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Estoy parado en el centro de del patio y me invade una sensación de irrealidad, respiro un aire pesado y la atmosfera se siente brumosa y espesa, el cielo se nota gris, silente, abstracto, como dibujado sobre un papel. Corro hacia la escalera. Sé que tengo que ir al punto más alto. Los pies me pesan y entre más acelero más difícil es poner un pie frente al otro; un escalón y otro a la vez y cada que subo uno más difícil es subir. Observo a mí alrededor y en cada puerta hay alguien que me observa, llego al final de la escalera y recorro el pasillo que me lleva al siguiente nivel, me paro y volteo y en cada puerta están parados todos: El Caras, aun con su camisa blanca ensangrentada; Lolis, con su mirada triste y perdida de cuando niña; El Charifas, quien cayó a mi lado en nuestras andanzas; David, mi amigo y hermano; en otra, mi abuelita Carmen, mujer enorme y generosa quien representó todo lo bueno de mi niñez. En la puerta más alejada esta él, Robaina, el maldito. Todos están mirándome y haciendo un extraño símbolo que forman con los dedos índices tocando los pulgares de la mano contaría para crear un rectángulo horizontal que recargan en su pecho, como si formaran una pistola con sus dedos, una arriba de la otra en dirección contraria.

Todos me muestran el rectángulo y no entiendo, sólo mi abuela con su rostro apacible lleva su dedo índice a sus labios en señal de silencio, señala hacia la otra escalera y con su mano derecha me dice adiós. Raudo, retomo la carrera y los pies me pesan aun más, subo la vieja y derruida escalera de caracol que me lleva a la azotea y me dirijo a la esquina donde convergen dos pequeñas bardas y subo a ellas como en los días de mi niñez, cuando a escondidas escapaba y llegaba hasta este rincón mío, alzaba la vista hacia el cielo y sentía el aire en mi rostro dándome el efecto de volar y tocar el cielo. Estoy a punto de saltar pero algo me detiene, oigo una voz lejana, no entiendo lo que dice; dudo una vez más de dar el paso final cuando resuena otra vez en mi mente la misma voz y de pronto cierro los ojos y…

Abro los ojos, siento de golpe el aire que inunda y atraganta mi garganta y golpea mi rostro, la luz del sol entra de lleno y lastima mis pupilas. Hago un esfuerzo  por abrir los ojos y miro alrededor, estoy en la cornisa del segundo piso del edificio en donde vivo, atrás de mi esta la ventana que da al departamento, en el interior mis hermanos me miran atónitos y espantados; oigo una vez más la voz, pero esta vez clara y fuerte, miro hacia el vacío frente a mí y de entre un grupo de gente atónita observándome encuentro la fuente de la voz: es mi madre que a todo pulmón grita mi nombre desesperada una y otra vez tratando de evitar que me lance al vacío. Aspiro otra bocanada profunda de aire, miro la inmensidad del cielo aturquesado y por fin sé que estoy en casa, y sí, esta es la realidad.

Han pasado ya dos semanas desde que desperté en la cornisa. La última noche que recordaba sufrí una severa intoxicación con alcohol, pastillas y coca que casi me deja en “el viaje”. Dice mi madre que estuve varios días delirando y momentos en los que me paraba hablando y con la vista perdida, que llegue a tomar cuchillos para atacar y amenazar a mis hermanos y tíos. Debido a eso tuvieron que tenerme amarrado y sometido; pase varios días sin dormir, sin comer, hablando incoherencias; mi madre y mis hermanos temían que quedara loco de por vida, pero mi madre no dejo que me llevaran. Ella misma relata que el día que desperté ella se disponía a trabajar, que estando ya lejos tuvo un presentimiento y que regresó. Mis hermanos dicen que no saben cómo fue que logré soltarme estando amarrado y que no hubo fuerza capaz de impedirme salir por la ventana. Mi madre al verme a un paso de la muerte no paró de gritar una y otra vez mi nombre para que reaccionara. Lo logró.

Ha pasado ya mucho tiempo. Dejé las drogas y el robo a mano armada, sólo de vez en cuando llego a tomar una que otra cerveza, es más he empezado a trabajar en algo que llaman “los lanzamientos” y a veces deja buen dinero. A veces recuerdo y trato de responderme qué fue lo que paso en mi mente, todo lo que experimenté y hacia adonde me ha llevado. De vez en cuando mis pasos me llevan a la Plaza de Garibaldi y me siento a observar al “escuadrón de la muerte”, todo el grupo de alcohólicos y drogadictos indigentes que pueblan la plaza en las noches. Tal vez pensando que pude haber terminado así. Hay  uno en especial que me llama la atención, un hombre de edad indescifrable debido a las costras de mugre, suciedad y marañas de cabello, que pasa la mayoría del tiempo, cuando lo observo hablando consigo mismo, gritando y gesticulando cosas sin sentido totalmente absorto de la realidad.

Una tarde lo miraba fijamente sin disimular mi interés, hubo un momento en que de golpe corto sus monólogos, volteo hacia mí,  su rostro y su mirada pareció que de pronto cobraban coherencia, pero lo único que hizo fue juntar sus dedos índices con sus pulgares formando el símbolo del rectángulo en el pecho, tal como lo hicieron todos los muertos que vi en mi delirio. Fue un momento fugaz que duro sólo unos segundos y que tal vez pude haber imaginado, ya que de pronto perdió esa mirada y regresó a sus monólogos sin sentido. No lo sé… sólo me aleje de ahí recordando que tengo que tener cuidado si no quiero regresar a esa habitación en la mente que todos llevamos consigo y a la que muchos que han caído, no han salido jamás.     

Fin

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