amarga, insólita y extraña
Y una infinita quietud abrumadora de no sentir.
Y Sin dedos que acariciaran su degradada piel,
El clavicordio vio sobre si el testimonio de una amarga vida,
Vio sobre si el relato de una dolorosa noche,
Y calló ante mi agonía cuando era menester su latir.
Vaya último suspiro, luna llena, yo he de partir.