Identificarse Registrar

Identificarse

Índice del artículo

Aunque ética y derecho convergen en sus tópicos, difieren en el alcance que tienen sus efectos; no pocas veces en sus juicios y en la interpretación de sus cuestiones. De ahí que no todo lo legal sea ético, ni todo lo ético tenga que ser materia de disposición legal. Pero aunque el derecho puede divergir de la ética, generalmente se fundamenta en ella, tomando los elementos mínimos que son exigibles a los seres humanos para una sana convivencia. Así el derecho afronta en gran medida lo general, lo común a todos los individuos, mientras la ética se sumerge en lo particular de la conducta humana. Sus juicios son libres, tan libres como la conciencia; el mandato legal, por el contrario, es coercitivo. Pero, como en una contradicción, la ética, sin ser represiva, demanda mayor bien que el derecho, y propósitos mayores. No es exigible que un ser humano por una causa dé su vida, pero puede hacerlo cuando son sus propios principios los que se lo demandan. Así operan la ética y el derecho, en una conjunción saludable.

¿Pero que es la bioética, cuyo propósito comienza a esbozarse a través de los casos presentados? Comenzaré por señalar  que si bien el filósofo alemán Fritz Jahr se refirió a la Bio-Ethik en 1927, la paternidad del término se concede a  Van Renssenlaer Potter, bioquímico y profesor de oncología norteamericano, quien lo acuño y utilizó por primera vez, hace treinta años, en 1970. No obstante, su conferencia “Un puente hacía el futuro”, dictada varios años atrás, en 1962,  contenía ya el germen de la nueva disciplina. El nuevo vocablo tendió ese puente, entre la ciencia y la humanidad. Fue como lo enunció Potter en 1971 en el titulo de su libro: “Bioethics: Bridge to the future”.

La bioética fue planteada como un puente para la supervivencia de un mundo y un hombre amenazados, paradójicamente, por sus mismas invenciones. La bioética entraña la interrelación armónica entre el progreso científico, el desarrollo tecnológico y los valores éticos. Es el encauzamiento del poder y del saber del hombre en su propio beneficio, alejándolo de su propia destrucción. Es la respuesta a los posibles desafueros de la ciencia y de la tecnología, luego no es campo exclusivo de alguna disciplina, le pertenece a todas las ramas del saber que hacen la vida objeto de su aplicación y de su estudio. Ciertamente es la ética de la vida en la acepción más próxima a su etimología (Bios y ethos). De la vida humana, de la vida animal, de toda la vida que florece en la Tierra. No estableceré que es una ciencia o una disciplina, cuando los expertos aún discuten cómo debe ser clasificada. Pero encumbrada o no a la más alta jerarquía taxonómica, lo cierto es que la bioética es una herramienta fundamental para el buen uso de los frutos del conocimiento logrado por el hombre. En nuestro caso, para el ejercicio correcto y noble de la medicina. La bioética hace consciente al hombre de su responsabilidad con su especie y con su entorno. De ahí que pueda verse como la ciencia de los dilemas morales frente al progreso.

Como ética que es, se sumerge en el mundo de los principios y de lo valores. Son muchos, pero quedaré satisfecho si al menos se toma nota de los más elementales, tan básicos que Tom Beaucham y James Childress,  en su obra memorable “Principios de ética biomédica”, que retomó los del informe Belmont,  los denominaron los deberes prima facie –a primera vista- de la bioética: la beneficencia, la no maleficencia, la autonomía y la justicia.“Primun non nocere” –ante todo no hacer daño- es la máxima latina que expone un principio, tan antiguo, que a Hipócrates, padre de la medicina, se le ha atribuido.  ‘Ante todo no hacer daño’ es el fundamento del principio de no maleficencia.  Y hacer daño no es necesariamente actuar con la manifiesta intención de causar un perjuicio. Sanas pretensiones llevan, por ejemplo, al encarnizamiento terapéutico cuando ya no se puede curar a un enfermo terminal.  No dejar morir no es una hazaña. No nos está moralmente permitido hacerlo aunque la ciencia con sus avances novedoso alargue la agonía.

Hacer el bien es buscar lo más provechoso para el paciente, es la aplicación en la medicina del principio de beneficencia, es inherente a ella. Para curar, para hacer el bien, surgió la medicina.  Pero esa beneficencia ha cambiado desde sus albores, desde el paternalismo griego, por ejemplo, hasta  el reconocimiento actual de  la potestad del paciente para decidir sobre las conductas propuestas por el médico. El ocultamiento a los pacientes de su estado de salud y la toma unilateral de decisiones de la vieja medicina, que persistió por siglos, ya no existe. Esa competencia para  consentir o rechazar su tratamiento, constituye el principio de autonomía, génesis del consentimiento informado, y que en sentido genérico es el reconocimiento de la capacidad de autodeterminación que tienen las personas, conquista más del derecho que de la medicina.

A la luz del principio de justicia podemos sopesar costos y beneficios, a quién dar prioridad en la atención, a quien elegir cuando escasean las camas en una unidad de cuidados intensivos, por ejemplo, a hacer lo más correcto desde el punto de vista moral cuando los elementos para resolver una necesidad son insuficientes. El principio de justicia nos habla de la distribución de los recursos, de la equidad, de dar a quien más lo necesita. De manera general, el principio de justicia marca un equilibrio entre las necesidades y ansias desmedidas del hombre y la limitación de los bienes para satisfacerlas. La bioética, ajena a lo disciplinario, es primordialmente un ejercicio reflexivo.

Grupos

Están en línea

Hay 481 invitados y ningún miembro en línea

Concursos

Sin eventos

Eventos

Sin eventos
Volver