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Y el “Mierdegato” le tiró para bajarlo, para fumigarlo, para taladrarlo, para llevárselo, para dañarlo; pero, el viejito le paró todo, se lo llevo para donde quiso, le pasó todos los puntazos, los filazos y los planazos, todo lo que le mandó Luis, como si fuera un juego para él, todo paró en el machete de don Chucho, o pasó sin hacer daño o cortó el aire donde un segundo antes estaba el cuerpo o uno de sus miembros, hasta cuando el viejo se cansó y dejó de reírse, se concentró y empezó una melodía de planazos sobre el cuerpo de nuestra llavería; lo hizo llorar de desesperación, el machete de nuestra camarada ya era solo adorno, el fierro de don Chucho llegaba por todas partes, menos por la cabeza, y siempre de plano; le dio una solfa de plan que ninguno olvidaremos porque lo puso morado por donde quiso y como quiso mientras Luis brincaba y trataba de cubrirse, inútilmente, que hombre tan verraco ese hijueputa catano para manejar el arma, hasta cuando los choferes se compadecieron del chino y le pidieron por favor que ya no le pegara mas; pero el viejo exigió que el “Mierdegato” le pidiera perdón de rodillas. Y se lo pidió, no solo de rodillas sino llorando…

Bueno, el “Mierdegato” siguió siendo mierdoso con nosotros pero nunca jamás se metió con los choferes y, menos, con el viejo Chucho y “La Mujer Maravilla”  

ÉL NO SE METE CONMIGO NI YO CON ÉL 

Don Chucho es un chofer que dice que ya paso  de los setenta años, pero nosotros no le creemos porque no revela sino unos cuarenta y cinco; conservado, liberal, fuerte y verraco para lo que se quiera; muchos se equivocaron con él cuando recién llegó, y lo digo yo, que soy el chofer que impone el respeto en esta maricada que llamamos paradero, los dos nunca nos hemos enfrentado porque yo, Carlos Villalba, donde estoy impongo el orden, y, con el viejo, como que hay un pacto de no meternos donde está el otro; sin embargo, en muchos sitios nos hemos encontrado pero con respeto de parte y parte; alguna vez don Jesús Quinitiva, que es su nombre de pila, con todo y lo llanero y tolimense que tiene en el cuero se me insolentó, yo, con todo el respeto que merece por su edad lo puse en su sitio, lo paré con mucha decencia pero con energía le demostré que conmigo no se juega y nunca más volvió a joder conmigo ni con quienes me acompañaran, pero desde entonces nos la sentenció a todos los que pertenecemos a este hijuemadre oficio; como yo y mi cuadro de amigos somos medianamente pacíficos evitamos su compañía y los sitios que él frecuenta con sus compañeros, porque también tiene su cuadro, y él, tampoco va donde nosotros estamos. Pero la amenaza sigue viva desde el día que lo aquieté: “algún día nos veremos las caras a ver cual es mas verraco y dejemos de ser malparidos”. 

Uldarico Morales, para qué, ha sido el gran amigo de mi vida. La puta de mi mujer me dejó porque no tuvimos chinitos; no sé cuál de los dos fallaba durante el matrimonio, porque yo tuve un hijo hace muchos años con una novia de mis años juveniles y se llama igual que yo, Carlos, y con el otro nombre como el de mi papá, que en paz descanse, Patricio. Como mi mujer me abandonó, yo me dedico a los hijos de mi compadre Uldarico a los que quiero como si fueran míos y, sin que piensen mal malparidos, también quiero mucho a la mujer de mi compadre, o sea a mi comadre que es una santa, y les repito, los choferes también tenemos alma y sentimientos como los de ustedes y, cuando toca, lloramos por los seres queridos, y entre nosotros hay gente muy  inteligente que se queso de este tamaño y sin esperanzas de superación porque  no tuvo más oportunidades. 

Alguna vez que don Chucho estaba tomando, en el mismo sitio donde yo estaba, comenzó a joder a todos los que estaban y a echar madres contra los que no estaban; cuando me vio, a mí, Carlos Villalba, me la dedicó, pero como no sirvo para tener problemas me hice el desentendido hasta cuando el local se llenó de choferes y ayudantes que tenían mucha confianza en mí; yo, seguí haciéndome el pendejo ante las ofensas y groserías que decía don Chucho; hasta que, el viejito se me sentó en la silla junto a la mía y siguió echando vainas y vainas; tanto dijo y cansó y se puso fastidioso y yo, sin querer problemas con nadie, y menos con don Chucho que estaba recién llegado y todavía no le conocíamos la malparidez, con una sola de mis manos, grandes, exageradamente grandes que me dio mi Dios, le cogí las dos manos a don Chuchito; este, se revolvió, pateó, escupió y madreó, pero no pudo soltarse, ahora pienso que él estaba muy enlitrado porque tuvo que estarse así, maniatado, unas dos horas, hasta cuando me dieron deseos de orinar, entonces lo solté; desde entonces, y después de maldecirme y jurarme la guerra a muerte, él, no se mete conmigo ni yo con él. 

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