Lagerlöf reingresó a los veintidós años al liceo de niñas de Sjoberg, después de un año continuó sus estudios en la Escuela Real Superior de Mujeres decidida a dedicarse a la docencia. En 1882, un año después, logró ingresar al Real Seminario Superior de Estudios Docentes, Universidad exclusiva para mujeres. Aquí, por ser la mayor de todas se ganó el respeto de sus compañeras, y más tarde, cuando conocieron los sonetos y poemas que escribía en sus ratos libres, la admiración.
En el verano de 1885 sufrió la enorme pena de ver morir a su padre. Pero como el mundo sigue su curso, en ese mismo otoño viajó en tren a Landskrona, provincia de Skane, para iniciarse como maestra en la escuela primaria para niñas de la ciudad, quedando atrás esos años de infancia plena en su querida Marbacka. En su finca y esta provincia están ambientadas casi todas sus historias.
Continuó escribiendo sonetos que, después de clases, leía a sus alumnas junto con leyendas y narraciones folclóricas, llegó a ser querida y popular por todas sus alumnas quienes quedaban cautivadas con su manera peculiar, amena e interesante de dar sus clases.
Sin embargo, fuera de las aulas su carácter era más bien introvertido aunque cortés y amistoso. No por ello dejó a un lado la vida social, hizo amistad con la también maestra Anna Oom, luego, con Elise Malmros, empleada bancaria con fuertes ideas a favor de los derechos femeninos y las diferencias sociales. Fue ella quien le mostró las realidades y crudezas de la pobreza, la discriminación, la ignorancia, los vicios y las injusticias que marcarían decisivamente las líneas que más adelante distinguirían las características de su estilo literario y definirían sus ideales.
La amistad con esta mujer fue determinante en su vida y jamás se disolvió, de hecho, Elise fue su musa a la hora de escribir La anciana Agneta, que cuenta la historia de una mujer sola en una granja al borde de un enorme glaciar. Presa de la más angustiosa soledad habla consigo misma, cae en fuertes depresiones y está a punto de suicidarse cuando conoce a un monje que le muestra las almas de los muertos aún más solos y abandonados que ella. Desde ese día, se dedica a encender velas para atraer a los espíritus y entre todos se regocijan con la luz, la calidez y la compañía mutua. Cuando Agneta muere, los fantasmas iluminan la montaña en su honor cubriendo el paraje con pequeñas llamas como las que la mujer, en vida, encendió para ellos.
Comenzó entonces a escribir artículos para la iglesia y el periódico local. Descubrió Copenhague con todo ese mundo cultural que se mueve en su interior por lo cual, comenzó a visitarla frecuentemente, y sin ser totalmente conciente de ello, amplió su mundo, visión y relaciones interpersonales.
En 1886 recibió una carta de Sophie Adlesparre, principal figura del movimiento feminista sueco, en donde la invitaba a visitarla en Estocolmo debido a que compañeras del Real Seminario le hicieron llegar los sonetos de Selma para que fueran publicados en su revista literaria feminista Dagny, a raíz de este encuentro surgió una nueva amistad en su vida que le dio una visión diferente de la literatura y fijó las bases de su calidad literaria gracias a la guía que esta mujer con trayectoria le confería a través de sus encuentros. Fue ella quien la convenció de escribir en prosa.
Entonces, un nuevo acontecimiento empañó los adelantos profesionales y personales que había conquistado: su idolatrada Marbacka saldría a remate con el objeto de superar las deudas. Esto representó un fuerte golpe para ella, pues no solo perdió la propiedad, sino que su familia se fragmentó. Una de sus tías: Lovisa, terminó viviendo con Selma, quien la recibió con los brazos abiertos.
Aquí se aplicó al dedillo aquella máxima que reza: “Cuando se cierran las puertas, Dios abre una ventana” la ventana abierta de Lagerlöf fue el concurso literario convocado por el periódico cultural Idun que otorgaría 500 coronas como premio a la mejor obra. Eso representaba el salario de seis meses. Decidida a recuperar su antiguo hogar, sacó del cajón los cinco primeros capítulos de la novela que había estado escribiendo entre clase y clase en Landskrona.
La saga de Gösta Berling ganó el concurso y, como parte del premio, se le ofreció un contrato de edición ante la euforia de la escritora de 33 años y su amiga Sophie Aldesparre, quien logró conseguirle una dispensa en la escuela para que pudiera dedicarse de lleno a terminar la novela y le proporcionó la ayuda financiera necesaria para la culminación de su obra.