Capítulo I
Inicialmente fue una idea personal; con el paso de los días apareció en mi correo un amigo de esos lejanos años y le propuse escribir el artículo a cuatro manos. De todas maneras el artículo está narrado en primera persona pero dejo constancia de la valiosa ayuda de Fabio Villamil Peña, quien agregó datos importantísimos. Per cada uno de los amigos de Chipaque, con el paso de los días, puede aportar sus anécdotas o las que escuche de sus padres o abuelos.
Desde los primeros años en el colegio San Pío X aprendí que Chipaque es un nombre derivado de la voz indígena Chipipabacue que quiere decir “el bosque de nuestros padres”. Considero a este pequeño pueblo mi patria chica y así lo sienten todos los que compartieron conmigo los doce años de mi infancia; la verdad es que nací y fui bautizado en La Vega pero, a los pocos meses de nacido, me llevaron para el pueblito de esta crónica. A mis doce años mi familia se trasteó para Facatativá; a mí me mandaron a estudiar interno en Zipaquirá. Aclaro esto porque mis recuerdos se limitan a los años de mi estancia en Chipaque, después, algunos de mis hermanos se quedaron o regresaron por diferentes razones pero yo no puedo hablar por ellos.
Debo decirles a mis lectores jóvenes que estos recuerdos abarcan hasta el año 1960, en que mi familia se trasladó a la sabana de Bogotá; quiero insistir en que todos los protagonistas de estos recuerdos fueron niños menores de once años y este artículo está escrito desde la visión de un infante chipacuno de esa época lejana. Desde entonces muchos cambios se deben haber efectuado en todo sentido en el municipio y la mayoría de personas que se nombran en esta crónica ya fallecieron o están demasiado viejas para recordar. Por ejemplo mi madre, Teresa Ángel Baquero, ejerció la docencia en las escuelas públicas y repartió palo a los que no rendían en sus estudios; hoy tiene 88 años y no recuerda casi nada de su pasado. Sus ex alumnos si la recuerdan pero dicen que esos castigos los hicieron crecer derechos.
Son demasiados los recuerdos y los voy a escribir en el orden que se presenten en mi pensamiento, de manera que los habitantes de este municipio, que desde siempre me han considerado su paisano, sabrán excusarme en los deslices de tiempo y espacio en que incurra. Debo confesar que hace años guardo la intención de escribir un artículo directo, con nombre propio del pueblo que vio nacer, crecer, reproducirse y morir a la mayor parte de la familia de mi madre y, por negligencia u otras ocupaciones, siempre postergué mis buenas intenciones, el año pasado escribí y publiqué un artículo sobre mi colegio de la infancia, el liceo parroquial San Pío X y, para mi fortuna, son cientos los lectores que lo han leído. Algunos se han comunicado conmigo, y hasta me llegó una invitación tardía para la celebración de los 55 años, y me sugirieron temas para escribir, este es uno de ellos.
Chipaque está recostado contra la Cordillera Oriental de Colombia, sobre la vía que conduce desde Bogotá a los Llanos Orientales, en los tiempos actuales muy cerca pero antaño como si estuviera en otro país; la carretera era casi que un camino de herradura y hacer el viaje era una tortura, comenzando porque conseguir que uno de los destartalados buses de Rápido Acacias o Expreso Guayuriba recogieran un pasajero para el pueblo era un milagro; bueno, subiendo hacia Bogotá era probable porque a veces iban con pocos pasajeros, pero bajando de la capital uno se eternizaba en las Cruces para que se dignaran recogerlo. Y después que la persona se subía rumbo a Chipaque si más adelante recogían un pasajero para Cáqueza o más abajo, el de mi pueblo debía pararse y cederle la silla, detalle que ocasionó más de un disgusto.
Para que los lectores que no son nuestros paisanos se ubiquen, es necesario nombrar los poblados vecinos. En la vía Bogotá-Villavicencio en su orden encontramos: Chipaque, Cáqueza, Une (debajo de Chipaque parte una desviación a mano derecha, para más señas), Puente Quetame y Quetame, Guayabetal y Villavo. Pero cerca están Une, Fómeque, Choachí, Fosca, Gutiérrez y Ubaque. Algunos de estos pueblos se encuentran en mis relatos (de Osiris) camuflados bajo otros nombres. Como se puede observar la mayoría tienen nombres indígenas, chibchas para mayor certeza.
Pero me alejé del asunto central y quiero motivar al que está leyendo para que no se vaya. Ojo paisano, lo que viene a continuación son los recuerdos de mediados del siglo XX, o sea Años cincuentas o 50´s. Comienzo haciendo un listado de los sitios y distracciones de esa época para que los personajes que los vivieron los recreen en su pensamiento. La lista es una enumeración de los eventos que mas recordamos los de mi generación; cada uno será examinado con detalle en próximas entregas:
- Las familias tradicionales: dejo este tema para agregarlo al final de la crónica, la razón es sencilla, si comenzamos con el listado familiar, corremos el riesgo de dejar sin nombrar algunos núcleos familiares raizales y no queremos que esto suceda.
- La Virgen de Fátima: un sitio obligado como referencia para todos los habitantes del pueblo.
- Los carros de ruedas de madera: la diversión más excitante de la época, en la cual no había deporte extremo y los adultos se divertían jugando tejo o billar y sorbiendo cerveza.
- El aro, el trompo y otros juguetes extinguidos. Las niñas jugaban con las muñecas y a los oficios domésticos (no se rían, es en serio)
- El potrero de Bavaria: era para nosotros como un polideportivo, allí dejábamos vagar la imaginación y jugábamos de todo de acuerdo con los limitados juguetes.
- Los electrodomésticos: es para reírse: el radio era el único electrodoméstico, la TV llegó a Colombia en 1953 y al pueblo como diez años más tarde.
- El río Quente: la quebrada símbolo del pueblo era uno de nuestros refugios, allí nos escapábamos a chapotear en un pequeño charco que se nos figuraba una laguna.
- El campo de deportes
- El colegio de La Presentación. Las nuevas generaciones no pueden captar lo que representó este colegio en la vida y desarrollo de la Región de Oriente y el Departamento del Meta.
- El padre Aquilino Peña Martínez y el padre Isaac Montaño: estos dos sacerdotes fueron los gestores del Colegio San Pío X.
- Las ferias y fiestas. Inolvidables para todos los niños por todo lo que significaban para todo el mundo pueblerino.
- El mercado de miércoles y domingos
- Los personajes pintorescos: muchos quedarán fuera de la lista pero les adelanto “El Tayón”, la loca Sildana, El zapatero Patricio, el sepulturero, el electricista que manejaba la planta, algunos profesores…
- Los cómics: esas revistas con súper héroes, vaqueros, muñecos y personajes ilustres llenaban horas interminables de muchos chicos; en mis recuerdos las niñas no gustaban de este pasatiempo.
- El cine en la plaza
- El cine en la capilla
- Los reinados (Zenaida Hernández y Elvia Acuña)
- Los circos itinerantes y los gitanos.
- Miscelánea
La Virgen de Fátima
Estaba, y creo que sigue allí, en el alto que domina el pueblo. El monumento se construyó en medio de una curva como para proteger a los viajeros que llegan y salen del poblado. Los noviecitos de la época, que no podían salir solos, subían en procesión con sus acompañantes que por lo general eran los hermanitos menores de la muchacha, una tía o la misma madre, se acomodaban a los pies de la imagen a mirarse y decirse bobadas ante los testigos obligatorios. Algunas parejitas lograban escapar de la vigilancia, porque la tía se dormía o los niños enviados a vigilar se ponían a jugar y se alejaban, y aprovechaban para darse un casto beso. Éramos educados con tantas restricciones y normas de conducta que nadie se salía de las condiciones por miedo al pecado y a la crítica pueblerina. Por algo se ha dicho siempre: “Pueblo pequeño infierno grande” y el nuestro no se salva de esta norma mundial.
La estatua erigida era de cuerpo entero, se veía majestuosa y su contorno grandioso y solemne, con las imágenes de los tres pastorcitos y algunas ovejitas, y con varias placas pequeñas de acción de gracias pegadas luego y discretamente con cemento que quedaban haciendo parte del altar, con las que algunos paisanos favorecidos por los milagros especialmente recibidos en cuanto a su salud dejaban testimonio de sus curaciones gracias a la fe en sus ruegos y peticiones a la Virgen.
Al lado de la virgen, existía un hermoso y enorme árbol, bajo cuya sombra hicimos los estudiantes de la escuela o colegio municipales varios paseos didácticos, y años más tarde, ya no en calidad de residentes del pueblo, sino como turistas atraídos por los recuerdos, era imprescindible volver a esa lomita, a esa sombra de lo que quedaba de aquel árbol a sentarse y meditar un buen rato ante esa postal del teatro de nuestra infancia al frente, sintiendo la protección para todos de nuestra Señora de Fátima.
Este sitio también era nuestro punto de partida para las carreras de carros que terminaban en la entrada del pueblo tres cuadras más abajo, vale decir unos trescientos metros.
Los carros de ruedas de madera
Estos carritos eran completamente artesanales. No recuerdo el nombre del carpintero de esos años que fabricaba las ruedas de madera que tenían en el centro un tubo de metal galvanizado y estaban recubiertas por caucho de llanta (neumático) para aumentar su duración. El mal llamado carro era una armazón de madera sin mayores pretensiones con un eje fijo en la parte de atrás y en la parte delantera un eje movible para darle dirección al vehículo. Como el flujo de carros a motor era mínimo la carretera estaba sola la mayor parte del tiempo y los cinco o seis carros nuestros se alineaban en la parte inferior del monumento a la virgen y a la voz de tres los dos componentes del equipo (el conductor y el niño que empujaba) partían a velocidades alarmantes, eso creíamos, en pos del triunfo.
Se veían algunos carros de estos, portentosos, hechos en madera fuerte y con toda la tecnología casera, artesanal y pueblerina de la época, así como otros modestos , más pequeños, pero veloces en cualquier pendiente, cuyo sistema de frenos, consistía en una palanca que accionaba el roce de un pedazo de caucho contra las llantas traseras, otro sistema consistía en un simple pedazo de caucho de llanta de carro que se dejaba largo, colgado y arrastrándose contra el piso, y para frenar, se requería que el chino copiloto que iba parado detrás del conductor, teniéndose de sus hombros, lo pisara duro para buscar aplicando las leyes físicas relacionadas con la fricción, ir deteniendo el vehículo…….claro que a veces los sistemas de frenos y/o dirección o la pericia y concentración del piloto fallaban y se presentaban aparatosos accidentes como estrelladas contra el barranco, carros entre las cunetas laterales, volcadas desastrosas con rodillas peladas y dientes desportillados, y no pocas veces fuimos testigos de algún impacto terrible del “fórmula uno” en cuestión, que por la parada tan repentina e inesperada catapultaba y sacaba volando como Pepe Guama al pobre copiloto por encima del piloto, con las consabidas consecuencias posteriores, los chichones, rasguños, el overol rasgado por el aterrizaje tan maluco, a veces dentro de las matas o sobre algún cagajón de ganado,…seguía a éste dramático suceso el posterior regaño en casa y las explicaciones y promesas de que había que ir mejorando la tecnología y seguridad de aquellos veloces carros de nuestra infancia. Mi madre y otras de igual carácter, nos obligaban al pantalón corto hasta los diez o doce años, su argumento era que en caso de porrazo contra el mundo el cuero de las rodillas volvía a nacer pero la tela rasgada del pantalón largo no.
Todas las casas tenían estufa de carbón y leña y digo esto porque allí terminaron la mayoría de carritos de madera; ¿la causa?, los repetidos accidentes en los cuales los “pilotos” y “copilotos” resultaron con las referidas narices reventadas, codos y rodillas peladas, ropa estropeada, descalabrados pero lo que colmó la paciencia de nuestros progenitores fue la fractura de un brazo de un chino hijuemadre que no recuerdo quien fue. Por este motivo una de nuestras mejores y mayores diversiones acabó en el fuego. Purificador del pecado.
El potrero de Bavaria
La mayor productora de cerveza en el país instaló una valla publicitaria en el potrero ubicado a la entrada del pueblo, cien metros abajo de la Virgen de Fátima, y, a causa de esta valla de Bavaria, así quedó bautizado el potrero que hace parte de los recuerdos de todos los niños de mi época. Allí jugábamos pelota (ojo, pelota, no fútbol, deporte casi desconocido en el pueblo por esos años), soldados libertados y, lo que más nos gustaba: indios y vaqueros, o tipos y apaches, dando rienda suelta a nuestras fantasías con los héroes del Far West de los cómics de aquella época. El otro encanto era que las niñas tenían prohibido ir solas por esos rumbos. Debo recordarles que estoy hablando de niños menores de once años y por esos años uno era medio pendejo y de niñas nada de nada. Ahora los niños ya nacen aprendidos o aprenden mañas demasiado rápido, ayudados por todos los medios de comunicación. Ahora en lo que fue este potrero está ubicada la plaza de mercado que antes estaba en la plaza principal, frente a la iglesia y al llamado Palacio municipal, que tampoco era donde es ahora sino en la cuadra que queda de la iglesia para abajo, una casona vieja que también tenía unos cuartos destinados a servir de cárcel.
Los juguetes de nuestra infancia
El aro, las bolas de cristal, los zumbadores (burriones en colombiano), las cometas, caballos de palo, los carros de madera para las carreras, la coca (la de “embocholar” o enchocolar una bola de madera con un hueco unida por una piola a un palo sostenido en la mano) de fabricación artesanal made in Chiquinquirá. El trompo….éste era a veces un juego cruel para el perdedor, pues tenía que terminar exponiendo sin excusas su trompo o alguno que tenía como plan B denominado cachuro, a una estocada de triunfo(los quecos o secos) que consistía en ensartar el trompo perdedor en el herrón-hacha de un trompo del ganador que acometía el remate de su triunfo con cierta morbosa y placentera sevicia, y que siempre tenían todos los jugadores preparado especialmente para el caso, o si no….más cruel para el perdedor era ver su trompo vuelto leña al dejarle caer encima el ganador la piedra más grande que encontraba…total, ese era el reglamento, y con uno u otro sistema el trompo de marras quedaba vuelto astillas.… De verdad nuestra infancia no tuvo muchas distracciones. Aparte de los juguetes nombrados sólo teníamos nuestra imaginación.
No crean muchachos que nos aburríamos, para nada, jugábamos todo el tiempo que teníamos disponible y gozábamos con lo que teníamos a nuestra disposición. Muy pocos tuvimos triciclo y como el pueblo es tan quebrado era un juguete que uno usaba en el patio de la casa. En navidad llegaban los carritos de lata y esos si los sacábamos arrastrados con una pita pero no eran de nuestras preferencias.
Los electrodomésticos
Debo decirle a las nuevas generaciones que la energía eléctrica la producía una planta ubicada en la parte de arriba del pueblo, al frente de la Beneficencia y el eléctrico era Marcos Cubillos a quien llamaban Marco “Lucero”, de lunes a sábado teníamos luz desde las seis de la tarde hasta las nueve y los domingos desde temprano hasta las nueve de la noche. Para ser sincero nadie echaba de menos la bendita electricidad por varias razones, la televisión no había llegado a Colombia y cuando llegó al centro del país demoró años en bajar al pueblo; no recuerdo si para el año 1960 ya teníamos la señal en Chipaque.
Tampoco existían equipos de sonido, lavadoras, (había las llamadas “lavadoras de trenzas” que eran señoras dedicadas a la humilde labor de lavar ropa ajena para ganar unos pocos pesos para la manutención de sus hijos), secadoras, nada y nada es cero. Las planchas de ropa eran unos aparatos cuya fuente de calor era el carbón que se les colocaba adentro, y que muchas veces se dejaban en la puerta de la casa, recibiendo el viento que soplaba a lo largo de la cuadra y el que al entrar por la ventanilla abierta en la parte trasera del artefacto, mantenía prendido el carbón y disponible así el artefacto para el planchado…..por cierto que en esos tiempos se planchaba toda la ropa ordenándose por pilas pacientemente y encontrándose siempre las indumentarias listas y planchaditas para todos en la casa; de pronto apareció como un invento genial la plancha de gasolina que tenía un tanque esférico donde iba el combustible y constaba de una bomba para insuflar aire en el tanque para que saliera a presión y calentara la placa metálica. La plancha eléctrica llegó en los años sesentas y se consideraba el colmo del refinamiento; no muchas familias la tenían y el asunto no era de costo sino por el racionamiento de la energía. Algunas familias poseían un gramófono para poner discos de 78 rpm (revoluciones por minuto) que tenían una canción por cada lado. En la parroquia el curita tenía a su disposición un tocadiscos y varios parlantes instalados en la torre del templo para difundir mensajes religiosos, noticias parroquiales y música clásica e instrumental.
A principios de los años cincuenta eran muy pocas las casas con aparato de radio, unas cajas enormes de madera llenas de botones que más parecían baúles o pequeños armarios; mis tías abuelas poseían uno de estos artefactos y los domingos la tía Emilia abría una ventana que daba a la calle y prendía el bendito aparato sintonizado en la única emisora que entraba al pueblo: La radiodifusora Nacional de Colombia. Si alguno de los pacientes escuchas o un chino cansón comenzaba el mínimo desorden, la tía cerraba la ventana y apagaba el aparato.
El Río Quente
A los estudiantes internos del Pío X les causaba risa oír hablar del río Quente y el río Chinará; en el inmenso llano de sus amores llaman río a unas enormes corrientes de agua de treinta o más metros de anchas que se desbordan en invierno y anegan kilómetros cuadrados. Los dos ríos de Chipaque en su mente no llegaban ni a la categoría de chorros. A nosotros, niños pueblerinos que nunca salíamos a la capital y menos a los llanos eso nos sonaba a desprecio; el río Quente tenía unos pequeños pozos donde retozábamos a escondidas de nuestras progenitoras en largas tardes sabatinas. Recuerdo un paseo que hicimos todos los cursos de la escuela municipal, a un punto más allá de la vereda de los Dolores, donde se encuentran y unen los ríos Quente y Chinará, formando el río Une……me pareció esto ese día un espectáculo portentoso y espectacular y por ambos ríos, sobre todo por el Chinará bajaba un caudal de agua más o menos voluminoso, el río Quente tal vez era una quebrada algo grande, y en esa unión el ruido del agua era ensordecedor….algunas veces volví luego a admirar ese paisaje tan natural y propio que me maravilló en esos tiempos y que hoy me gustaría volver a ver, aunque sé que encontraré salvo en invierno, todo reducido a la unión de dos quebraditas, con muy escaso flujo de agua, dada la degradación ambiental con que el hombre, por descuido ha reducido hoy nuestro eco-sistema.
No sé si los lectores, o algún paisano recuerde una cascada-pared ancha por donde se despeñaba el agua del río Quente, bajando por el boquerón y hacia la parte de arriba del pueblo…..en alguna escapada que me hice en solitario bordeando río arriba, me encontré con esta sorpresa de la cascada de quien nadie me había hablado….puede no ser gran cosa, pero en mi fantasía infantil de ese entonces se me hizo grande y majestuosa.
El campo de deportes
Nombre pomposo para un lote donde se construyó una cancha de baloncesto (por la época nadie pensaba en fútbol como práctica deportiva porque el pueblo de topografía tan quebrada no tenía un sitio adecuado para construir un campo reglamentario). El basquetbol era uno de los dos deportes predilectos de la juventud deportiva de ambos sexos; el otro deporte era el voleibol pero se consideraba poco varonil y lo practicaban las estudiantes del colegio de la Presentación y tenían dos equipos emblemáticos que tenían confrontaciones cada cierto tiempo en el campo de deportes con entrada paga. Si la memoria no me falla estos equipos eran Saetas y Gacelas.
Este lugar era el escenario de los recreos de los infantes de la escuela municipal, uno en la mañana y uno en la tarde, y nunca faltó como “actividad deportiva” notoria, el peloteo de un balón de fútbol, enviándolo el estudiante a quien le cayera al lado, de una patada hacia arriba y volviendo a hacer lo mismo, cientos de veces durante todo el recreo todos los chicos a quienes les cayera cerca, no faltando la risa y las burlas cuando el balón aterrizando luego de uno de sus tantos periplos aéreos, hacía impacto de lleno en la cabeza de algún distraído muchacho que no estaba atento a la posibilidad de que ocurriera ésta eventualidad.
Algunas veces se instalaron aquí los circos que iban de pueblo en pueblo, recordando yo especialmente dos, el primero porque llegó con fieras, pocas, pero animales tal vez aún no vistos en Chipaque, y del que recuerdo que me mordió levemente en un dedo uno de sus micos del que, de confiado, creía haberme hecho ya su amigo……el segundo, el “Leo Afro Circus”, se instaló en el terreno colindante con la bañera del ganado a la entrada del pueblo desde Bogotá, …..inolvidable……trajo todavía más fieras y lo mejor de todo es que me hice muy amigo del hijo del dueño, quien era a la vez el Presentador, Domador, etc., y el muchacho, mi amigo, era uno de los payasos……le prestaba muchos cómics, por los que vivía chiflado y así entraba y salía del circo a cualquier hora, no faltando y entrando gratis a la siempre repetida función….la pena mía cuando se marcharon fue muy grande, la despedida con mi amigo triste para mí, pues había llegado a estimarlo mucho, el mundo del circo era toda una fantasía en la que me encontraba casi inmerso, y al querer devolverme mi temporal gran amigo los tantos cómics que le presté, se los regalé todos..
En este campo de deportes también se realizaban bazares y durante las épocas de ferias y fiestas, en el mes de octubre, quedaba habilitado para guardar los caballos de paso fino y otros ejemplares.
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