Los carros de ruedas de madera
Estos carritos eran completamente artesanales. No recuerdo el nombre del carpintero de esos años que fabricaba las ruedas de madera que tenían en el centro un tubo de metal galvanizado y estaban recubiertas por caucho de llanta (neumático) para aumentar su duración. El mal llamado carro era una armazón de madera sin mayores pretensiones con un eje fijo en la parte de atrás y en la parte delantera un eje movible para darle dirección al vehículo. Como el flujo de carros a motor era mínimo la carretera estaba sola la mayor parte del tiempo y los cinco o seis carros nuestros se alineaban en la parte inferior del monumento a la virgen y a la voz de tres los dos componentes del equipo (el conductor y el niño que empujaba) partían a velocidades alarmantes, eso creíamos, en pos del triunfo.
Se veían algunos carros de estos, portentosos, hechos en madera fuerte y con toda la tecnología casera, artesanal y pueblerina de la época, así como otros modestos , más pequeños, pero veloces en cualquier pendiente, cuyo sistema de frenos, consistía en una palanca que accionaba el roce de un pedazo de caucho contra las llantas traseras, otro sistema consistía en un simple pedazo de caucho de llanta de carro que se dejaba largo, colgado y arrastrándose contra el piso, y para frenar, se requería que el chino copiloto que iba parado detrás del conductor, teniéndose de sus hombros, lo pisara duro para buscar aplicando las leyes físicas relacionadas con la fricción, ir deteniendo el vehículo…….claro que a veces los sistemas de frenos y/o dirección o la pericia y concentración del piloto fallaban y se presentaban aparatosos accidentes como estrelladas contra el barranco, carros entre las cunetas laterales, volcadas desastrosas con rodillas peladas y dientes desportillados, y no pocas veces fuimos testigos de algún impacto terrible del “fórmula uno” en cuestión, que por la parada tan repentina e inesperada catapultaba y sacaba volando como Pepe Guama al pobre copiloto por encima del piloto, con las consabidas consecuencias posteriores, los chichones, rasguños, el overol rasgado por el aterrizaje tan maluco, a veces dentro de las matas o sobre algún cagajón de ganado,…seguía a éste dramático suceso el posterior regaño en casa y las explicaciones y promesas de que había que ir mejorando la tecnología y seguridad de aquellos veloces carros de nuestra infancia. Mi madre y otras de igual carácter, nos obligaban al pantalón corto hasta los diez o doce años, su argumento era que en caso de porrazo contra el mundo el cuero de las rodillas volvía a nacer pero la tela rasgada del pantalón largo no.
Todas las casas tenían estufa de carbón y leña y digo esto porque allí terminaron la mayoría de carritos de madera; ¿la causa?, los repetidos accidentes en los cuales los “pilotos” y “copilotos” resultaron con las referidas narices reventadas, codos y rodillas peladas, ropa estropeada, descalabrados pero lo que colmó la paciencia de nuestros progenitores fue la fractura de un brazo de un chino hijuemadre que no recuerdo quien fue. Por este motivo una de nuestras mejores y mayores diversiones acabó en el fuego. Purificador del pecado.