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Aquella santera me dijo: “La gula te ha traído hasta aquí, caerás en todos los pecados capitales, pero el octavo te matará”. No es un augurio muy afortunado para un turista que ha venido a disfrutar del carnaval. Pero en algo había acertado, por lo que me asustó esa predicción.

         Efectivamente fue mi gula la que me hizo ir a aquella misteriosa santera. Paseaba por las calles de Veracruz, rodeado de una gran multitud que contemplaba el desfile de carrozas habitadas de mujeres preciosas, bailando un son que jamás había escuchado antes, cuando vi un pequeño local que anunciaba: “NIEVES DE TODOS LOS SABORES”

         Enseguida llamó mi atención, nunca había visto antes eso de la nieve y me entró curiosidad por saber que era aquello. Resultó ser una especie de helado hecho a base de hielo picado y con una especie de líquido que lo coloreaba y le daba sabor. A veces pienso que si no hubiera comido aquella nieve de vainilla, nada de esto hubiera pasado. Ya que, nada más engullir aquel helado observé unos folletos que repartía una chica muy atractiva. Debo reconocer que malinterpreté aquel panfleto y esperaba encontrar otra cosa bien distinta de la que encontré. Pero una vez allí no quise ser descortés y dejé que me leyera la buenaventura. Que estúpido.

         Aquellas palabras me descolocaron ¿Que clase de predicción es esa para alguien que viene a pasárselo bien? Ni siquiera sabía que significaba aquello. Quise que lo explicara, pero se negó a seguir hablando. Al principio creí que se trataba de una estrategia para sacarme algún dinero, pero se negó a mi propuesta de pagar más a cambio de una información menos confusa. No podía entender que me dejara de aquel modo. Con esa incertidumbre. Por lo que empecé a enfadarme. Ante el desprecio que aquella santera me mostraba, rápidamente mi enfado se convirtió en ira. No soy muy inteligente y enseguida pierdo los papeles, pero lo único que conseguí con aquello, fue que un par de tipos demasiado grandes para mí, me agarraran como un trapo y me sacaran de aquella pequeña consulta. Una vez en el exterior, en el suelo y magullado, caí en la cuenta de que había vuelto a cometer otro pecado mortal. Si mis cálculos no fallaban me quedaban seis pecados más, aunque yo no conocía el último.

                Decidí irme al hotel en el que estaba alojado. Quizás un par de tequilas y unas horas de sueño me harían olvidar este absurdo episodio. Me alejé de todo aquel ruido escandaloso del carnaval y fui directamente al bar del hotel.  Me senté en una mesa alejada en un rincón. Iba a pedir lo mismo de siempre cuando mis ojos se fijaron en un estrambótico combinado que portaba el camarero; por lo que pedí lo mismo que llevaba en la bandeja, fuera lo que fuera. Siempre opino que los demás eligen mejor que yo y termino queriendo lo que otros piden. ¿Eso puede ser calificado de envidia? Creo que sí, por que esta decisión fue una más de las estúpidas decisiones que llevaron a donde me encuentro.

         La chica que había pedido aquel estrambótico brebaje me miro cuando le dije al camarero que me trajera otro igual. Entonces reparé en ella. Era preciosa, una hermosa mujer de gran cabellera negra, de pelo sedoso y brillante. Sus ojos eran los ojos más negros y más grandes que había visto jamás. Su piel era tostada, con un moreno natural que delataba que no se trataba de una turista como el resto de habitantes del hotel. Su expresión era algo extraña como si hubiera estado llorando. Y es su dedo anular se notaba una ligera marca sonrosada, como si se hubiera arrancado bruscamente un anillo.

         Me acerqué a ella. Ahora quiero creer que no fui movido por la lujuria, sino por la curiosidad que despertó aquella mujer en mí. Pero me estoy mintiendo a mí mismo desde el primer momento me sentí atraído hacia ella, debía poseerla.

         No se me suelen dar demasiado bien las mujeres, pero aquella estaba dolida y vulnerable. Y mi soberbia negó la realidad, haciéndome ver que era merecedor de aquella preciosidad. Sin saber como ocurrió terminamos en mi habitación. Aquellas horas de sexo consiguieron hacerme olvidar todo. Hacía bastante tiempo que no lo pasaba así de bien con una mujer.

         Desperté por culpa de unos gritos, pero aquella despampanante mujer ya no estaba en mi habitación. Cuando me quedé durmiendo debió de marcharse, lo que me pareció un bonito gesto por su parte. Yo, dentro de un par de días abandonaría la ciudad para siempre, y volvería a mi vida de siempre. Por lo que agradecí no tener que empezar una conversación estúpida y sin feliz final a la vista. Los gritos que me despertaron provenían del piso de al lado. Se trataba de una pareja que se gritaban de forma salvaje. En seguida supe que debía  acudir para ver que pasaba. El resto del mundo estaría en el carnaval y la música alta de las calles no permitiría que el recepcionista escuchara aquel escándalo; por lo que yo podía ser la única persona en todo el hotel que podía parar aquello. Pero estaba muy cansado y pensé que no sería asunto mío, por lo que dejé llevarme por la pereza, convencido de que pronto acabarían los gritos. ¿Cómo puedo ser tan estúpido de dejarme arrastrar por los pecados capitales, cuando me han profetizado que me llevarían hasta la tumba? Pero tal y como pensé los gritos no duraron demasiado y la paz (si exceptuamos el gran bullicio del carnaval, al que ya me había acostumbrado) volvió a reinar en aquel hotel.

         Una vez descansado, decidí ponerme en marcha. Me arreglé un poco, aunque no demasiado, y salí por la puerta de mi habitación dispuesto a unirme a la multitud que celebraba frenéticamente el carnaval. No llegué muy lejos. Nada más salir de mi habitación comprobé que la puerta de la habitación de al lado, donde se habían escuchado aquellos gritos, estaba abierta. No pude reprimir echar un vistazo. Entonces la vi. Era la mujer con la que había pasado aquellas horas espectaculares. Comprobé su estado, pero estaba completamente muerta y había sangre por toda la habitación.

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